Cultura, economía y medios de comunicación en la Cuba actual. Por Oni Acosta y Arístides Vega Chapú

 

La revista cultural La Jiribilla publica dos textos muy valientes y valiosos de los amigos Oni Acosta Llerena y Arístides Vega Chapú que, aunque de origen diferente, me parece dialogan entre sí. 

Videoclips e industria: ¿matrimonio feliz? Por Oni Acosta

La segunda postura tiene que ver con mi distanciamiento sobre el hecho creativo que rodea al video per se, es decir, a sus directores, ya que no es mi intención criticar o ponderar el trabajo integral de un creador determinado, sabiendo de antemano que la principal diferenciación estilística del clip es su nacimiento como obra por encargo en pos de una necesidad expresiva y, por vasos comunicantes, de una macro necesidad de mercadotecnia. Por ello prefiero enmarcar mi texto en el camino de la consecuente necesidad de hilvanamiento entre la industria de la música, en la Cuba de hoy, y la funcionalidad del clip, de sus diversos esquemas en  ocasiones miméticos o que son reflejo de una subculturización a todas luces, gestada en la más decadente imagen edulcorada y simplista de la vida.

Creo que debemos partir de lo que considero el problema primario: la no existencia de un mercado de la música en nuestro país. Al no convivir juntas las necesidades creativas y, por ende, económicas de la discografía y la música en Cuba, el mercado pierde un componente esencial que, en otros contextos (ni buenos ni malos, sino simplemente otros) pudiera funcionar de manera más flexible y dinámica. Tal y como está diseñada nuestra arquitectura artística, el Estado subvenciona gran parte del hecho artístico: la enseñanza, los grupos, solistas, discos y teatros; lo cual ha dado un valor moral, subjetivo y de fuerte impacto en la sociedad durante estos años de Revolución. Ahora bien, ¿tiene esa línea una comunión necesaria con la realidad? ¿Acaso merecen todos el mismo trato, musicalmente hablando?

El ánimo estatal de llevar la cultura a cada confín del país —que se verifica a través de una acertada política—, no tendría por qué contraponerse a un diseño competitivo, y quizás hasta de mercado, que provea cierta jerarquización porque, al final, no todas las propuestas musicales de estos años han sido válidas. Desafortunadamente, esa política que surgió como zurrón para la protección de géneros y la consolidación de cubanísimos proyectos, ha devenido, en ocasiones, en proteccionismo innecesario a ciertas zonas que ni son cultura, ni son creativas; dándole a muchos la potestad de exigir dividendos o prebendas que sabemos, en buen cubano, no merecen. Y con esos truenos es muy difícil concertar un diseño que permita publicitar, mostrar y mercadear con la música en terreno propio, pues las instituciones de la cultura no pueden lucrar ni poner el hecho económico por encima del artístico. Esta razón conlleva entonces a que un artista no se preocupe por la promoción de su concierto, o de llenar algún teatro porque de su total, mediano o mínimo aforo su bolsillo no se verá afectado o beneficiado, pues todo, absolutamente todo, es subvencionado por el Estado.

Amén de esa imposibilidad de publicidad, que solo persigue el contacto del artista con su público, surge entonces otro problema consistente en la dicotomía monetaria que hace que un disco tenga que producirse —a causa del bloqueo— en moneda fuerte y, por consiguiente, venderse en moneda convertible. Dicho de manera expedita: los discos se demoran en su proceso de fabricación y puesta en el mercado nacional, por lo que los músicos en un 80% optan por un paliativo por cuenta propia, y es el producirse sus audiovisuales, con énfasis en el videoclip. ¿Y por qué puse los ejemplos de las subvenciones y la doble moneda como causas directas? Porque en mi opinión, para poder generar dinero que se traduzca en comprar instrumentos, accesorios, vestuario, afiches y demás, los músicos tienen que acceder a espacios no masivos y a veces ni siquiera culturales, para lo cual sí necesitan de la publicidad que brinda el clip. Además, ante la lentitud del proceso fonográfico y el auge de la piratería que desangra no solo al artista, sino al propio Estado, el videoclip es la manera más directa de no perder actualidad ni público ¿Cómo puede haber un mercado casi privado del videoclip en Cuba, con Premio incluido, donde muy pocas entidades del disco están representadas? 

Poniendo las cosas en orden, en Cuba solo existen tres casas discográficas de gran impacto: la Egrem, Bis Music y Producciones Colibrí. Una cuarta, Producciones Abdala, desde hace años posee una discreta presencia en el país, por razones económicas; sin embargo, no es desdeñable su catálogo. Otras entidades que aportan —aunque pocos— fonogramas al país, son el Centro Pablo de la Torriente Brau, Producciones Habana Radio, Ojalá y algunos Centros Provinciales de la Música. Es decir, las contamos con las manos y nos sobran dedos. ¿Y esas pocas casas discográficas hacen tantos videoclips al año? La respuesta, sobradamente, sabemos que es no. Y no voy a cuestionar la validez de lo estatal o lo realizado de forma particular, pero en materia musical no creo que sea la ley del libre albedrío la que deba prevalecer, pues entonces no tendrían razón de ser ni el Instituto Cubano de la Músicao el propio Ministerio de Cultura. Un producto musical de mediocre factura, que coquetea con la más absoluta maquinaria de mal gusto, no debe ser el que se publicite a todo bombo y platillo por nuestra TV de carácter público, y aclaro que estoy hablando de mediocridad y mala factura musical.

Ahora bien, para ser justo y ético, algunos buenos músicos tienen que buscar en el videoclip por cuenta propia la manera de expandir su arte, pues las casas disqueras ya están sobregiradas en cuanto a presupuestos para tales fines. Y aquí entonces habría que repensar bien el asunto, a sabiendas de que hoy, tanto en Cuba como en buena parte del mundo, lo que verdaderamente está moviendo al artista es la modalidad de venta en caliente, en espacios festivos donde el público, eufórico y delirante, compra de manera impulsiva el disco del artista con el cual está disfrutando ese momento recreativo; así adquiere productos musicales que no han llamado su atención antes, aun cuando muchos de ellos estén disponibles en las tiendas correspondientes. 

Entonces, ¿qué determina en un elevado grado, que ese concierto se llene para que, por consiguiente, la disquera pueda vender el disco, la gorra, la manilla y toda la mercadotecnia al respecto? Sin dudas, el elemento primordial es el clip,  lo que me conduce a plantear que nuestras empresas discográficas tienen que reestructurar sus presupuestos y, tal vez, dedicarle más a la producción de videoclips que al propio CD que, en muchas ocasiones y previamente pirateado, al más puro estilo de Jack Sparrow, se torna mustio en las tiendas. Claro, en Cuba la industria no produce la mercadotecnia alrededor del artista, solo el CD y un afiche, casi siempre hecho de manera apurada; lo cual anima y propicia que el propio artista se haga dueño de sí mismo y que, en su afán de recuperar lo gastado o de producir lo necesario para nuevos desafíos, no tenga en cuenta elementos como el buen diseño, el uso correcto o adecuado de la fotografía, el uso de colores y otros factores.

Como sucede en muchos casos, lo popular no va ligado a la calidad, y una zona de mal gusto se ha ido esparciendo en nuestra sociedad a velocidad inusitada. Eso explica, de algún modo, cómo mediante la legitimación televisiva en programas de moda, la propagación de una ¿canción? plagada de acordes simples, con letra escrita por un estudiante de segundo grado, unido a una mala imitación de Chayanne o Shakira, conduce al delirio a centenares de espectadores. Lo que sucede es que cada día el populismo se impone al buen criterio, y es polémico que la mayoría de los clips de hoy sean de músicos que no están promocionando un disco y que algunas veces ni siquiera pertenecen a una empresa de la música. Súmese a esto que algunos de los artistas más populares de hoy, profesan esa religión llamada merengue electrónico, y sus clips reflejan realidades, actitudes, atmósferas e historias bien coherentes para Londres o París. Digo esto porque, dicotómicamente, La Habana se ha tornado un lugar ideal en lo fotográfico y místico para muchos músicos de talla internacional, mientras los cubanos hacen el movimiento contrario: buscan en otras realidades la satisfacción de sus expectativas. En lo musical sucede un fenómeno casi similar: mientras Marc Anthony, Gilberto Santa Rosa, José Alberto el Canario y otros buscan en este tesoro sin fin (y ganan Grammys, Grammys Latinos, etc.), muchos músicos locales trastocan la brújula e invierten el catalejo.

Hace varios años, publiqué un artículo donde valoraba ―como ahora― varios afluentes del clip cubano, y de la industria. Muy poco ha cambiado. La música que se consume en Cuba no es aquella por la cual somos famosos: llena más un teatro un grupo de reguetón que Omara Portuondo y, amigos míos, la pirámide continúa al revés. No abogo por desmontar lo hecho, lo logrado; ni por censurar la mediocridad. Clamo porque el buen gusto y los presupuestos sean bienvenidos y mejores utilizados, y porque el clip cubano sea visto no por exaltar azoteas o solares, o músicos colmados de bufandas haciendo un picnic en un terreno árido como Texas o el Sahara. En eso la creatividad juega un papel primordial, pero el mercado hace lo suyo: si la competitividad solo es privilegio del mismo equipo, todos aquellos que quieran cambiar las reglas serán desterrados. Pero, ¿en nombre de quién o de quiénes?

La industria de la música debe sustentarse con estudios, ya sean de mercados establecidos o potenciales, donde los psicólogos, semiólogos, productores y demás especialistas, hallen los modos de seducir y complacer, tratando a cada rama según los intereses de sus respectivos mercados potenciales. Sin embargo, tales campañas están basadas en factores y presupuestos que acá no son iguales, además de que manejamos otros criterios acordes a nuestra realidad social y política, a nuestra independencia cultural. Pero al final del camino, las campañas publicitarias de muchos músicos cubanos se guían por gustos personales del jefe en turno, o de aquel que dicta poner lo que su propia conciencia le sugiere, como lo sucedido hace unos años con el tema El chupi chupi, donde muchos medios de comunicación y expertos quisieron echarle toda la culpa al autor, cuando en mi opinión fueron los propios programas de TV y radio quienes potenciaron hasta el cansancio la controversial canción, para luego lavarse las manos y acatar la prohibición, descargando toda la culpa en el compositor e intérprete.

Deberíamos potenciar el mercado joven, sin desconocer que la sociedad no se reduce a ese segmento, consumidor de bailes y modas, de peinados raros y normas transgresivas.

Sé que imponerle a un joven hoy día que delire por Eliades Ochoa o Chucho Valdés, es casi un sacrilegio. Deberíamos potenciar el mercado joven, sin desconocer que la sociedad no se reduce a ese segmento, consumidor de bailes y modas, de peinados raros y normas transgresivas. Y ahí, precisamente ahí, volvemos a tropezar con el mismo muro: el seguir creyendo y haciendo arte de forma monotemática, solo para una zona de la audiencia que, en cualquier otro escenario, no dicta todas las normas del mercado ni del gusto. Al contrario, las construcciones de esos mercados y de otros en vías de consolidación van buscando un tamiz más profundo y con cierta holgura económica que permita, en un mismo plazo, suplir a aquel adolescente que si bien tiene sus gustos propios, no está en edad laboral y, por lo tanto, no es independiente, económicamente hablando, por otras franjas de espectadores con poder adquisitivo real para contribuir, de una manera u otra, a la sustentabilidad y el crecimiento del arte. Claro que para lograr tales propósitos se han de trazar esquemas y configurar patrones de visualidad que reflejen realidades cercanas a ese otro segmento, las cuales responden a su vez a los referentes culturales e identitarios que se constituyan en prioridad de la sociedad y el país donde se genere el hecho cultural en cuestión.

¿Qué nos toca hacer? Por Arístides Vega Chapú

Si coincidimos con que una mentira repetida cien veces se convierte en verdad, nos daremos cuenta del poder de los medios de comunicación, y el peligro que suponen cuando mal jerarquizan, priorizan lo inservible, hacen famoso al que no lo merece, hacen creer qué es lo que se prefiere, lo que está de moda y visualizan zonas de la seudocultura que nada tienen que ver con la real, la que hemos alcanzado y estamos llamados adefender.

Pero no son solo los medios los que valorizan determinados fenómenos y le franquean, pese a su mediocridad, el acceso a todos los espacios posibles. Desde otros poderosos contextos se hace creer a muchos que esa chatarra imitadora de otras chatarras foráneas son la cultura de una nación que no solo cuenta con una política cultural acertada, sino con una tradición y una larga historia en  la alta cultura.

Algunos decisores locales, basándose en el absurdo y desestimador concepto de que responden al gusto de una mayoría, que ellos mismos han contribuido a deformar y que está por ver cuán mayoritaria es, pues hasta donde conozco no se ha hecho un estudio serio de ese fenómeno; tributan a la visualización y jerarquización de fenómenos como los que, ciertamente, han proliferado en los últimos años.

Ocurre además que muchas veces los protagonistas de semejantes acontecimientos, sobre todo en el caso de la música, el más visible de nuestros géneros artísticos, no han entrado jamás a una academia y nadie puede explicarse cómo lograron vencer una rigurosa evaluación artística (que resulta compleja incluso para instrumentistas que muestran virtuosismo, deseos y condiciones técnicas), para ganarse el derecho a ocupar un escenario. A estos les basta más o menos con ser medianamente afinados, poseer un código de “belleza latina” que se ha establecido, y entrenar el cuerpo con ejercicios físicos que, a falta de talento, exhiben desinhibidos en cada espectáculo. Tales cantantes suelen ser vulgares no solo en las letras que mal defienden, sino en su comportamiento y falta de educación y cultura, ingredientes esenciales para granjearse la imitación y el fervor de un considerable sector del público.

Pero sucede además que muchos de estos seudo artistas han logrado ganar, por cada presentación pública, más que cualquier proyecto musical o artístico serio de los muchos que existen, para orgullo de nuestra cultura y confirmación de la valía de un sistema de enseñanza artística como el que hemos creado y sostenido. A El Micha, por ejemplo, uno de nuestros municipios le acaba de pagar, por un concierto, treinta y cinco mil pesos, el equivalente al derecho de autor de más de siete libros de la Editorial Capiro; esto sin que nadie sepa a ciencia cierta quiénes deciden esos altísimos pagos que, por supuesto, salen de los presupuestos estatales o de cualquier otro fondo que debería destinarse a proyectos culturales que aporten a la formación de un pueblo que merece disfrutar de tanto buen talento formado también a costa de sus sacrificios.

La única explicación que uno puede encontrar a todo esto es que con ello se beneficie económicamente el programador, el decisor y sabe Dios cuántas personas más; integrantes de equipos de trabajo concebidos para diseñar y articular una programación verdaderamente cultural, coherente con la política cultural del país y consciente del valor cultural que ha de respaldar semejantes gastos, siempre a favor de la promoción y difusión de lo mejor de nuestra cultura.

Por eso estos mismos municipios no tienen presupuesto luego para asumir el pago a los escritores que asisten a las Ferias del Libro planificadas en cada territorio, o simplemente no son capaces de costear una peña o actividad sistemática de cualquiera de las prestigiosas instituciones musicales con que contamos en el territorio.

Cuando he podido acceder a la ejecución del presupuesto para la cultura por municipios e instituciones, me he preguntado si alguna vez quienes están mandatados para ello revisan frecuentemente a qué manos van a parar esos dineros y cuánto realmente se invierte en proyectos útiles y válidos, integrados por los artistas y escritores más importantes de la provincia. ¿De qué manera se pude justificar que muchos de estos artistas de gran valía hace años no participan en actividad alguna en ningún municipio o que muchos de los que llamamos vanguardia literaria (categoría casi en desuso por la falta de jerarquización imperante) hace años no es invitado a un Café Literario de los que financia el propio Municipio de Santa Clara?

Está claro que resulta escabroso y hasta peligroso entrar en este terreno, puedo dar fe de ello, pero no es menos cierto que lo que no hagamos hoy, en este sentido, lo lamentaremos mañana; sobre todo quienes tenemos conciencia del retroceso cultural que ya es posible visualizar en todo el país.

La idiotización y vulgaridad imperantes, la falta de compromiso y el apego a consumir lo peor de una subcultura que florece con saña, unido al desconocimiento de los valores defendidos durante todos estos años por nuestra política cultural, imprescindibles para discernir entre lo que aporta y lo que daña, avisan del peligro que corremos.

También creo que todo esto ha sido posible por la crisis que muchas instituciones culturales muestran, entre otros motivos por los bajos salarios que reciben sus trabajadores, lo que ha conducido a una falta de especialización y retención y a un considerable descenso del nivel profesional de las instituciones. Creo además, que la corrupción (palabra a la que tanto le tememos) tiene también mucha responsabilidad en todo esto.

Considero además que la UNEAC, como espacio aglutinador de la vanguardia artística y literaria, está llamada a constituirse en espacio de resistencia a estos fenómenos que tanto afectan el sostenimiento y desarrollo de la cultura. Y debe hacerlo, en primer lugar, manteniendo en sus predios una programación coherente e inteligente, que sirva como referente o primer escalón para ganar ese derecho a encabezar una batalla que es, en primerísimo lugar, de orden político y que pasa, en el caso de las asociaciones de creadores, por la jerarquización de sus miembros, de sus proyectos y por su vinculación con la comunidad, a la cual ha de tributar lo mejor de nuestras creaciones.

En este sentido, la UNEAC villaclareña está en condiciones de encabezar esa gran batalla porque la cultura, en tanto espiritualidad del país, siga siendo escudo y espada de la Nación, más allá de la repetición vacía de la frase, en tiempos en los que urge cubrir todos los espacios posibles con nuestras mejores ideas y proyectos.

 (La Jiribilla)

 

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8 Responses to Cultura, economía y medios de comunicación en la Cuba actual. Por Oni Acosta y Arístides Vega Chapú

  1. Juan Carlos Corcho Vergara says:

    ´´Está claro que resulta escabroso y hasta peligroso entrar en este terreno, puedo dar fe de ello, pero no es menos cierto que lo que no hagamos hoy, en este sentido, lo lamentaremos mañana; sobre todo quienes tenemos conciencia del retroceso cultural que ya es posible visualizar en todo el país.´´ Mis felicitaciones a los dos autores por su valentía, han tenido el coraje de visualizar ´´cosas´´ que solo en los debates de la UNEAC se escuchan, creo que si realmente existe la voluntad de acabar de tajo con todo este fenómeno, estos artículos debieran ser publicados en los medios de difusión más masivos, y discutirlos hasta en la mesa redonda con los altos directivos de la cultura del país, yo me he cansado de decir que toda la música que no se pague por puerta por el ´´consumidor´´ es subvencionada, y desgraciadamente ´´algunos´´ decisores inescrupuloso han ´´ subvencionado´´ sus bolsillos y buena parte de toda la porquería musical , con el presupuesto del estado, y es cierto, es hasta peligroso entrar en este terreno, ustedes escribieron no con seudónimos plasmando sus nombres con valentía y responsabilidad, a cuantos funcionarios que no dudo de su honradez, porque sé que los hay, veremos comentar en este foro con sus nombres y sus cargos, alguien por este mismo medio y refiriéndose a la corrupción dijo que el que tenga miedo que deje el cargo y si no se compre un perro, realmente sería una cobardía dejarlos solos en este combate que presumo parece que finalmente va a comenzar. Ustedes me recordaron al valiente periodista Julio Batista y su famoso adjetivo para nombrar a los corruptos, rastacuero Nuevamente mis felicitaciones a los dos.

     
  2. yunier says:

    Muy importante artículo, ya que lo que para muchos parce un fenómeno mundial, natural, es simplemente el producto de una guerra cultural que busca que perdamos nuestros valores e identidad cultural, supuestamente integrándonos al mundo globalizado. No quiere decir esto, que el problema esté fuera de Cuba, todo lo contrario, lo que resulta prioritario es lo que hacemos en casa, para evitar que tan dañino fenómeno nos afecte lo menos posible o contemos con un potente y bien respaldado movimiento cultural propio y de muy buena calidad. En ese sentido coincido con los autores, en que se debe revisar y repensar lo que hacemos desde los medios nacionales hasta los proyectos culturales de los municipios y su territorios. Como democratizamos más en sí el fenómeno cultural y hacemos al público más que simple receptor, participante activo de su producto cultural, que pasa desde estudios de opinión, promoción de talentos jóvenes y formados en nuestras academias, hasta participación y transparencia en la aprobación de presupuestos y proyectos; que al final todos juntos deben fortalecer y defender la cultura nacional, no una arcaica e impuesta sino una renovada y con calidad. Talento para eso tenemos.¿ Qué necesitamos? En mi opinión, identificar el problema, diagnósticar las implicaciones, identificar actores estratégicos, plantearse objetivos claros y concretos y llavarlos adelante en una estrategia bien pensada y articulada, que se actualice, retroalimente de sus resultados, a través de la participación y consulta con el pueblo. Recuerden que el fenómeno cultural pasa por lo político, lo económico, lo social, lo psicológico, lo estético y define a Cuba como nación.

     
  3. Juan Carlos Corcho Vergara says:

    No creo que sea muy difícil regularizar los presupuestos del estado que se destinan a la ´´comercialización´´ de las agrupaciones musicales para las actividades, dígase peñas, conciertos, o bailables, y hasta el propio presupuesto que en el turismo y gastronomía se destina para las presentaciones artística debe ser regulado y auditado, desagregar y auditar quilo a quilo este financiamiento este donde este, hay que acabar con el eslogan del que paga manda , aquí quien tiene que mandar es la política cultural del país definida por Fidel casi desde el inicio del triunfo revolucionario.

     
  4. Juan Carlos Corcho Vergara says:

    Cuando digo regularizar me refiero cualitativa y cuantitativamente de manera integral , partiendo de la política cultural ,es decir calidad y pertinencia , analizar lo que se paga , a quien se paga y por qué se paga, los artistas y agrupaciones de alto poder de convocatoria y de alta calidad certificada, pudieran también realizar sus actividades en la modalidad de oferta y demanda , es decir cobrar la puerta para quien quiera pagarla, pero pagando con el presupuesto del estado no creo pertinente, ni transparente se aplique la modalidad de oferta y demanda, esto sería una falacia que legitimaria el cambalacheo.

     
  5. Arturo Ramos says:

    Los decisores gubernamentales debieran rendir cuentas de la ejecución de las políticas aprobadas públicamente. Pero no debe ser una rendición de cuentas medio cómoda al estilo de una participación en la Mesa Redonda. Sino por ejemplo en ese mismo espacio, pero interactuando con críticos (de los mejores, ejemplo: los dos autores de este trabajo), donde haya que abordar los espacios más complejos, incluyendo, por ejemplo: ¿Tiene que ver la dádiva de los creadores a los directores de programas con que los espacios televisivos repliquen en demasía la mala obra artítica?
    En fin, ya lo dijo el Comandante: …si se salva la Cultura, se salva la Revolución, así que a trabajar…

     
  6. En comentario anterior, de apenas unos minutos hablaba de los estudios de públicos, consumidor o audiencias, con motivo de un artículo que leí hoy en Cubadebate sobre las comunicaciones. Dialogaba sin quererlo con estos buenos artículos que acabo de leer, llenos de valentía y objetividad. No hay que salir de casa para visualizar la falta de estratificación en que hemos caído sobre todo en la música (porque es la que más se ve). La jerarquización pasa por la instrucción en el arte, la profesionalización primero y luego, por todo el andamiaje de la socialización del arte, que incluye todos los estudios de públicos, audiencias y consumidores, mercado, planificación y gestión en general. Lo popular, por su naturaleza y justeza, debe ser de elevado nivel, no significa que sea menor que lo culto: eso es un constructo burgués de cientos de años, del elitismo que siempre caracterizó a aquel régimen.
    Por otro lado, no es solo el caso de El Micha, hay municipios que hace rato que no ven a un buen artista, porque lo que piden esos artistas el municipio no lo puede pagar. Entonces, ¿dónde está el problema? Y hay otros casos que muchos lo conocen.
    Pienso que los capitalistas nacen con su mecanismo de control, es congénito, de su misma naturaleza, por eso no les pasa lo que a nosotros, que sobre aquellas bases “tradicionales” tenemos que crear las nuestra. El hecho de que nuestro Fidel haya remarcado los lineamientos de nuestra política cultural en reiteradas ocasiones, no significa que disponemos de los mecanismos necesarios para cumplir esos lineamientos. Continuamos con el mismo problema de los tiempos actuales, el cambio de mentalidad; solo el cambio de mentalidad nos hará cambiar los mecanismos o convertir en más eficaces los que tenemos.
    Pienso en fin que se impone la revisión de toda la casa que hemos edificado, como dice la canción de Tony Ávila, La casa, sin que se pierda la esencia de la estructura socialista.

     
  7. Juan Carlos Corcho Vergara says:

    Qué pena que estos trabajos pasen inadvertidos

     

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