Álvaro Castillo Granada
A los libros les debo todo en mi vida. Soy un librero. Esta frase, que puede sonar extraña o exagerada, en mi caso es cierta. Totalmente. Sin el menor resquicio. En algún momento dejaron de ser los objetos detrás de los que escondía mi timidez (también para eso sirvieron, como no) para ser las rocas, los ladrillos, las cabillas, las tablas, las puntillas, las ventanas con las que fui construyendo (y sigo haciendo) al que soy. Al que está y habita en este mundo.
De niño siempre soñé con trabajar en una librería. Recuerdo con especial cariño dos espacios de mi ciudad en los que el que fui observó el oficio del hombre que quería ser. La calle 19, entre la séptima y la décima, y la Librería Nacional de Unicentro. El primero, era un espacio donde la magia hacía su aparición (casi sin falta) todos los viernes, después del colegio, a eso de las cuatro y media de la tarde. Junto a tres de mis hermanos (¿de qué otra manera puedo llamar a aquellos que han acompañado mi vida desde cuando tenía siete años de edad?) íbamos a ese espacio buscando hallar lo que queríamos y que nos hallara lo que no estaba esperando. ¿Recuerdas, David? ¿Felipe, te acuerdas? ¿Pacho, te acuerdas? (Sí, así es, lector amigo: esta última serie de preguntas es siguiendo a la que hace Pablo Neruda en su poema “Explico algunas cosas”). La segunda, era una librería inmensa donde, en esa época, no solamente se encontraban los libros de moda, los más vendidos, sino también libros importados hace años, esos que no se veían todos los días y en todas partes. Esto, por supuesto, lo comprendí mucho después. En ese entonces esa librería era para mí un lugar donde los libros estaban ordenados y podía mirarlos sin parar. Hasta que intenté robarme uno, fui atrapado y desterrado de allí. Ni modo… Siempre es posible meter la pata…
Cuando digo que a los libros les debo todo no estoy bromeando ni dándomelas de interesante. Si bien es cierto muchas veces el oficio de librero puede ser una manera, una herramienta, de ascenso social, en mi caso han sido los compañeros de viaje que me han permitido sobrevivir de una pasión e inventarme un oficio que ha hecho posible mi viaje, mi andar por este mundo. Con sus más y sus menos, como corresponde. Me han hecho un “hombre de letras” sin necesidad de ser un escritor. Me enorgullezco inmensamente de todo lo que he leído y de todo lo que he podido hacer gracias al conseguir y vender libros. Alguna vez un colega me dijo una frase destinada a que se la llevara el viento pero que permanece grabada en mi memoria con tinta indeleble, roja: “Los libros son muy bonitos”. En esas cinco palabras está cifrado todo.
Y entre ese todo que les debo están, también, los amigos cuyo rostro no conozco. Aquellas personas con las que nos hemos encontrado gracias a este ir y venir constante, este andar por el camino dándonos la mano y sonriéndonos cómplicemente, que es el de conseguir y comprar libros usados. Libros que llevan en sí no solo el peso del tiempo sino el peso del alma. Cargas que pueden ser muy pesadas pero que se aligeran cuando retoman su camino, su aventura, en manos de los nuevos y posibles lectores donde encuentran, mientras dure el tiempo que les está destinado, un hogar llamado biblioteca.
Uno de ellos vive en Texas. Jamás nos hemos visto y quién sabe si algún día lo haremos. Hemos hablado, creo, dos veces por teléfono. Es más lo que nos hemos escrito, más lo que hemos conversado gracias al correo electrónico. Entre los dos se instaló algo maravilloso que no ocurre todos los días: la confianza. Confianza entre dos lectores que se saben hombres de palabra. Nos unen algunos autores y el afecto, el amor inmenso, por las primeras ediciones y los libros dedicados. Esos que sabemos únicos por haber estado en las manos de su autor y mirados con cariño antes de dejarlos continuar su camino. Libros recién nacidos. Libros nombrados. Es mucho, son muchos, los que he tenido el placer de conseguirle. Son muchos los sueños que he hecho realidad en medio de la eterna y paciente espera que es la que habita a cualquier coleccionista. Hay muchas anécdotas que podría contar pero hoy sólo quiero traer una que lo retrata, nos retrata.
Hace un año o dos me pidió el favor de hacerle dedicar algunos ejemplares de Roberto Fernández Retamar publicados por Ediciones Vigía, de Matanzas, que tenía en su biblioteca. Me los envío por correo. Cuando abrí la caja que los traía me encontré con uno que nunca había visto: Una salva de porvenir, publicado en febrero de 1995. Le conté, asombrado, esto. El libro volvió a Cuba, fue dedicado especialmente, vino a Colombia y regresó al hogar que lo estaba esperando en los Estados Unidos. Los libros viajan mucho, caballero… Hace casi un mes, más o menos, me llegó un correo suyo preguntándome por la fecha de mi cumpleaños y mi dirección para el envío de un regalo. Cumplo años en el día más largo del año. El día del solsticio de verano.
Esta tarde, después de almorzar con mi mamá, y cargar sobre mi espalda mi morral azul atiborrado de libros, me encontré, cuando salía, en la portería del edificio con un sobre de FedEx. Lo abrí cuando llegué a la librería. Había una carta que decía:
“17-6-13
Estimado Álvaro,
Me temo que este paquete llegue después de tu cumpleaños, pero por lo menos te lo envío antes. Hay dos cosas de Vigía, y el de RFR es un regalo para ti. Desde que me comentaste que no lo conocías he estado buscando otro ejemplar para ti, y finalmente me llegó uno. A mi juicio, es uno de los libros más bellos que Vigía ha editado.
(…)
Feliz cumpleaños,
Bill”
Una sonrisa se dibujó en mis labios cuando tuve en mis manos el ejemplar 147 (de 200) de Una salva de porvenir. El segundo que veía en mi vida.
Y no te preocupes, querido amigo, Bill: llegó dos días antes de mi cumpleaños. Y gracias a ti “este es un día feliz” (como dice el poema de don Roberto).
Hoy miércoles es un día feliz por ti, amigo lector, compañero, a quien jamás he visto y quién sabe si algún día veré…
No podía ser de otra forma.
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Los libros son un refugio,coincido con lo q dice Alvaro fueron los compañeros inseparables de mi padre desde su juventud. Fué parte de su legado cuando partió en su último vuelo, libros desvencijados de editorial Sopena: Hugo,Dumas,Sué,y prosa política,textos que correspondían a su época de dirigencia obrera,..aun no los tengo todos, debo ir por ellos, están en Guayaquil en la q fué su casa, se amanecía leyendo todos los días hasta la una de la mañana,eran momentos casi litúrgicos ,llueva truene o relampaguee no podía faltar a su cita con el conocimiento,con ésa injesta neuronal tan necesaria para su soledad de halcón…solía repetirme lo q decía Marat:”solo los patos vuelan en bandadas los halcones vuelan solos”,él era un autodidacta,era un intelectual obrero y lo q los libros le dieron fué su herramienta de trabajo para servir mejor al pueblo.
Me encanta este post. Amo los libros, si algo he perseguido en esta vida es la sabiduría. Lo comprendí desde que aprendí a leer, desde que se me reveló el deleite inmenso de la lectura. Siempre he sido una lectora voraz y me encanta compartir lo que se, pensar a contracorriente, retar el pensamiento y provocarlo, escuchar lo que todos tienen que decir, de todos aprendo y los libros son eso, un diálogo mudo con los autores, un escuchar y analizar críticamente lo que quieren trasmitir, en base a su propia experiencia vital, a su propia sabiduría. Alguien decía que nadie encuentra en un libro lo que no lleva en sí, creo que no es absoluto, ciertamente uno aprende a conocerse a sí mismo con ellos, pero también hay muchas aristas de la vida que aprendes a verlas de diferentes maneras cuando acumulas saber. Creo que era Goethe en “Werther” quien expresaba que los seres humanos cuando nacen heredan todo el conocimiento científico y técnico, toda la riqueza material acumulada por los miles de años de desarrollo de la Humanidad; pero en lo humano, cada persona comienza una y otra vez el camino desde cero, es imposible nacer con la sabiduría existencial acumulada por los que han vivido antes. Los seres humanos enfrentamos una y otra vez los mismos dilemas de la existencia y atravesamos los mismos conflictos tropezando muy a menudo con las mismas piedras, sin que el conocimiento de otros nos sirva, en el común de los casos, de mucho…salvo si se lee y te apertrechas de las experiencias vitales de hombres y mujeres extraordinarios que han sintetizado su saber y que se erigen en brújulas eficaces con las que podrías orientarte por los inhóspitos y enmarañados caminos de la vida. Hoy es también un día especialmente feliz para mi, un período de obtención de sabiduría para una de las personas imprescindibles de mi vida ha terminado y otra se le abre, él, como yo, va en busca de eso, del pilar más importante de la felicidad humana.