Fidel: Suspicacia y escudería humana

 
Daniel Chavarría
Daniel Chavarría

Daniel Chavarría Foto: Revista Somos Jóvenes

Feliz cumpleaños, Fidel, y no sólo por la proeza de reverdecer a los 84 con el semblante lozano y la conocida firmeza de tu mirada admonitoria. Me propongo celebrarte también dos virtudes que deben llamarse por su nombre.

Me refiero a tu suspicacia, virtud que muchos no osarían atribuirte por considerarla un término inadecuado para tu gloria. Para mí, en cambio, es una de las dotes que más han protegido a los que vivimos desde hace tantos años bajo tu guía augural.

El vocablo deriva del verbo latíno suspicare (sub-spicare) y es un calco semántico del griego hypopteuo (hypo-opteuo), que significa “mirar abajo”. Con la sintética expresividad de las lenguas antiguas, suspicare caracteriza a quien camina vigilante por un sendero enyerbado, para precaverse contra el acecho de serpientes y otras sabandijas; o contra el interlocutor amable y sonriente que puede esconder entre una manga, o bajo sus ropas, un puñal asesino.

Y esa tu virtud congénita de “mirar abajo”, de sospechar con tino, te llevó muy temprano a despreciar las cacareadas ventajas de la democracia y el capitalismo triunfalista de los EE.UU. Ya no creías en ellos desde la adolescencia. Te convenció tu inteligencia precoz y la miseria que viste en la Cuba de los años 30 y 40. Aunque aún no sabías explicártelo, sufriste como en carne propia la explotación impuesta a los pobres de tu patria por la United Fruit y otras transnacionales agrícolas. Y cuando ya el ambiente universitario te proveyó de bagaje teòrico y asististe a debates entre jóvenes politizados, y leíste a Marx, Engels, Lenin y otros, vislumbraste la posibilidad de movilizar al pueblo cubano y generar cambios sociales.

Por eso, cuando derrotaste a la tiranía de Batista, el lacayo de los yanquis, ya sabías muy bien que después vendrían la mentira, la calumnia y las criminales intenciones de los EE.UU. Ellos ignoraban que tú, devoto de Martí, los conocías de sobra. Por eso te fue fácil adivinar el programa de Eisenhower, cuando propuso, para defender su fraudulenta democracia, someter a Cuba al hambre y las enfermedades; y viste también el puñal asesino bajo la manga de Kennedy con sus Cuerpos de Paz, y supiste derrotarlo en Playa Girón y enfrentarlo con ejemplar dignidad durante los días luminosos y tristes de la Crisis de Octubre.

Desde entonces, tu naturaleza suspicaz te permitió la cadena de éxitos políticos, militares y humanos que te han cubierto de gloria, como talentoso estratega y campeòn mundial de la verdadera solidaridad, franca y desinteresada, en la lucha contra el apartheid y en la atención médica a los pobres de este mundo.

Durante una reunión en Río de Janeiro, donde te tildaron de exagerado y excéntrico, predijiste la extinción que acechaba a la especie humana; y luego, aun sin decirlo nunca por razones de elemental diplomacia, fue evidente que apreciaste en la Perestroika la ponzoña enemiga que destruiría a la Unión Soviética y al viejo Partido Comunista de Lenin. Y ya desde el año 1989 comenzaste a predicar que si la URSS se desmembraba y el campo socialista desaparecía, Cuba iba a padecer terribles carencias, pero jamás abandonaría el camino del socialismo que tarde o temprano nos llevaría a la victoria. Y todo eso está sucediendo.

Hoy día, el prepotente imperio y sus lacayos europeos e israelitas, se proponen destruir Irán y posicionarse en su estratético y suculento territorio con miras de dominar el petróleo del Medio Oriente; y por esa vía, suponen tener tiempo de preparar un enfrentamiento final contra China, mucho más apta para sobrevivir que el imperio yanqui, porque en ellos se cumple la paradoja de que tras emerger hace apenas seis décadas, hoy los superan en reservas estratégicas de población y recursos; en acendrada disciplina y orden social, amén de haber alcanzado un ritmo y nivel de vida sostenibles. Y ahora, Fidel, vuelves a la palestra mundial, otra vez con tu vista de largo alcance y tu verbo en acción.

Con gran sagacidad, sospechas que Obama debe tener sobrados motivos para guardar rencores en su fuero íntimo contra el Ku Klux Klan y contra los asesinos de Martin Luther King, que son sin duda de la misma calaña de Bush, Cheeney, Wolfovitz y los personeros de las transnacionales y de las maffias petroleras; y contra altos militares y otros trogloditas partidarios de las injusticias y humillaciones necesariamente padecidas en los EE.UU. por todos los niños y jóvenes designados con el eufemismo discriminatorio de afronorteamericanos.

Y ahora resulta que uno de esos negros es el único ser humano con poder constitucional para apretar el botón de mando y dar inicio a la guerra nuclear y su calamitosa secuela de desgracias, de inevitable efecto ecuménico. Y ahora le aclaras a Obama y a esos pájaros de mal agüero llamados halcones de la guerra, que de esta no saldrían indemnes y propiciarían la pronta liquidación del capitalismo mundial.

Te has dado cuenta, antes que nadie, de una paradoja mayor, consistente en que el propio imperio, en su extremismo suicida, nos está ahorrando el trabajo de cumplir la consigna del Che: crear dos, tres, muchos Viet Nam.

Y la segunda virtud, Fidel, por la que quiero felicitarte, es tu disposición a poner al servicio de la Humanidad y de la Paz tu gran prestigio mundial y exponerte a que te tilden de absurdo, ridículo, ignorante y cuanto adjetivo denigratorio contengan los diccionarios; pero tú sabes que eso provocará una mayor difusión de tus recientes advertencias sobre la guerra y es posible que muchos políticos, incluido el propio Barak Obama, aunque no te reconozcan como consejero, decidan oírte y hasta convencerse de que no actúas por simple obstinación.

Quiero recordar también a los numerosos héroes anónimos que a principios del 2001 fueron a encadenarse en Bagdad, junto a los pilares de una ancestral cultura, en un intento por preservarla. Ellos no lo lograron, porque Saddam Hussein, luego de agradecerles el gesto, puso aviones a su disposición para sacarlos de Irak, con las consabidas palabras de gratitud y el anuncio de que entre la juventud de su partido BAAS, había suficientes jóvenes y kamikazes dispuestos a inmolarse en guerra santa contra el invasor.

Lo que los voluntarios del 2001 no pudieron llevar a término, tú lo estás logrando. Como excepcional escudo humano, te expones a la maledicencia enemiga que tratará de manchar tu historia, prestigio y sabiduría. Pero tú no les temes. Confías en la fe sostenida y el amor que te consagran todos los pueblos del Tercer Mundo. Los halcones, en cambio, que son prepotentes e ignaros, creen despreciarte, pero los más lúcidos saben que deben temerte. Ellos miden su odio contra ti por los irrefutables aciertos que has tenido durante toda tu ejecutoria de revolucionario y estadista invicto. De seguro tu prédica no será vana.

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