Descifrando encrucijadas: "Operación Cruz roja". Por Fabián Escalante Font

 

Una de las operaciones de la CIA y el exilio contrarrevolucionario que más tiempo ha permanecido en el misterio, fue la denominada “Cruz Roja”, que en su momento, mediados de 1963, pretendió provocar un conflicto bélico entre Estados Unidos y Cuba y así poder derrocar al gobierno revolucionario. Poco a poco, a lo largo de los últimos años, han salido nuevas piezas informativas que nos ayudan a esclarecer estos hechos.

El último día del año 2001 fue publicado un artículo en el diario The Miami Herald titulado “El enigma de la Operación Cruz Roja”, que podría explicar cómo se propuso aprovechar, “el mecanismo–cubano americano de la CIA”, “las experiencias y lecciones” de la Crisis de Octubre, y cuáles eran sus intenciones con respecto al diferendo entre Cuba y los Estados Unidos. El relato, de manera premonitoria, visionaba el endurecimiento del bloqueo con sus leyes Torricelli y Helms-Burton y el lugar protagónico alcanzado en los medios políticos nacionales de la Fundación Nacional Cubano–Americana. En el mismo se relataban los sucesos, según las versiones por ellos recogidas:

El misterio se ha prolongado por 38 años, sin ningún indicio sobre la suerte que corrieron diez exiliados cubanos involucrados en una expedición secreta contra el régimen de Fidel Castro.

“Lo único que se sabe a ciencia cierta es que una de las personas claves en la llamada Operación Cruz Roja, un magnate norteamericano, ex–propietario de negocios en Cuba, con notable trayectoria diplomática y fuertes vínculos con la CIA, se suicidó en 1977, apenas un año después de que una revista hiciera públicos por primera vez detalles de la fallida expedición.

“Y que transcurridos pocos meses de la enigmática misión, la viuda de uno de los desaparecidos empezó a recibir advertencias anónimas para acallar sus intentos de esclarecer el asunto.

“William D. Pawley, (1) el magnate suicida, dijo entonces a Laudelina Socorro, viuda víctima de amenazas anónimas, que la embarcación donde viajaban su esposo y los demás conspiradores había sido hundida “por error” de las fuerzas estadounidenses, algo que nunca se aclaró públicamente.

“Socorro, de 75 años, estaba casada entonces con Eduardo Pérez González, conocido por “Bayo”, líder de la expedición y apasionado combatiente anticastrista.

“La historia de la Operación Cruz Roja se remonta a los primeros meses de 1963, cuando “Bayo” dijo haber recibido informaciones confiables desde dentro de Cuba, sobre supuestos oficiales soviéticos que habían desertado de la misión militar en la Isla y se hallaban ocultos en la zona de Baracoa, en el extremo oriental del país.

“De acuerdo con una carta en posesión de “Bayo”, los desertores tenían pruebas de que aún permanecían cohetes nucleares en territorio cubano, burlando los acuerdos firmados entre los Estados Unidos y la URSS para poner fin a la Crisis de los Misiles en 1962.

“La supuesta evidencia de los colaboradores militares soviéticos hubiera sido un golpe demoledor para la Administración Kennedy, contra quien apostaban los exiliados cubanos, tras el fracaso de Bahía de Cochinos y el polémico tratado con el líder soviético Nikita Jruchev. Según las primeras revelaciones en torno a la operación aparecida en enero de 1976, el ciudadano norteamericano John Martino, con presunto vínculo mafioso y recién liberado entonces de cárceles cubanas, sirvió de intermediario entre el grupo de “Bayo” y el magnate William Pawley ex–embajador en Brasil y Perú y figura influyente en los sectores conservadores. Pawley, quien mantuvo numerosos negocios en Cuba hasta la llegada de Castro al poder, era un hombre con fuertes nexos con la CIA. Fue él quien colaboró directamente con Allen Dulles, ex–director de la Agencia para reclutar activistas entre los emigrantes cubanos que arribaban por esos años a Miami.

“Finalmente Pawley accedió a participar en la operación, facilitando su yate personal el “Flying Tiger II” para trasladar a los expedicionarios hasta las proximidades de la costa oriental.

“La expedición partió para las inmediaciones de las costas cubanas en las primeras horas del 8 de junio de 1963. Socorro recuerda que la noche anterior, “Bayo” y los demás expedicionarios tuvieron una reunión en la residencia de Pawley en Miami Beach. “Al regresar me dijo que iba a realizar el trabajo porque era un hombre de palabra, pero que no iba contento, porque estaba convencido de la participación de la CIA.

“Según su testimonio “Bayo” no quería saber nada de la CIA luego del fiasco de Bahía de Cochinos. Sin embargo, Pawley había estado en contacto con el general Pat Carter, director asistente de la CIA, quien había recomendado la asistencia de tres expertos para asesorar el operativo.

“Los tres expertos en armamento y navegación viajaron con Pawley y los 10 expedicionarios hasta Gran Inagua, un islote donde la CIA tenía un campo de entrenamiento, al norte de Baracoa. Luego de ultimar los preparativos, el yate aproximó al grupo de “Bayo” hasta unas 10 millas de la costa de Baracoa, hacia donde emprendieron viaje en una lancha inflable de desembarco.

“El “Flying Tiger II” regresó al islote para aguardar el regreso de los expedicionarios, pero tras una espera de varios días e infructuosos rastreos del área, Pawley regresó con su yate a Miami.

“Jamás se supo del paradero de los 10 hombres. Cuba nunca informó del incidente o penetración en esa fecha. También queda como un enigma la presunta deserción de los militares soviéticos en la zona…”

The Miami Herald, al día siguiente, 1 de enero de 2002, publicó la segunda parte del artículo, que daba continuación y final a la historia:

Luego de haber sido dejados a principios de junio de 1963 muy cerca de las costas de Baracoa en el sur de la zona oriental de Cuba, el grupo de los 10 expedicionarios que integraban la Operación Cruz Roja desapareció para siempre y un hombre que manifestó a la viuda que su esposo había sido víctima de una “trampa de la CIA”, murió baleado en un bar de San Juan, pocos días después de haber conversado con ella…

“Los expedicionarios eran: Tomás Vaquero, Luis Jiménez, Denis Regal, Rolando Martínez, René Lamoru, Francisco Hernández, Luis Cantin, Alfredo Mir, Ernesto Dueñas y Eduardo González, alias “Bayo”…

“En octubre de 1963, Socorro pudo encontrarse con Pawley… “poco tiempo después, me mandó a decir con John Martino que amigos suyos en la CIA le habían confirmado que el grupo fue víctima de una equivocación y que los habían hundido los propios americanos, pensando que eran hombres de Castro”, revela Socorro. Pero Pawley nunca hizo pública esa revelación antes de suicidarse. Martino, que había sido intermediario entre el magnate y el grupo de “Bayo”, falleció en 1975…

“Poco después que su esposo desapareciera, Socorro empezó a recibir mensajes anónimos amenazándola de que le sucedería algo si hablaba y no tardó en mudarse para Los Ángeles en 1965. Hasta allí fue a visitarla el exiliado cubano Hipólito Martínez, alias “Polito”, quien residía en Puerto Rico y había sido amigo de “Bayo”… “Polito viajó para contarme que un antiguo colaborador de la CIA le confirmó que al grupo de Bayo no lo mataron en Cuba, sino había sido hundido intencionalmente cuando trataban de regresar al yate en medio de un mal tiempo”, rememoró Socorro. Según ella, “Polito” le explicó que había sido una trampa. En correspondencia con esa versión, los expedicionarios pidieron auxilio, pero fueron acribillados con ráfagas de ametralladoras por los mismos tripulantes del yate… Dos semanas más tarde, ella supo que a “Polito” lo habían matado a balazos en un bar de San Juan…”

No era la primera vez que la historia de William D. Pawley y Eduardo Pérez, alias “Bayo”, aparecía en la prensa y las publicaciones norteamericanas que trataban sobre la guerra de los Estados Unidos contra Cuba. En uno de los libros publicados sobre el tema, El pez es rojo,(2) se relata esta aventura, estableciendo vínculos importantes entre elementos del exilio cubano, la mafia y la CIA. Otro autor, Gaeton Fonzi,(3) quien investigó el asesinato de Kennedy y sus nexos probables con el mecanismo cubano–americano de la CIA, también exponía toda la trama de la conspiración y explicaba cómo en determinado momento Kennedy, a quien estos sectores achacaban la derrota de Bahía de Cochinos, trató de separar la política para con Cuba de los cauces y las estructuras de mando de la CIA.

En la Operación Cruz Roja, según numerosos testimonios, participó una pléyade de personas de diferentes estratos del establishment, entre los que se encontraban: Henry y Claire Boothe Luce, dueños del consorcio publicitario Life–Times Inc., responsabilizados con las campañas de prensa; el general Pat Carter, director adjunto de la CIA; David Morales, entonces segundo al mando de la base operativa de Miami; David Phillips, jefe del grupo CIA en México; Frank Sturgis, Gerry Patrick Hemmings, Rip Robertson, Howard Davis y Hal Hendrix, que representaban al sector mercenario; Carlos Prio, Paulino Sierra, Manuel Salvat y Antonio Veciana, por los exiliados cubanos y, cerrando el abigarrado grupo, John Rosselli, Santo Traficante y John Martino, por la mafia.

Bayo” era un conocido activista del grupo terrorista Comandos L, un desprendimiento de Alfa 66, creado por la CIA dentro del concepto operativo que denominaron “operaciones autónomas”, atendidas entonces por el oficial David Phillips. Ellos fueron los responsables de los ataques realizados a objetivos en la costa cubana durante los días de la Crisis de los Misiles.

Probablemente, la carta mostrada por “Bayo” era una estratagema para “oficializar” una acción en territorio cubano, en tanto desde el principio había un objetivo conocido, que no era precisamente el secuestro de los “coroneles rusos”, pretexto que no podía ser creíble para la CIA y el gobierno, por dos razones fundamentales: una, la salida de los misiles de Cuba fue controlada por la Inteligencia Militar norteamericana, que los contó cuando eran transportados en barcos soviéticos a su regreso, y la otra, porque la operación fue consultada por Pawley al senador demócrata James O. Eastland,(4) presidente del Comité de Seguridad Interna del Senado y persona bien informada sobre la situación en Cuba, quien dio “luz verde” a las acciones.

Entonces, ¿cuáles eran los propósitos de la operación Cruz Roja, que según las informaciones publicadas tenía como finalidad secuestrar a unos informantes rusos para comprobar la presencia de unos misiles que los autores conocían positivamente que no habían en Cuba? Aparentemente, se trataba de un proyecto, con un componente supuesto y otro real, aprobado por el establishment, con el conocimiento de la CIA, y donde sus participantes esenciales resultaban un grupo heterogéneo compuesto por periodistas, mercenarios, oficiales CIA, exiliados y mafiosos, todos unidos por su disidencia con la administración Kennedy a causa de su fracaso en Playa Girón.

En la última parte del artículo citado hay una información, vital a nuestro juicio para desentrañar este entuerto, que dice textualmente:

A principio de los 60, el gobierno de los Estados Unidos había considerado organizar autoagresiones que pudieran servir de pretexto para emprender acciones contra Castro, entre ellas hacer explotar una embarcación norteamericana en la bahía de Guantánamo, según documentos recientemente desclasificados en Washington… El hecho debía usarse para desencadenar acciones contra el régimen cubano. Entre los documentos desclasificados figura un memorando de marzo de 1962, en el cual un funcionario anónimo del Pentágono traza una serie de incidentes bien coordinados (…) que ocurrirían dentro y fuera de Guantánamo para dar una apariencia genuina de haber sido realizados por fuerzas hostiles cubanas. En una carta enviada en 1962 por el jefe de las Fuerzas Armadas, Lyman Lemnitzer, al entonces secretario de Defensa, Robert McNamara, se menciona al memorando como “medida preliminar susceptible de convertirse en plan”…

En dos palabras, organizar una provocación que diera la posibilidad de intervenir militar y “legalmente” en Cuba. No se trataba por supuesto de un hecho novedoso. Antes, según investigaciones del autor, como un componente de Playa Girón y al mismo tiempo que se bombardeaba los aeropuertos cubanos, había un plan para desembarcar por Baracoa una tropa de ciento sesenta y dos hombres en uniformes militares cubanos, encabezada por Higinio Díaz, quien debía marchar a las inmediaciones de la base naval y atacarla con fuego de morteros, creando la impresión de una respuesta del gobierno cubano ante la agresión, para justificar así un ataque militar de los marines, que aguardaban la orden en sus bases de partidas.

Meses más tarde, en julio de 1961, dirigidos por el agente de la CIA Alfredo Izaguirre de la Riva, se pretendió asesinar a Fidel y a Raúl y realizar un ataque similar, que sirviera de pretexto para una agresión militar estadounidense.

Entre 1959 y 1963 se realizaron cientos de provocaciones contra territorio cubano desde la base, que incluyeron el asesinato de pescadores y guardafronteras. Además, la instalación se utilizó sistemáticamente como centro de acciones de grupos terroristas que, apadrinados por la CIA o la Inteligencia Naval estadounidense, incursionaban en el territorio nacional.

Un viejo refrán dice que los secretos cuando los conocen más de dos personas, dejan de serlo, a lo que habría que agregarle la realidad que impone la vida moderna, donde casi todos los secretos son relativos y en poco tiempo, si alguna vez lo fueron, transitan al dominio público. En 1966 en un combate en las costas habaneras entre fuerzas de la milicia cubana y un grupo terrorista que pretendía infiltrarse, resultaron capturados Antonio Cuesta Valle y Herminio Díaz, el primero, jefe de los Comandos L y el segundo hombre de confianza de Santo Traficante, del cual había sido guardaespaldas. Díaz murió a causa de las heridas sufridas en combate, no sin antes confesar algunas cosas, entre ellas la misión del operativo, que consistía en el asesinato de Fidel. Cuesta, gravemente herido, quedó ciego y mutilado.

Años más tarde Cuesta, recuperado y embargado probablemente por sentimientos de agradecimiento a sus captores, que le habían salvado la vida, contó parte de su historia de terrorismo y subversión.5 Las conversaciones en aquel momento fueron complejas, por el hecho de ser evidente su deseo de decir muchas cosas, pero a la vez por la preocupación relativa a la seguridad de los suyos, residentes en los Estados Unidos. Además, era un hombre que para expresar una idea daba por sentado el conocimiento de hechos, a veces ignorados por sus oyentes. Con paciencia y tacto, los oficiales encargados de su caso continuaron estas entrevistas largas y agotadoras, que finalmente posibilitaron construir toda una trama, cual rompecabezas.

Lo primero que esclareció fue el hecho de haberse infiltrado para intentar asesinar a Fidel Castro y que entre los dirigentes del proyecto en el exterior se encontraban elementos de la mafia, ex–oficiales de la CIA y varios exiliados cubanos, entre los cuales ya se destacaba el aún oscuro terrorista Jorge Mas Canosa.

Después, al entrar en la historia de las agresiones pasadas, se habló del tema de las “operaciones autónomas”, Alfa 66 y Comandos L, y también de los ataques realizados durante la Crisis de Octubre. Fue entonces que mencionó a un comando encabezado por un tal Eduardo, desaparecido en 1963 durante un operativo en el oriente cubano, financiado por el matrimonio Luce, William Pawley y la “gente” de Traficante. Según su testimonio, a principios de 1963 su grupo se había unido a un bloque de organizaciones contrarrevolucionarias denominado Junta de Gobierno Cubana en el Exilio (JGCE), dirigió por Carlos Prio, ex–presidente de Cuba (1948-1952), y Paulino Sierra, un asociado del Sindicato del Juego Organizado, más conocido por la mafia, de la cual decía, haber recibido cincuenta millones de dólares para “liberar” a Cuba.

El proyecto consistía en organizar un nuevo ejército contrarrevolucionario que aprovechara un conflicto creado artificialmente, o mejor, una provocación, para desencadenar la añorada agresión militar norteamericana, que les posibilitara asumir el poder civil. Para ello resultaba indispensable la eliminación de Fidel Castro.

De ese asunto se encargaría la mafia, con un equipo que ya tenía listo John Rosselli. Éste, conspirando con Higinio Díaz y el grupo de Nueva Orleans, había contactado con los elementos contrarrevolucionarios de La Habana que debían asumir el “contrato”. El plan era sencillo: preveía situar dos francotiradores en unas edificaciones frente a la Universidad de La Habana, donde se celebraría una concentración estudiantil en conmemoración del 13 de marzo (5) de ese año y desde ese lugar se dispararía contra el jefe revolucionario. Para esto se habían introducido varios fusiles potentes con mira telescópica.

Paralelamente, una provocación militar contra la base norteamericana debía constituir el detonante que obligara al gobierno de Kennedy a actuar sin dilaciones. Fue por ello, quizá rememorando viejos planes, que se escogió un barco de la Armada norteamericana que, en tránsito hacia la base, debía acercarse a las costas cubanas en una posición situada entre Baracoa y el enclave naval.

El grupo de Eduardo, fingiendo ser balseros escapados de la Isla, se aproximaría al barco de la Armada y en un momento dado le dispararía un proyectil de bazooka, huyendo después. Por lo menos eso debió pensar los atacantes. Lo que desconocían es que en el proyecto original del plan se incluía una respuesta contra su embarcación por parte del buque de guerra, el que debía dispararles y hundir su nave, aniquilando a todos sus tripulantes y borrando a testigos indeseables una vez desatado el escándalo propagandístico preparado.

Sin embargo, por alguna causa desconocida, Eduardo y su grupo no realizaron la acción y solicitaron vía radial, su rescate. Según Cuesta Valle, en el momento del encuentro entre el yate de Pawley y el comando, fueron ametrallados desde allí, hundiéndose la pequeña embarcación en las aguas profundas del Caribe.

Hasta aquí las confesiones del terrorista. Parece que el grupo de Pérez González, sin percatarse de ello, se había convertido en un testigo peligroso se diera o no la provocación planeada.

Años más tarde, al salir a la luz pública la denominada Operación Cruz Roja, no fue difícil discernir que el “Eduardo” mencionado por Cuesta no era otro que Eduardo Pérez González, o “Eduardo Bayo”, como fue conocido.

Este operativo, que hoy se complementa con elementos hasta ahora inéditos, podría también demostrar cómo, inmediatamente después de la Crisis de Octubre, se experimentó un distanciamiento táctico entre las estrategias agresivas del gobierno y el “mecanismo cubano–americano de la CIA y la mafia”, a causa del desacuerdo en los métodos y las formas a utilizar. Probablemente, los primeros, pragmáticos, se percataban de que el “hueso cubano” no podía ser quebrado a la antigua usanza y había que buscar formas más sutiles, y los otros, obcecados y amargados por las derrotas, visualizaron la confrontación militar como el único medio para de lograr sus propósitos.

Martino, Rosselli, Pawley, “Bayo”, “Polito”, Sturgis, Morales, Phillips, en fin, todos, murieron sin develar los secretos de estos planes, que confirmaban cómo después de la conclusión de la Crisis de Octubre el proyecto para derrocar al gobierno cubano, se mantuvo inalterable.

Este episodio, posterior a la conclusión de Mangosta y la Crisis de los Misiles, evidencia una vez más, que el denominado “caso cubano”, creado artificialmente por los Estados Unidos, se encuentra la génesis del terrorismo internacional y que entre sus instrumentos fundamentales ha estado el mecanismo cubano–americano, surgido al calor de la guerra encubierta contra la Revolución Cubana, terrorismo que a partir de entonces, en acto de metamorfosis, tal y como si fuese un ser mitológico, devino monstruo de siete cabezas que llegó a escupir su fuego en el propio corazón de los Estados Unidos.

El terrorismo, inventado probablemente hace cientos de años, alcanzó en esa etapa todo su vigor y se convirtió en un elemento de la política exterior de un Estado para derrocar a otro y tuvo entre sus exponentes máximos las denominadas “operaciones autónomas”, donde se oficializó la falacia de que una mano ignoraba lo que la otra realizaba; operaciones que a partir de entonces se ejecutaron bajo ese concepto y que aún permanecen en el anonimato gracias a los artilugios de la burocracia norteamericana, que algún día los desclasificará, en acto de “purificación divina”, para asombrar con sus informes a nuestros descendientes y sin el más mínimo acto de condena para sus ejecutores.

En ese momento, a no dudar, se conocerán secretos inimaginados entre los cuales se encontrarán con certeza: el asesinato de Che Guevara en Bolivia; los golpes de Estado en América Latina, con la secuela de sus represiones dramáticas; la voladura de aviones comerciales; el asesinato de los hermanos Kennedy y de Martin Luther King; los casos Watergate, e Irán-Contras y, seguramente, las conexiones de los operativos de la CIA con los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York.

Sin embargo, Cuba prosigue y continuará su camino, libre y soberana en un mundo donde muchos, han inclinado la cerviz ante el nuevo amo. No siempre, rememorando la fábula, el tiburón puede comerse a la sardina, y en este caso la feroz Mangosta fue vencida por el Cocodrilo verde.

Notas

1.Propietario de la fábrica de gas y de una empresa de ómnibus urbanos de la capital cubana. Además, fue embajador en Brasil Panamá, Guatemala, Nicaragua, y en Cuba dirigió negocios de 1958 a 1961. Fue asesor del presidente Eisenhower y enviado especial de éste para pactar la salida de Batista de Cuba, cuando ya las fuerzas rebeldes encabezadas por Fidel Castro eran invencibles.

2. Warren Hinchle y William Turner.

3. La Útima Investigación.

4. Según el libro antes citado.

5. El autor de este libro participó en esa acción y conoció directamente todas las informaciones relacionadas con este caso.

5. El 13 de marzo de 1957 fue asaltado el Palacio Presidencial por un grupo de jóvenes del Directorio Estudiantil Universitario en un intento de ajusticiar al tirano Fulgencio Batista.

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