“[…] – el que no ve en sus capacidades una misión de abnegada tutela de las capacidades inferiores, sino un instrumento eficaz para perturbarlas y dirigirlas en provecho propio; – el que usa para sí lo que no recibió de sí, y no pone en la humanidad, sino que la corrompe y confunde; – el que no ve a los hombres como hermanos en desgracia a quienes confortar y mejorar, aun a despecho suyo, sino zócalo para sus pies, sino batalla de orgullo y de destreza, sino la satisfacción de aventajar en ardides y fortuna a sus rivales; – el que no ve en la vida más que un mercado, y en los hombres más que cerdos que cebar, necios a quienes burlar, y a lo sumo fieras que abatir; – el que del genio tiene lo catilinario, cesáreo y luz bélica, y no lo humanitario y expansivo; – el que, como lisonja suprema a los hombres, cae en sus faltas y se vanagloria de ellas, – ése tendrá siempre la casa llena de clientes, y entrará en los combates seguido de gran número de partidarios.[…]
“Las grandes almas, modestas y vergonzosas de suyo, sólo consienten en salir de sí cuando corren la humanidad o la patria un grave peligro, el cual afrontan con pasmoso denuedo, y con pecho ciclópeo, para volver después, ganada la batalla y asegurada la victoria, al dichoso rincón donde se goza de la aprobación interior y el cariño de algunas gentes buenas. Apenas hay para estas almas martirio mayor que el de confundirse necesariamente en la hora de la batalla con los logreros, negociantes y fanáticos que, como la lepra a la piel sana, se pegan a las grandes ideas, y son a veces lo que se ve más de ellas.”
1975, X, 189 – 190: “Cartas de Martí”. La Nación, Buenos Aires, 9 de mayo de 1885.
(Enviado por Guillermo Castro Herrera)