El odio latente

 
Javier Couso

OdioEn el marco de la conmemoración del décimo aniversario por el asesinato de José Couso se celebró una mesa de Madres Contra la Impunidad. Fue un acto con emociones a flor de piel provocadas por unas madres que transmiten la fortaleza que nace de una inmensa dignidad.

Son madres que conmueven y contagian lucha, que dan fuerza a través de su porte enfrentado al dolor. Madres que consiguen el respeto inmediato de sus semejantes, que dejan con la boca abierta, con las que te admiras. O eso pensaba yo.

No a todos, no todo el mundo las respeta. Hay quien incluso las odia y acosa. Gentuza que se revuelca en el fango de lo más abyecto de la condición humana. Para mí, el mal absoluto.

Petrificado me quedé escuchando la campaña de insultos sostenidos relatada por la voz entrecortada de Pilar Manjón, cuyo hijo fue asesinado en los atentados del 11 de marzo de 2004.

Mensajes de amenaza, de improperios, de chanza, de odio, … todo lo peor que se pueda imaginar, no contra un enemigo definido sino contra el dolor de una madre.

El odio en su crudeza, en su impudicia, en su suciedad, pero no un odio cualquiera, ni nuevo, sino el viejo odio conocido en estas tierras: el rencor del fascismo.

Palabras como puñales que deshumanizan hasta el dolor de una madre, vesania de cobardes, de turba presta al pogromo.

Es el mismo fuego que animaba los paseos, que cavaba las fosas, que rapaba para escarnio público. Igual desprecio por la vida de los que gaseaban, de quienes arrojaban personas narcotizadas desde aviones de la muerte. De quien daba descargas eléctricas en el feto de una madre argentina embarazada.

Están aquí, emboscados. Unos en pequeños grupúsculos y otros en el lado extremo del PP, esperando su momento. Se apoyan en la cultura de la inquina traspasada de abuelos con camisas azules a padres y nietos que disimulan con carné de demócratas. Nuevos camuflajes para viejas almas pardas.

 Aquí no hay una Radio Ruanda llamando al genocidio a machetazos, nos conformamos con pequeños Goebbels jaleantes que desde diarios, radios y tedetés hablan la lengua del odio en su versión de lengua castellana.

Y como el genio del mal, se proclaman el bien mientras culpan al oponente de su propia abominación.

No me pidáis contención ante los que acosan a una madre utilizando el dolor del asesinato de su hijo. Son todo lo que quiero combatir. Son el mal puro pugnando por retomar el poder. Son los huevos de la serpiente incubando el mismo odio de siempre, el odio del fascismo.

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3 Responses to El odio latente

  1. Me encanta la definicion del fascista. El articulo me hace sentir en esta Colombia tan parecida a le Espana de hoy!

     
  2. Luis Hernando says:

    Es que España y Colombia obedecen, arrodilladitas a USA y a la Unión Europea. Ellos les dicen, SALTEN, y éstos contestan QUé tan alto?

     
  3. carlos e. bischoff says:

    Querido Javier: Uno está acostumbrado a análisis tuyos, y a veces cuando nos acostumbramos a esas cosas nos sorprenden estas otras, o -como en este caso- nos conmueven.
    Quiero dejarte aquí, si me lo permitís -o me lo permite Iroel, claro- esto:
    “” Muchas veces me he preguntado -Pablo sonríe, mefistofélico-, que pensarían los funcionarios del Proceso cuando cada semana, al asomarse a las ventanas de la Casa de Gobierno frente a la Plaza de Mayo, veían esa marcha silenciosa de las viejas de pañuelo blanco alrededor de la Pirámide, cada jueves, cada semana, cada mes, cada año, impertérrita, reclamando la devolución con vida de los que habían desaparecido, sus hijos e hijas, sus hombres, sus padres, sus nietos. Seguro que desde las ventanas tenían el “viejas hijas de puta” en los labios a cada mirada. Pero seguro que también tenían el “¿Como carajo puede ser?¿Como no las podemos frenar, disolver, desaparecer también a ellas?”. Y no pudieron.””
    (Tomo del libro “Su Paso” ).

    Va para vos y para ustedes, en especial para tu madre, y para todas y todos los que luchan, los que en su lucha hacen vida la memoria, mi sentimiento y mi pensamiento, esa unidad que es la que nunca van a poder romper.
    Chau

     

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