Los organizadores de este homenaje le han dado una solución muy acertada al problema casi insoluble de evocar en un tiempo tan breve una vida tan rica en valores, acciones e ideas, y tan prolongada. Escogieron tres aspectos del protagonismo de Hart en la Revolución: en la educación, en la cultura –desarrollados de manera magnífica por Lesbia Cánovas y Graziella Pogolotti– y en la conducción política y el pensamiento, tema al que trataré de que nos acerquemos ahora.
La práctica política es el centro de la actividad vital de Armando Hart desde que era un jovencito, y sin la praxis resultaría incomprensible su pensamiento social y político, porque ella desempeña también una función teórica en sus ideas. Seré muy selectivo, porque me parece que lo más positivo para honrarlo es ponerlo en función de servicio, como ha hecho él con su persona en todas las circunstancias de nuestro proceso. Intentaré entonces mostrar, aludir e interesar en que conozcan y manejen las experiencias políticas y el pensamiento revolucionario del joven Armando Hart los jóvenes cubanos de hoy, que se apoderen de un ejemplo que tanto necesitan, y de que todos nos detengamos a pensar cómo sacarle provecho en la coyuntura tan difícil que vive nuestra patria a la maravillosa experiencia y el singular y creador pensamiento que produjeron Fidel y sus compañeros, el hecho que logró cambiar el curso esperable de los acontecimientos, desatar las fuerzas del pueblo mediante la insurrección armada, tomar el poder, lograr la liberación nacional, cambiar a fondo las vidas, las relaciones sociales y las instituciones, y poner en marcha una nueva Cuba.
Esta historia fue la del triunfo del socialismo cubano, y Hart es uno de los grandes pensadores del socialismo cubano. Apasionado con el Derecho, casi no ejerció la carrera, porque andaba en busca de que todos llegaran a gozar de todos los derechos. Con apenas veintidós años de edad, supo darse cuenta enseguida de que el golpe y la dictadura batistiana no eran causa, sino consecuencia del orden capitalista neocolonial, y había que convertir el derecho constitucional a la rebelión en una insurrección organizada por grupos conscientes, ir expandiendo su fuerza y su divulgación, clarificar e incorporar masas, erradicar confusiones y aprender a combatir, dar la vida por la causa como si fuera algo natural, convertirse en ejemplo, unirse bajo la bandera de la insurrección armada y multiplicar las fuerzas, aprender a vencer.
Todo eso puede parecer fácil, y hasta ignorarse que existió, si lo reducimos a aniversarios. Pero era lo más difícil del mundo; en realidad, parecía imposible. Ahí se forjó Armando Hart, en la pelea por convertir los imposibles en realidades, y llegó a ser uno de los compañeros dirigentes más capaces y queridos. Conoció a Fidel, el mayor de todos y el que veía más lejos, el del ejemplo, la capacidad superior de conducción y la voluntad férrea de organizar y de pretender el poder para hacer una revolución. Se unió a Fidel cuando fundaba el Movimiento 26 de Julio, y pronto ocupó responsabilidades. ¡Qué tiempo tan hermoso aquel, cuando los mejores no deseaban ser jefes, sino servir más! De esa fragua y de esa cantera salían los verdaderos dirigentes.
Hart ya tenía ideas muy radicales, desde muy temprano. ”Me hice fidelista porque Fidel ha sido capaz de defender y materializar con dignidad y talento los paradigmas éticos y democráticos revelados en esa tradición patriótica”, dice cuarenta años después. Tenemos que lograr que se conozca bien, se divulgue y se enseñe en las escuelas el pensamiento revolucionario radical cubano, sus características, sus etapas y sus hitos fundamentales, las íntimas relaciones entre las ideas y la actitud y actuación revolucionarias de esos pensadores, su cualidad decisiva de unir la lucha nacional con la lucha de las clases oprimidas, las sucesivas relaciones que tuvo ese pensamiento con ideas revolucionarias más universales. Y, sobre todo, la gran creatividad que estuvo obligado a poseer, para superar el horizonte, las ideas y las reacciones de colonizado que la universalización colonialista del capitalismo sembró en países como el nuestro, un mal terrible y ubicuo que se niega a perecer, y que es muy capaz de agazaparse, esperar y regresar.
Debo añadir aquí que Armando Hart fue en todo momento, desde su ingreso hasta el triunfo de la insurrección, un destacado combatiente, tanto en el desempeño de todas las misiones que cumplió como en su conducta como dirigente del Movimiento, y que durante todo 1958 mantuvo una dignidad ejemplar como prisionero –a riesgo de ser asesinado—y como dirigente de los compañeros presos.
Cuando suceda el rescate y socialización del radicalismo revolucionario cubano, será imprescindible estudiar el pensamiento de Armando Hart. Se podrá entender mejor por qué escribió: “me hice marxista a partir del sentido de universalidad que nos forjó el ideal martiano”. Por qué le escribe a Celia, el 6 de diciembre de 1957: “creo que tenemos la necesaria organización para iniciar una verdadera revolución social. Si Alex (Fidel) está dispuesto a dar ese paso será uno de los días más felices de mi vida. Porque él tiene una extraordinaria capacidad para comprender cuándo políticamente debemos hacer planteamientos de tipo radical”. Y por qué en noviembre de 1959, en medio de una discusión en el Consejo de Ministros del Gobierno Revolucionario, dijo Hart: “Para entender a Fidel hay que tener muy presente que está promoviendo la Revolución Socialista a partir de la historia de Cuba, América Latina y el pensamiento antimperialista y universal de José Martí”.
Los trabajos de Hart de aquella primera etapa, publicados en la prensa clandestina, su epistolario y los discursos de los primeros años del poder revolucionario son una de las fuentes más valiosas para estudiar aquel movimiento histórico que liberó al país e inició las transformaciones más profundas de toda la historia del pueblo cubano. Aquella fue la etapa en que el socialismo cubano logró organizarse, combatir con su personalidad propia, convertirse en alternativa de poder, triunfar, conducir la defensa y permanencia del poder revolucionario y guiar las grandes transformaciones sociales y de las personas.
José Martí solo pudo encontrar suelo real para su proyecto sesenta años después de su caída, pero Fidel, sus compañeros y el pueblo liberado lo pusieron en marcha y lograron un avance prodigioso en su realización. Junto a Fidel estuvo Hart en los organismos centrales políticos y estatales, en todas las jornadas gloriosas y en todos los días de trabajo agobiador, de difícil tejido de la unidad de los revolucionarios y concientización del pueblo, de multiplicación de los actores conscientes mediante la alfabetización y la revolución educacional, de intentar una y otra vez que funcionara bien la nueva economía, obligada por su naturaleza socialista a tener como objetivos supremos la redistribución a fondo de la riqueza social, la viabilidad como economía nacional y los planes de desarrollo.
Armando Hart fue uno de los protagonistas de los combates por el triunfo de las ideas más revolucionarias dentro del campo revolucionario, que fueron tan importantes en aquellos años, y de que la asunción de la teoría del marxismo por nuestra revolución socialista se correspondiera con la naturaleza de ella, en vez de ser un adorno o convertirse en una camisa de fuerza. Si nos salvábamos del sistema en que se había deformado a fondo y vuelto un dogma estéril el marxismo –desvío que había predominado en el mundo en las últimas décadas–, e impedíamos las manipulaciones oportunistas, el marxismo sería un instrumento primordial para la creación y el desarrollo de una nueva cultura. Una cultura que tendría, entre otros asuntos principales, que ser capaz de modernizar al país a la escala de todos y en beneficio de todos, a la vez que hacer la crítica profunda y esencial del carácter capitalista que tiene siempre la modernización sin apellido.
El 3 de octubre de 1965 quedo fundado el Partido Comunista de Cuba, al constituirse su Comité Central, con Fidel, el líder máximo de la Revolución, como Primer Secretario. En noviembre de 1956, Hart había escrito respecto al Movimiento: “Especialmente durante los primeros tiempos del reordenamiento, reestructuración e implantación de una serie de medidas transformadoras, este aparato suficientemente equipado y adiestrado con clara conciencia democrática habrá de ser la garantía del orden revolucionario y de que las medidas (…) no sean desvirtuadas por los elementos contrarrevolucionarios”. En solo nueve años transcurridos todo se había transformado e ido mucho más allá de los sueños que se albergaban en 1956, y se necesitaba una organización política que enfrentara y resolviera los nuevos desafíos. Por fortuna, ha escrito Hart, los que emprendieron la Revolución no estaban adscritos a ningún modelo.
El PCC nació como instrumento principal de la Revolución, como expresión organizada de la ejemplaridad creciente de cubanas y cubanos, y como apuesta al proyecto comunista que debía guiar al poder revolucionario.
Armando Hart fue nombrado Secretario de Organización del PCC. El 4 diciembre el Che le escribió desde Tanzania, felicitándolo. Es la carta de un hermano de lucha y de ideas, dedicada a exponerle, como dice, “algunas ideillas sobre la cultura de nuestra vanguardia y de nuestro pueblo en general”. Desde hace ocho meses el Che ha emprendido una doble tarea en la que empeñará su vida, pero siente confianza en que Hart se batirá bien, como siempre, también en este empeño que le plantea. Y agrega: “es un trabajo gigantesco, pero Cuba lo merece y creo que lo pudiera intentar”.
Tuve la oportunidad y la dicha de conocer en aquellos días a Hart, y de comenzar a colaborar modestamente con él. Aprendí mucho a partir de su ejemplo y de su orientación, su capacidad de escuchar y debatir, su gran respeto al trabajo intelectual, su austeridad extrema, su ejemplar laboriosidad y sistematicidad en las tareas, y su enorme cultura política y manejo de la teoría revolucionaria. Al mismo tiempo que cumplía infatigablemente sus inmensas tareas de construcción y estructuración del partido, promovía lo que él ha llamado la cultura de hacer política y era un baluarte del pensamiento anticolonialista y liberador. Comento un detalle. Hart tuvo la iniciativa de que hiciéramos discusiones en su oficina, de manera sistemática, y dispuso que el primer material que debatiríamos sería “Guerra del pueblo, ejército del pueblo”, de Vo Nguyen Giap.
Nunca olvidaré los valiosos aportes y la fraterna y solidaria actitud con que Armando Hart trató al grupo de jóvenes revolucionarios al que pertenecí en los años sesenta.
Me han hecho feliz en estos días los elogios a Armando Hart que he escuchado en boca de entrevistados e informantes muy diversos, desde aquel que recuerda como inició la aproximación sistemática a los jóvenes desde las instituciones culturales, hasta el antiguo colaborador que lo califica como un hombre bueno, que no hablaba mal de otras personas, dice, ni siquiera de los que se lo merecían.
Pero debo acercarme al final, y solo agrego que no hay que hacer caso a la declaración de Hart de que, aunque él escribe, en realidad es un hablador. Este intelectual revolucionario es el autor de una copiosa producción escrita, que reúne calidad, originalidad y clara prosa, que invitan a leerlo.
Armando Hart es un pensador optimista, al mismo tiempo que un optimista práctico. Pero no se trata en él de un rasgo hijo del azar que distribuye en las personas cualidades y defectos. Su optimismo está fundado en un pensamiento social profundo y radical, que tiene por brújulas a la justicia social y a la praxis, bebe de las fuentes de los profetas mayores, José Martí y Carlos Marx, y confía en que, en última instancia, el mayor poder es el poder del pueblo. Hart conoce de la gran densidad de material revolucionario que posee Cuba, que produce periódicamente grandes eventos revolucionarios, y de su capacidad de volverse incandescente en los momentos críticos. Por eso ha podido recorrer con decidida serenidad un camino tan dilatado, sembrado de dolor y de escollos, de combates muy duros y dificultades sin cuento, llevándole a la gente la orientación fraterna y la confianza en la victoria, y ofreciéndole siempre a la sociedad tareas bien cumplidas y proyectos muy ambiciosos.
Qué grande es la revolución que ha sido capaz de generar personas tan grandes. No podemos permitirnos ser pequeños, volvernos pequeños. El mejor homenaje que pueden rendirle a Armando Hart los jóvenes cubanos de hoy es emular con él, darle el gusto inmenso de ser como él, en el espíritu de rebeldía, en subordinar cuando sea necesario el trabajo cotidiano, las ambiciones legítimas, los afectos, el deseo de ser feliz, la vida si es preciso, a la causa de la liberación de la patria y de los seres humanos. Emular con Hart en el ejercicio heterodoxo, hereje si es preciso, del pensamiento creador y que se siente obligado con los problemas fundamentales de la práctica. En la nueva militancia que fomenta y defiende la organización política, porque sabe que ella es el requisito indispensable para convertir los sueños en realidades incluso mayores que ellos, y las debilidades en fuerzas, y al mismo tiempo sabe que la organización política está obligada a ser el instrumento idóneo de las personas revolucionarias para crecer, multiplicarse y vencer, un vehículo de la gran revolución de todo, y sabe que la disciplina es una gran cualidad, pero no es la cualidad mayor del revolucionario.
Pienso que Hart, que hace veinte años escribió que los procesos de cambio están cargados de dificultades y angustias, y las multiplican, puede seguir cultivando su optimismo histórico, y puede mirar confiado hacia el futuro, porque los cubanos no le fallaremos.
*Texto leído en el Coloquio Homenaje a Armando Hart en la Sala Che Guevara de Casa de las Américas durante la Feria del Libro Cuba 2017.
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Magnifico escrito. Que deben leer, con sentido crítico, todos los jóvenes cubanos. En efecto, la Revolución tiene un gran potencial en sus jóvenes, se demostró con la muerte del Comandante. Pero no basta con eso, se necesita estudiar el pensamiento político que generó la Revolución. No para imitar, sino como dice Heredia, para emularlo y tomarlo como base para la creación radical y autóctona.