El alma en la tierra de Francois Houtart. Por Fernando Martínez Heredia

 

Este 6 de junio murió Francois Houtart, gran intelectual y compañero querido de los cubanos y de los luchadores anticapitalistas y antimperialistas en todo el mundo. Su cercano amigo y colaborador nuestro Fernando Martínez Heredia nos ha hecho llegar este texto de 2011 como homenaje a su amigo y hermano de lucha e ideas. 

El alma en la tierra. Memorias de Francois  Houtart. Por Fernando Martínez Heredia

Cuando mi hermano Carlos Tablada me explicó que iba a plantearle a François Houtart la empresa de trabajo conjunto que ha tenido por resultado este libro, creí que no tendría éxito, a pesar de que desde hace casi medio siglo aprendí cuan empecinado puede ser Tablada. No me imaginé a Houtart dejándose entrevistar durante largo tiempo para contar su vida, porque, como todo el que lo conoce advierte enseguida, François posee una sencillez y modestia verdaderas, rasgo admirable en quien ha descollado tanto por sus labores intelectuales.         

Cuando asumamos de verdad el desarrollo y la socialización de las ciencias sociales y el pensamiento social, esa tarea tan urgente que no debe seguir siendo pospuesta, la obra de Houtart será uno de los aportes señeros que más podrá ayudarnos, en cuanto al acierto en la elección de los temas de investigación, la sabia utilización de los más diversos instrumentos para indagar, una transdisciplinariedad verdadera, una epistemología marxista eficaz y ajena a los dogmas, resultados concretos de enorme valor para el conocimiento, férrea unión de ciencia y conciencia, servicio a las causas populares y un compromiso consecuente de militancia y de crítica al mismo tiempo.         

Ante las memorias de su vida que François Houtart le ha contado a Carlos Tablada no pude evitar recordar algo que hace unos quince años me dijo Frei Betto, que es tan coloquialmente sabio. El imperialismo norteamericano vivía su victoria y parecía omnímodo, la ideología neoliberal pretendía con bastante éxito hacer creer que lo existente era tan inevitable como el clima y el socialismo se había sumido en un profundo desprestigio. Pero muchos seguían luchando. Betto y yo estábamos entre los que bregaban por evitar las rendiciones, mantener el anticapitalismo y recrear la promesa de un futuro de liberaciones. Él me dijo entonces: “la gente no puede leer ahora ensayos y teorías, en esta situación tan mala tenemos que escribir testimonios para llegar a ellos, y acercarles las ideas de maneras atractivas”. Hoy las cosas son en buena medida diferentes en América Latina, pero la batalla cultural se sigue dando en términos muy duros para el campo popular. Las memorias de Houtart son un formidable refuerzo a este campo nuestro, un libro que permite aunar el disfrute con la formación. Ese es un primer logro evidente de la obra.

          Carlos Tablada nos brindará sin duda claves fundamentales de este libro, aunque nadie podría exponer ni siquiera someramente su contenido tan rico, pletórico de datos, situaciones, referencias, anécdotas, muy agudas valoraciones y profusas sugerencias. Por mi parte, me acercaré a la narración y al narrador de manera muy selectiva y subjetiva, y trataré de ilustrar con algunos datos, comentarios y opiniones este fruto feliz, apelando a la amistad entrañable que desde hace treinta años me une al ser humano François Houtart y a la admiración que siento por el incansable luchador por la justicia que ha iluminado su fe religiosa y dedicado su vida a la causa de los pobres, y, al mismo tiempo, por el gran investigador social y pensador.

          Lo conocí en 1982, en Nicaragua. Yo sostenía fuertes relaciones y amistad con los sacerdotes que participaban o apoyaban el proceso, con Ernesto Cardenal, Uriel Molina, Alvaro Argüello, Xavier Gorostiaga, Amando López y el colectivo jesuita, con monjas y curas de diferentes lugares del país, y también con Sixto Ulloa y otros pastores y fieles evangélicos. René Núñez y Liana, dirigentes del FSLN, me dieron opiniones muy favorables sobre aquel sacerdote belga recién llegado. Pronto entablamos amistad. Hablábamos mucho de lo que estaba pasando, como es natural, y del nuevo capítulo que se abría con la Revolución sandinista para la vinculación entre la fe, las prácticas y las ideas religiosas con los procesos revolucionarios y los cambios sociales y humanos en el continente. También conversábamos bastante sobre teología de la liberación y sobre cuestiones de teoría.

Por cierto, Houtart no me hacía las duras críticas al dogmatismo marxista que expresaba Julio Girardi, otro religioso europeo que también vino a Nicaragua a colaborar fraternalmente con la revolución –y con el cual entablé una entrañable amistad para toda la vida–; pero me di cuenta de que el belga manejaba un marxismo con el cual yo estaba totalmente de acuerdo. Era un momento en que las prácticas cubanas y la entrega ejemplar de los internacionalistas daban testimonio de la superioridad de la actitud socialista ante la vida, pero el pensamiento procedente de la isla no estaba a esa altura.

          François relata en este libro aspectos de sus actividades intelectuales en Nicaragua en aquellos años, junto a la inolvidable Genevieve Lemercinier. Quisiera resaltar las cualidades de sus métodos y la buena elección de sus temas de investigación, y lo revolucionario, en el plano intelectual, de esas tareas que realizaban. No venían con recetas de primera instrucción para pueblos exóticos o “jóvenes”; por el contrario, buscaban los rasgos ocultos y los nexos profundos de la gente y las comunidades, para que los resultados fueran realmente útiles e incluso iluminadores de la práctica. Para ahorrar tiempo aquí, les ruego leer con atención las páginas 221-228. Recuerdo que, ante mi gran interés, Houtart me entregó una explicación escrita de un método de investigación cultural transdisciplinar con esos fines, que envié enseguida a Cuba con la esperanza –que no fue satisfecha– de que fuera evaluado y discutido acá.

De la sintonía de esos trabajos de ciencia social con el extraordinario crecimiento de la conciencia social que venían experimentando los pueblos latinoamericanos da cuenta algo que me sucedió pocos años después. Alguien me acercó un folleto boliviano, de edición muy humilde, al que habían puesto un largo título que sustituía al de Autoanálisis de sociedades locales, con el que Houtart había publicado aquel texto en Oruro: Autoanálisis de una comunidad, por el sacerdote Francisco Utar.

          Quería que Houtart conociera Cuba y a él le pareció muy bien mi iniciativa, pero me aclaró que el nuestro había sido su primer país latinoamericano, que lo visitó en 1953, en labores de constitución de la Juventud Obrera Católica. Años después, me contó que había vuelto durante los primeros años sesenta. Pero lo fundamental fue ir conociendo su extraordinaria vinculación con los pueblos del llamado Tercer Mundo y con sus intentos de cambios favorables a las mayorías, sus luchas de liberación y sus personalidades. Un día me habló de su relación con Amílcar Cabral, el gran líder de un pequeño país, el combatiente y pensador marxista que para los cubanos es un símbolo de revolucionario africano y un referente de nuestro internacionalismo. En 1983, cuenta Houtart en este libro, después de presentar con Genevieve la ponencia “Amílcar Cabral y la cultura”, fue hasta su tumba: “Recé con emoción por este compañero que había consagrado su vida, sin buscar nunca la gloria, a la causa de la liberación de los pueblos, la paz y la reconciliación, uno de estos ‘terroristas’ que solo Dios podía recompensar.”

          François es un extraordinario conocedor de las luchas y las vicisitudes de numerosos pueblos africanos, pero no como un visitante europeo, ni solamente como un analista: ha sido, ante todo, decididamente solidario. Esto le llevó a conocer a un gran número de personalidades políticas durante el período que siguió a la llamada descolonización, y a ubicarse ante realidades extremadamente complejas. Recomiendo una lectura muy atenta de las páginas 179-190. Ellas nos asoman a un conjunto de políticos prominentes y a las acciones de las grandes potencias, y nos ofrecen un conjunto de datos y opiniones que sin dudas motivará mucho a nuestros lectores, hijos de un país que se involucró a fondo en aquellos procesos, en los que de una u otra forma participaron varios cientos de miles de cubanos.

          Houtart conoció en Bogotá, en 1954, a Camilo Torres Restrepo, el sacerdote colombiano que avanzó de la doctrina social de la Iglesia a la política popular, se lanzó a organizar a los oprimidos, se convirtió en guerrillero y dio la vida por sus hermanos. François lo invitó a estudiar Sociología en Lovaina, donde anudaron una gran amistad durante cuatro años, relación que mantuvieron hasta que Camilo partió a la guerrilla y a la muerte. Houtart ha hecho honor a su recuerdo y su ejemplo en todo momento, y ha expuesto muchas veces el sentido y el valor de su actuación. Hace tres días se cumplieron 45 años de la caída de Camilo. Aprovecho la ocasión para invitar a François y a todos a la conmemoración que se celebrará el lunes 21, a las 5 de la tarde, en la Catedral Episcopal, en la calle 13 de El Vedado.         

          Si el pueblo de Viet Nam pudo contar con su colaboración decidida y sistemática, las rebeldías latinoamericanas también han encontrado en Houtart una solidaridad que no cesa ni se condiciona. Cuando la represión y el genocidio fueron sucedidos por regímenes entreguistas que multiplicaron el empobrecimiento en nombre de una supuesta democracia y un neoliberalismo despiadado, François no tomó distancia ni buscó un refugio: acompañó a través de ese desierto a los que denunciaban, protestaban y pensaban. Por eso ha sido un miembro de la familia de los movimientos sociales combativos y de los Foros Sociales Mundiales; en 1997, Houtart fue uno de los fundadores del Foro Mundial de Alternativas, contrapuesto a Davos, junto a Samir Amin y Pablo González Casanova, entre otros.

          Houtart ha sido activo en la solidaridad con Cuba desde hace medio siglo. En el libro ofrece solo algunos datos acerca de esas actividades suyas. Tocaré apenas un ángulo entre los que me ha tocado conocer, relativo a su influencia positiva en nuestra formación. Sobre todo a partir de 1979, las realidades latinoamericanas y el internacionalismo motivaron a cubanos marxistas no creyentes religiosos a abordar seriamente la Teología de la Liberación, los movimientos sociales cristianos y los instrumentos intelectuales que podían ayudarnos en esas tareas. Houtart colaboró sistemáticamente con nosotros.

En lo personal, me sirvieron mucho las conversaciones con él, las diferencias y los aspectos comunes de su posición respecto a los de los teólogos y sociólogos de la religión con los que yo compartía, o estudiaba. Llegó un momento en que otro compañero y yo organizamos un curso básico de Sociología de la Religión no público impartido por Houtart, que pasaron unos treinta alumnos cubanos seleccionados. El profesor le dedicó a ese curso todo su saber y su metódico entusiasmo, y el resultado fue óptimo para el desarrollo de los participantes. Para multiplicar los efectos decidimos hacer un libro con aquellas lecciones, y François se aplicó férreamente a redactarlo, en un español escrito que a veces era infernal. Al fin estuvo listo, y logramos publicar el libro Sociología de la religión, primero en Nicaragua, en 1992, pero con circulación en Cuba. Después ha tenido varias ediciones. 

          Entre tantas cualidades de Houtart hay una que todavía suele deslumbrarme. Uno puede pedirle que profundice acerca de muy variados temas, situaciones, países, conflictos, estrategias del mundo de hoy, y él desarrolla cada asunto con una visión sintética combinada con detalles e ilustraciones, en su complejidad, esencias y tendencias probables, y todo con sencilla claridad.

Su vocación de sociólogo animó un día al joven sacerdote a preguntarse: ¿cómo es posible que la clase obrera pueda ver como adversario al cristianismo, que es un mensaje de emancipación humana? Así inició un largo camino de investigaciones al servicio de sus ideales. A lo largo de dos tercios de siglo, unas y otros se han desplegado, desarrollado y madurado. Desde el inicio hubo oprimidos y explotados de los pueblos colonizados que llamaron a aquel sacerdote que quería trabajar por la justicia para todos y sabía identificar a las clases sociales y sus conflictos. Hoy este adulto mayor poseedor de una vitalidad que asombra está cargado de experiencias y de conocimientos, y es para todos el compañero prestigioso cuya palabra es esperada y oída, el analista y el internacionalista en una sola pieza. Y uno está convencido de que le falta mucha obra por hacer.

          En poco más de una página, al inicio del libro, François explica por qué ha dado este paso de dejarse entrevistar, y en un manojo apretado de oraciones sitúa y acota lo que puede esperarse de su narración, de su experiencia vital y de sus condicionamientos, y la suerte que ha sido para él, dice, encontrarse en la convergencia de varias redes de relaciones sociales. Le alcanza el breve espacio, eso sí, para reafirmar diáfanamente sus principios. Y se encomienda al lector, con la esperanza de contribuir, de dar.

          Quede tranquilo François Houtart. Al que comience a leer este libro le será imposible dejarlo sin terminar.

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