La editora española Akal publica el nuevo libro de nuestra colaboradora Sara Rosenberg La voz de las luciérnagas. Reproducimos información de interés sobre el misma.
“En 2013 se planteó seriamente la cuestión de crear una comuna, porque los chicos empezaron a decir que no podían seguir trabajando en el medio en el que estaban; algunos tenían buenos trabajos, pero la atmósfera del día a día les resultaba insoportable, y dijeron que querían vivir y trabajar juntos creando nuestro propio medio social. Así empezó todo esto.”
Sinopsis
Vivimos en un mundo que, bajo una capa de aparentes certezas, busca unanimidad en el pensamiento y en el que las voces discrepantes tienden a ser enviadas a los márgenes. Sin embargo, es muy sano escucharlas, prestarles atención, porque nos permiten descubrir lo que habitualmente nadie cuenta y, de este modo, sacar nuestra propias conclusiones. Si no, ¿cómo íbamos a saber que en Rusia son muchos, y no precisamente viejos nostálgicos, los que reivindican la etapa soviética? ¿O que la Perestroika supuso una traición que entregó el país a la lógica neoliberal, que convirtió a Rusia en un Estado dominado por corruptos y «delincuentes»? ¿O que detrás de la tan querida Revolución naranja se esconde un proceso de ucranización forzosa? ¿O que los hechos de Maidán no fueron protagonizados por sufridos demócratas sino por violentos fascistas (en el más estricto sentido de la palabra), que se han ocupado de perseguir y hostigar a la demonizada población prorrusa?
Esta otra realidad es la que nos permite descubrir este libro, de carácter documental, que narra el viaje de la autora a Rusia, donde vivió en una comuna creada por el movimiento Esencia de Tiempo (Sut Vremeni), inspirado por Sergei Kurginyan, y asistió a su Escuela de Verano en la que participaron seiscientas personas venidas de todas las regiones de Rusia, Alemania, Canadá, Francia o Australia.
Pero en absoluto estamos ante la simple visión de unos utópicos. En sus testimonios no sólo se ponen de manifiesto opciones vitales que se oponen al rampante modelo neoliberal que nos tratan de imponer como paradigma único a escala global, asino que, además, se obtiene una sorprendente –por desconocida– radiografía de la Rusia post-Perestroika, en la que aflora un sentimiento de pérdida con respecto al mundo soviético que nada tiene que ver con la nostalgia. Gracias a ellos podemos tener acceso a una realidad ocultada sistemáticamente por los medios occidentales: las injerencias exteriores para desmantelar el Estado soviético y dar paso un Estado criminal que sólo con Putin (quien, curiosamente, no recela de la URSS) empieza a superarse; la forzada creación de la identidad nacional ucraniana; la reivindicación de la etapa soviética (reconociendo errores, como no) por rusos de todas las edades y clases sociales, que han visto cómo se les han robado aquellos logros sociales para dar paso a la nada.
No es mucho lo que sabemos de la Rusia actual, por lo que este libro ayudará al lector a comprender el pensamiento y la voz singular de la nueva generación de izquierda nacida después de la implosión de la URSS.
Índice
Prólogo. «La huella roja», por Alberto Cruz
- La voz de las luciérnagas.
- Alexándrovskaya. Los habitantes de la comuna
- La Escuela de Verano
- Entrevista a Sergei Kurginyan
- Regreso a Moscú
- El viaje continúa. Invierno en Alexándrovskaya
- »Puente sobre el abismo»
Autora
Sara Rosenberg (Tucumán, 1954) estudió artes y filosofía, y se especializó en literatura dramática y dramaturgia. Exiliada por motivos políticos, ha vivido en diversos países antes de establecerse en Madrid, donde da clases de literatura y dramaturgia. Autora de algunos documentales, ha publicado numerosos libros, entre los que cabe señalar las novelas Un hilo rojo (1998), Cuaderno de Invierno (2000), La edad del barro (2003), Contraluz (2008), además de cuento juvenil (La isla Celeste, 2010) y obras de teatro (Esto no es una caja de Pandora, 2013). En 2004, en Nápoles, recibió el premio de dramaturgia «La escritura de la diferencia» por la obra El tripalio.
Nicolás
Mi niñez transcurrió aún en la URSS y fueron los años más felices de mi vida. Me eduqué con libros buenos y, cuando empecé a analizar lo que había sucedido, comprendí cómo nos engañaron. Ahora, ya siendo mayor, entiendo cómo pasó todo esto, porque a principios de los noventa yo tenía sólo diez u once años; en realidad nos engañaron a todos. Vivíamos en un país feliz, con gente feliz, se veía en la sonrisa de la gente; después empezó a ser una casa de locos a la que llamaron los años noventa.
Y nos decían que así tenía que ser, que era lo normal. La sensación de que nos engañaron no me abandonó nunca. Más tarde llegó la comprensión, pero para eso tuvimos que trabajar, porque a nuestro alrededor todo era mentira, ensuciaban y tergiversaban nuestra historia y todo lo sagrado que teníamos. Ante nuestros ojos dieron la vuelta a todo: el gran trabajo que crea al hombre empezó a ser incorrecto, y lo correcto empezó a ser robar.
Esto sucedía en todas partes, se transmitía por todos lados, se clavaba como grandes clavos en niños, jóvenes y mayores. Los que pasaron por esta etapa estarán de acuerdo. Cada uno llevaba en el corazón el sentimiento y la comprensión de que algo estaba mal, pero sólo una pequeña parte pudo encontrar una salida o una explicación al engaño.
En cuanto empecé a estudiar más, sobre todo historia, entendí que a pesar de todos sus fallos la sociedad soviética era más justa; pude integrar la experiencia de mis padres, de mis abuelos, toda nuestra herencia, las películas de los años sesenta y los libros que nos llegaron desde ese tiempo en el que existía otra sociedad. La vida nos sometía a grandes esfuerzos y nadie pensaba en ello, hasta que encontré a los compañeros, a los camaradas, que no tuvieron ni que convencerme. Ellos me transmitieron simplemente la idea de que todos habíamos sido engañados. Teníamos que detenernos y pensar en la gran idea del comunismo –que durante tanto tiempo estuvieron ensuciando y desprestigiando– y defenderla.
Pensar, por ejemplo, en el heroísmo de la Segunda Guerra Mundial. Me contaba mi abuela que mi bisabuelo vivía en un pueblo de Polesia, al sur de Bielorrusia, donde recibieron el primer golpe de los nazis. Se juntaban en la milicia, se reunían con las poblaciones vecinas y se levantaban para salir a luchar y rechazar a los nazis durante las primeras semanas de la guerra. Ninguno volvió, nadie sabe dónde están enterrados ni cómo murieron…
Tengo un amigo. En su familia eran 11 miembros, bisabuelos y hermanos, murieron todos. Esto pasaba en cada familia.
Cuando mi abuelo tenía trece años, lo apresaron los alemanes y lo pusieron a trabajar en una fábrica de cuero en Dresde; me contaba que sólo comían los trozos de carne arrancada de los cueros que trataban. Se escapó junto con unos amigos, pero los alcanzaron, los detuvieron y los mandaron a un campo de concentración que después fue liberado por el Ejército Rojo. Es nuestra historia.
Cuando pude comprender lo que sucedía en los noventa, surgió un sentimiento de gran indignación por la injusticia; fui encontrando las razones de la tragedia de la gente, de esa gran cantidad de personas que vivían una vida normal y construían un mundo mejor, un Estado común para todos.
En 2014 empezó el Maidán en Ucrania. Soy de Kiev y entonces ya estaba en Sut Vremeni, entendía cómo funciona el mundo capitalista, había investigado los procesos geopolíticos y comprendía la función del pueblo ruso.
Es importante decir que también soy ruso y que esta no es una palabra vacía, porque en todo lo que estaba sucediendo vi la continuación de aquella Gran Guerra. Mientras los acontecimientos se desarrollaban en Maidán, tratábamos de oponernos, trabajábamos en cuestiones informativas, pero lo que sucedió en Odesa fue la línea roja después de la cual decidí actuar. Entendí que el enemigo ya había llegado.
Kurginyan hizo un llamamiento para ir a Donbáss. Cogí mis cosas y fui; allí me encontré con mucha gente buena, encendida con las ideas de justicia y que entiende cuál es la peste que está viniendo. Tuvimos que coger las armas para luchar, ahora estamos en este proceso y la victoria será nuestra.
Durante los veinte o treinta años anteriores, la horda fascista y el mundo capitalista entendieron que en una confrontación abierta son débiles y por eso, armándose con aquello que una persona normal considera deshonesto –el engaño y la propaganda manipuladora–, empezaron a destruir el fundamento de las grandes ideas. Durante muchos años trabajaron en esto institutos muy serios e iniciaron una enorme guerra informativa y psicológica en contra de un gran país, la URSS, y no sólo contra la URSS sino contra el mundo, contra los que defendían las ideas de igualdad y de humanismo frente al culto del becerro de oro, que es la esencia del capitalismo. Este enfrentamiento también significa la lucha eterna entre el bien y el mal, entre el Demonio y el Creador. Ahora la mentira gobierna el mundo.
En estos treinta o cuarenta años se ha destruido la conciencia de las personas, pero no hasta el final, no del todo. La recuperación de la conciencia y la comprensión de cómo debe funcionar el mundo será difícil y larga. El daño causado por el consumismo es muy fuerte y ha entrado en la conciencia de la gente.
En Donbáss ahora no estamos en el paraíso, porque la sociedad sufre, pero el enemigo ya no se esconde, conocemos su cara y la gente entiende cada vez más lo que está pasando. Estratégicamente los fascistas han perdido porque no han podido matar el deseo de justicia y lo más sagrado y mejor que hay en el hombre. Será difícil, pero ganaremos.
Es evidente que sin haberlo leido no puedo pronunciarme sobre la totalidad del libro. Sin embargo, la realidad social de la Rusia de hoy, su retroceso y destrucción de las incontestables conquistas de Octubre 1917 tras la restauración del capitalismo en los años noventa, me inclinan a pensar que la lectura de “La huella roja” es imprescindible para comprender el pasado soviético y el presente capitalista.
Gracias Sara por este oportuno e importante libro que nos pone al día sobre los acontecimientos en la patria de Lenin luego del desmantelamiento del estado de los soviets. En estos días lo mandaré a buscar.
Y hablando de libros, y a propósito de la recien concluida Feria Internacional del Libro de La Habana, comparto estos apuntes aparecidos en Cubaliteraria con motivo de la presentación del libro EDUCA: Modelo de Inteligencia DatCom.
EDUCA: una reflexión sobre la formación en América Latina
Rubén Padrón Garrido, 10 de febrero de 2018
http://www.cubaliteraria.com/articulo.php?idarticulo=21192&idseccion=30
La educación es uno de los pilares fundamentales para el progreso de un país, y el desarrollo de la tecnología es un arma de doble filo a la hora de lograr un proceso docente que permita satisfacer las necesidades humanas y nacionales. Sobre ese tema, y otros afines, versó el debate acompañado de la presentación del libro EDUCA: Modelo de Inteligencia DatCom.
El texto, en formato de papel y digital, es el resultado de una investigación por parte de Eduardo Garrión (México), Gabriela Sodi (México) y Lourdes Bolanzo (Cuba), sobre las mediaciones de la tecnología en los procesos de aprendizaje y formación de valores. Sus autores analizan las tendencias de los modelos educativos en América Latina, y los cambios en los idearios populares de los jóvenes desde el fortalecimiento de fenómenos como la globalización.
Se identificó al continente latinoamericano como víctima de los procesos enajenadores que se han propiciado desde una concepción de aldea global, con grandes desigualdades en las posibilidades de colocar mensajes en ese ciberespacio aparentemente inclusivo, lo que ha posibilitado que muchos jóvenes no visibilicen sus comunidades como sus territorios de desempeño, y por tanto, asuman la emigración como única vía posible.
Rescatar la memoria histórica, fortalecer las identidades personales y nacionales, además de usar las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) para la formación de valores que propicien mejores relaciones interhumanas se reconocieron como las principales urgencias para defenderse de la violencia simbólica imperante. Los protagonistas concluyeron diciendo que lo más importante era que las personas fueran dueñas de los contenidos y no los contenidos dueños de las personas.
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