El interés de Estados Unidos por el mercado cubano. Por Jesús Arboleya

 

Cuba no es China, eso lo sabemos todos. ¿Qué explica entonces el inusitado interés de las empresas norteamericanas en el mercado cubano?

Una respuesta me la dio hace años un productor de trigo estadounidense: “Es el único país del mundo que entrega un pan diario a once millones de personas”. No obstante, con todo lo cierto que encierra esta afirmación, es insuficiente para explicar lo que acontece. El asunto es más complejo.

En un mundo donde el desarrollo del comercio dependía en buena medida del dominio militar de los territorios, durante su primer siglo de existencia, Estados Unidos trató de expandirse dentro de sus fronteras terrestres. Intentarlo más allá de los mares, se lo impedía el escaso desarrollo de su fuerza naval.

Cuba era la excepción. Tan temprano como 1802, Thomas Jefferson la incluía dentro del proyecto expansionista, pero, a falta de un poder militar suficiente para lograrlo, afirmaba que la manera era a través del control del comercio.

El mercado cubano era una prioridad para el desarrollo de ese país por tres razones: su potencial económico, su ubicación geográfica y su complementariedad con la economía norteamericana. A pesar del tiempo transcurrido y los enormes cambios que han tenido lugar en el mundo, estas condicionantes mantienen su vigencia.

Buena parte de los propósitos de Estados Unidos se materializaron bajo el colonialismo español y se concretaron a plenitud con el establecimiento del régimen neocolonial en Cuba en 1902. La Revolución Cubana alteró bruscamente este estado de dependencia, pero la recuperación del mercado cubano continuó siendo uno de los pilares de la política norteamericana hacia Cuba. Trató de hacerse de la peor manera, hasta que Obama reconoció el fracaso y cambió los métodos para lograrlo.

La importancia relativa del potencial económico de Cuba para los inversionistas norteamericanos ha disminuido sensiblemente en comparación con el siglo XIX, cuando Cuba era la principal productora de azúcar del mundo. Pero este fenómeno ya era apreciable a mediados de la primera mitad del siglo XX, cuando el mercado azucarero disminuía su importancia mundial y el capital norteamericano buscaba inversiones más rentables dentro y fuera de Cuba.

Aun así, no se trataba de un mercado despreciable para ciertos sectores empresariales estadounidenses y lo mismo ocurre en la actualidad, debido a que la “accesibilidad” determina altos niveles de competitividad y un mejor rendimiento de las inversiones. Por otro lado, Cuba continúa siendo el mayor mercado potencial de las Antillas.

Para muchas empresas norteamericanas el comercio con Cuba forma parte de su mercado natural, lo que implica que prácticamente la infraestructura existente sirve igual para vender o comprar a Cuba, que en cualquier otro lugar dentro de los propios Estados Unidos.

Como la Isla sigue estando donde siempre, su importancia geográfica para Estados Unidos continúa vigente. Ya no se trata de su importancia militar, como ocurría en el pasado. Aunque algunos insisten en la necesidad de mantener la Base Naval de Guantánamo con estos fines, la realidad es que la guerra moderna no requiere de “carboneras”.

Sin embargo, Cuba mantiene una importancia estratégica para el comercio de Estados Unidos en el Atlántico y la posibilidad de utilizar instalaciones, como el puerto del Mariel, pudiera aportar al rendimiento de las cadenas de valor que hoy día caracterizan el mercado mundial, como han enfatizado algunos economistas.

A ello se suma el potencial del turismo, con sus implicaciones para otras ramas de la economía estadounidense; la exploración petrolera en mares adyacentes; las necesidades de Cuba para modernizar su parque tecnológico y su infraestructura, así como el gran volumen de importaciones que requiere el consumo nacional y las redes de servicio social. Está claro que para todo esto hace falta dinero, pero en condiciones normales ello se resuelve mediante inversiones directas y créditos, como ocurre en todo el mundo.

Estas oportunidades justifican el criterio de que persiste la “complementariedad” de la economía cubana respecto a la norteamericana, pero existen otros componentes quizás aún más importantes.

Entre las líneas estratégicas de Estados Unidos está el desarrollo de la llamada “industria del conocimiento”, con el fin de mantener la supremacía de las empresas norteamericanas en esta esfera, lo que constituye una de las bases de su hegemonía mundial.

El límite a este desarrollo lo impone el capital humano disponible. De ahí la insistencia de ciertos sectores, incluyendo el presidente Obama, de la necesidad de mejorar los niveles de educación del país. En estos momentos, este déficit se resuelve, en parte, mediante el llamado “robo de cerebros” y la política inmigratoria de Estados Unidos es sumamente amplia para facilitarlo, ahorrándose el costo que implica su formación.

No obstante, una vez radicado en ese país, un científico extranjero vale lo mismo que un norteamericano, lo que explica que el 20 % de las inversiones de las transnacionales estadounidenses destinadas a la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías se realizan en el exterior, incluso en países competidores como China y la India.

Desde mi punto de vista, el mayor interés de las empresas norteamericanas en Cuba radica en poder aprovechar el capital humano existente en el país, para su encadenamiento a menor costo con producciones de alto valor agregado, en un clima de estabilidad política y social que difícilmente se encuentra en otros lugares.

Las áreas de oportunidades en este sentido son muy amplias, debido a la formación de cubanos en renglones estratégicos como las tecnologías de la información y las comunicaciones, la biotecnología, la farmacéutica y el desarrollo de energías renovables, entre otras.

Esta lógica se enfrenta a la tesis del promover el cambio de régimen en Cuba. No por las virtudes éticas de las transnacionales norteamericanas, muchas veces promotoras de guerras devastadoras en función de sus intereses, sino porque simplemente no les conviene subvertir un régimen que produce por sí mismo el capital humano que necesitan y pudieran utilizarlo en las mejores condiciones. Al menos, este debiera ser el criterio de los más inteligentes.

También se contradice con la actual política migratoria de Estados Unidos hacia Cuba. Toda vez que lo que conviene a estas empresas no es que los profesionales cubanos emigren, sino utilizarlos en el país, para bajar sus costos de producción. Por otra parte, pudiera ser beneficioso para Cuba, en la medida en que aumentaría las posibilidades de trabajo para estas personas y mejoraría sus condiciones de vida, disminuyendo las tensiones migratorias que hoy enfrenta la sociedad cubana.

Entonces, lo que ha cambiado respecto al pasado no son las condicionantes que explican el interés por el mercado cubano, sino las reglas bajo las cuales estas condicionantes históricas pueden materializarse.

En primer lugar, porque debido al bloqueo aún persiste la prohibición de que empresas norteamericanas inviertan o comercien con Cuba. Las escasas autorizaciones recientemente adoptadas, están viciadas de procedimientos y limitantes que impiden que puedan ejecutarse de manera normal, como ocurre en otros países. A lo que se suma la incertidumbre que genera la estabilidad de esta política, en medio de la polarización y disfuncionalidad existente en el cuerpo político norteamericano.

En segundo lugar, porque el mercado cubano tampoco es “normal” para la práctica acostumbrada de las empresas norteamericanas en el mundo. El gobierno norteamericano no está en la posición de imponer preferencias y condiciones, como ocurre en otras partes, sino que tendrá que consensuar sus intereses con los del país y funcionar en condiciones de igualdad con sus competidores.

A las normas que rigen la inversión extranjera en general -que algunos critican por excesivamente lentas y burocráticas-, especialmente en el caso de las empresas norteamericanas, se agrega el interés de no generar nuevas formas de dependencia, que limiten la soberanía del país. A ello se le suma la desconfianza originada en el conflicto histórico entre los dos países y la que provoca las intenciones declaradas de los objetivos de la nueva política hacia Cuba.

Estamos, por tanto, en una fase de estudios y tanteos, donde existen muchos escollos que salvar, lo que explica las dificultades existentes para concretar negocios, a pesar del interés manifiesto de ambas partes.

 (Progreso Semanal)

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