Iroel Sánchez
A partir de recientes acontecimientos en algunos escenarios académicos y mediáticos estadounidenses en relación con Cuba, envié un breve cuestionario al politólogo y conocido estudioso de las relaciones entre los dos países, Rafael Hernández, que el también director de la revista Temas tuvo la amabilidad de responder para La pupila insomne.
Iroel Sánchez: A pesar de tener una trayectoria académica reconocida, las autoridades norteamericanas te negaron la visa para participar en la más reciente Conferencia de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA, por sus siglas en inglés)¿Desde cuándo y con qué intensidad has mantenido relaciones con universidades y académicos estadounidenses?
Rafael Hernández: Hubo un momento de mi vida, cuando iba a cumplir 30 y aspiraba a entender a Cuba y América Latina, que se me reveló la necesidad de estudiar a los EEUU, incluida la muy compleja relación de conflicto e interinfluencia que nos une hasta hoy –y que otros identifican como de “odio/amor”, reducción psicoanalítica medio light para mi gusto. Mi tesis de posgrado en el Colegio de México, en 1977, fue sobre el fascinante tema de la estructura de control financiero y productivo de la industria petrolera latinoamericana por las corporaciones norteamericanas. Desde entonces, y sobre todo luego, cuando dirigí los estudios norteamericanos en el Centro de Estudios sobre América, a partir de 1979, mis interlocutores principales eran académicos de EEUU; la etapa más intensa vino cuando coordiné el programa de intercambio con LASA, durante diez años, hasta principios de los 90. En esa época, trabajamos sin descanso para construir puentes que, felizmente, hoy se han consolidado. En el contexto de aquellos proyectos conjuntos y creciente comunicación, naturalmente, publiqué varios libros en EEUU; y he enseñado cursos sobre Cuba en sitios como Columbia, Harvard, la Universidad de Texas.
Sin embargo, así como me han dado visas, me las han negado muchas veces, sobre todo en las épocas oscuras de Reagan y de Bush Jr. Lo extraño ahora es que una administración demócrata que se coloca bajo el signo de la ilustración, presidida por un ex – profesor de derecho constitucional, y que enuncia una política a favor de los intercambios académicos y culturales con Cuba, niegue la entrada a numerosos colegas míos cuyas credenciales académicas son irrefutables. El artículo que se aplica al negar estas visas, el 212 (f) (obra de Reagan) dice que no se le otorgarán visas a funcionarios del gobierno cubano; de manera que los profesores universitarios e investigadores cubanos se asimilan a esta categoría. No creo necesario añadir nada más sobre esta práctica, en cuya razón de ser y consistencia no creen ni siquiera algunos de los propios funcionarios de la SINA*.
IS: ¿Qué experiencias personales has tenido en el uso de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones para esos intercambios?
RH: Mi experiencia más memorable al respecto fue cuando el profesor Bob Mnookin, director del Programa de Negociación de la Escuela de Derecho de Harvard, me invitó a impartir conjuntamente su clase sobre “Negociar la Reconciliación: el caso Cuba-EEUU”, en febrero de 2012. Para participar en estas clases a lo largo de varias semanas, no tuve que pedir visa, ni pasar las entrevistas en la SINA y la oficina de Homeland Security en Miami. Lo hice mediante una videoconferencia, gracias al apoyo de Cubarte, la división de Informática del Ministerio de Cultura. Ellos (el MinCult) se ocuparon de las gestiones para acceder a Skype, y realizar la conexión. Estoy seguro de que esta no ha sido la primera videoconferencia entre los dos lados; pero quizás sea la primera en que se comparte una clase universitaria en tiempo real. Nunca olvidaré mi expresión en la pantalla de 9 pies de altura en la pared del aula, y la explosión de aplausos de los estudiantes, en medio de la clase que ya había empezado. He evocado en otra parte los detalles y lecciones de esta magnífica experiencia, con comentarios ampliados (http://www.cubarte.cult.cu/periodico/letra-con-filo/culturas-politicas-de-comunicacion-en-la-era-digital*/23741.html).
Resulta fabuloso lo que podríamos hacer con fines educacionales y culturales, si pudiéramos disponer de un Internet con el ancho de banda necesario, dado el altísimo interés de ambos lados.
IS: Tanto desde la revista Temas -que diriges desde hace diecinueve años- como en el espacio Último Jueves -que se realiza desde hace once, todos los meses- has animado el debate y la crítica sobre la realidad cubana. Desde esa trayectoria, ¿qué apreciación te merece la insistencia de los grandes medios de comunicación sobre la ausencia de libertad de expresión en Cuba?
RH: Esa es una pregunta que podrían contestar los más de mil autores publicados en Temas, entre ellos destacados norteamericanos de pelajes ideológicos variados, y aun célebres cubanoamericanos, como Jorge Domínguez y Carmelo Mesa-Lago –ambos difundidos por primera vez en una revista cubana, y en repetidas ocasiones–, junto a muchos otros, entre los cuales hay algunos conocidos críticos del socialismo. También podrían responderla los participantes en los debates mensuales de los Último Jueves, esa muchedumbre variadísima, que dedica dos horas a polemizar, al difícil ejercicio del debate, a aprender a dialogar de verdad y a escuchar otros enfoques –en vez de perder su tiempo en fútiles catarsis, retóricas ideológicas, diatribas o recurrente chancleteo. Gracias a la cooperación decisiva de ese público abigarrado, que el mes pasado rebasó las 200 personas en una sesión, y al sostenido respaldo institucional del ICAIC y Cultura, se ha podido preservar la apertura de este espacio y su acceso público –a pesar de que algunos, desde trincheras opuestas, han querido sacarlo de raíl.
Por eso me da gracia cuando leo que Temas no está entre las “revistas independientes”, según algunos doctos comentaristas. Si, como parece evidente, la independencia de una publicación se mide por su capacidad para criticar a la institución que la publica, quiero recordar que, desde el primero de sus 72 números, Temas ha difundido análisis críticos no solo de las políticas culturales, sino de cada esfera de la vida nacional. Hay que destacar, por cierto, que este no es el caso de una parcela parlante o privilegiada en un territorio silencioso. Ahí están La Gaceta, Criterios, Catauro, El Caimán Barbudo, Revolución y Cultura, Tablas, y una larga lista, que incluye más de cien publicaciones electrónicas, y de sitios en la red. Entre estos últimos están, por ejemplo, el del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) y el del Instituto de Filosofía, que no publican precisamente alegatos sobre la política, la economía, la sociedad cubana, sino resultados de investigaciones, a menudo muy críticos de lo real existente hoy y con propuestas alternativas. Me pregunto cuántos de los que pretenden escribir seriamente sobre Cuba se toman el trabajo de consultarlos. (Quizás lo juzguen un ejercicio demasiado arduo, sobre textos que exigen estudio, no chispeantes lecturas de peluquería).
Naturalmente, nunca he dejado fuera de este inventario a las revistas de las iglesias, como Caminos o Espacio Laical, con las que personalmente he colaborado más de una vez, y cuya legitimidad he defendido. Pero encontrar en alguna de ellas la fuente lustral originaria del pensamiento crítico en Cuba me parece solo explicable por ignorancia, mala fe o simple vagancia intelectual.
Quiero decir, por último, que fomentar el espacio de libertad de expresión que tenemos hoy en Cuba ha costado. De más está decir que no han faltado quienes han propuesto borrar alguna de estas publicaciones del mapa, por sectarismo o dogmatismo, dos de las más eruptivas enfermedades infantiles del socialismo, que no se han logrado erradicar, por desgracia, aunque sean menos mortíferas que antes. Me gusta repetir que la libertad no es una gracia otorgada. Si no hubiera que lucharla no tendría un valor tan alto. Este aprecio se expresa en la necesidad de conquistarla, a veces con el filo del machete, como decía Maceo, y otras con el de las ideas.
IS:¿Qué piensas al ver que algunas personas como Yoani Sánchez y Orlando Luis Pardo Lazo, sin ninguna trayectoria académica, son recibidos en eventos organizados por universidades norteamericanas, para hablar sobre la libertad de expresión en Cuba?¿Cuál es la posición de los académicos norteamericanos respecto de personas y hechos como estos?
Fuera de un puñado de paleoanticastristas de Miami, y de ciertos neocubanólogos de última hora, los académicos norteamericanos que estudian Cuba en serio, y que han participado activamente en la construcción de este difícil puente de que hablaba antes, saben bien lo que ha costado vencer las sucesivas esclusas de la desconfianza acumulada en las dos orillas. Aprecian altamente ese espacio conquistado a fuerza de paciencia, dedicación, espíritu de diálogo, respeto mutuo, más allá de diferencias ideológicas, y la importancia de preservar las relaciones alcanzadas con los intelectuales cubanos, así como con sus instituciones.
Claro que ellos advierten la naturaleza de estos grupos, en particular, su inviabilidad política –tanto como lo hacen algunos jefes de la Sección de Intereses en sus informes confidenciales. Muchos entre ellos saben que se trata de un espectro de facciones caracterizadas por la fragmentación y la incoherencia ideológica, cuyo estilo político se distingue, en primer lugar, por el mismo sectarismo y dogmatismo que mencioné arriba (solo que de signo contrario), la provocación, la intolerancia, el extremismo, el predominio de la descalificación ideológica, en vez del diálogo y entendimiento reales, en el trato hacia los que no piensan como ellos.
A algunos de estos académicos norteamericanos también les parece un error meterlos presos, impedir que viajen, aplicarles el simple expediente del acto de repudio. Piensan que el uso de la fuerza resulta contraproducente, ya que facilita el pretexto que los presenta como víctimas de un gobierno totalitario, incapaz de neutralizarlos de otro modo o temeroso de su supuesta influencia; y sobre todo convierte en héroes a individuos sin mayores méritos políticos, personales o intelectuales. Opinan que estos disidentes difícilmente resistirían la prueba de un real debate de ideas, basado en argumentos y evidencias; y que en todo caso el espacio y los medios para enfrentarlos son los de la política.
Ocurre, sin embargo, que, a pesar del nivel alcanzado por el intercambio, estos académicos capaces de discernir la realidad cubana y la índole de esta subespecie política anticastrista no predominan en la mayoría de las universidades de EE.UU. En lugares como New York University –donde tuvo lugar ese evento del que me preguntas—, y donde he conocido algunos magníficos historiadores sobre Cuba, sin embargo, se podrían desarrollar más los estudios cubanos y el intercambio con nuestras universidades e instituciones culturales.
Mientras se avanza en extender ese intercambio, que les permitiría a esos académicos aprender sobre la realidad cubana sin intermediarios interesados, habría que contribuir por todas las vías, muy en especial Internet, a facilitar allá afuera el conocimiento balanceado sobre nuestro contexto actual, tan complejo, contradictorio y, por eso mismo, cargado de mayores posibilidades de transformación que nunca. Es nuestra responsabilidad hacerlo, con un enfoque analítico y crítico, sin descargas ni entonaciones grandiosas. A fin de cuentas, el 80% de los problemas de que habla esa disidencia antisocialista son analizados y discutidos en Cuba de manera pública, por mayorías –y minorías– que no comparten ni las soluciones ni el estilo político de aquella; y que en muchos casos, asumen el papel de una oposición leal, dentro de las propias filas de la revolución, en espacios que es necesario seguir democratizando entre todos, como parte central del nuevo modelo socialista.
Si a pesar de todo ese esfuerzo, ese proceso de cambio nuestro no se recoge en las emisiones de CNN o las páginas del New York Times, ni se refleja en audiencias del senado de EEUU, allá ellos, como dice Daniel Chavarría. A fin de cuentas, nuestras ideas no se cotizan en la bolsa, ni nuestra agenda interna puede ser negociada con nadie.
Por último, quiero recordar que los antiguos romanos solían repetir la frase “las águilas no cazan moscas”. Tenemos que acostumbrarnos a que haya moscas volando por ahí sin que se acabe el mundo. Son criaturas más bien efímeras, cuya edad promedio es de 25 días, según los expertos. A ninguno de nosotros se nos ocurriría, si su zumbido (o su ciberzumbido) nos molesta, cazarlas a cañonazos, ¿no es así?
El Vedado, 16 de marzo de 2013.
*Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba.
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