Un documento secreto del Departamento de Justicia de Estados Unidos al que NBC News tuvo acceso sostiene que el gobierno de Barack Obama puede perseguir ciudadanos que sean “líderes operativos superiores” de Al Qaeda o “una fuerza asociada”, incluso sin que haya información que indique que estén involucrados en un plan activo para atacar a los Estados Unidos.
El documento se describe como un “memorando blanco” que se otorgó a los miembros del Comité de Inteligencia y el Comité Judicial del Senado el año pasado. Su publicación se produce tras una serie de esfuerzos fallidos por parte de los grupos de libertades civiles de obtener las justificaciones legales del gobierno por el asesinato dirigido de un ciudadano estadounidense.
Otro informe titulado “Globalizing Torture” (Globalización de la tortura), también revela que al menos 136 personas fueron detenidas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) a partir de los sucesos del 11 de septiembre de 2001, un récord hasta la fecha.
La Open Society Justice Initiative afirma que 54 países ayudaron a la CIA hasta que el Presidente Obama suspendiera el programa en 2009. La asistencia de los países implicaba desde permitir a los aviones de esta organización recargar combustible hasta albergar prisiones donde los detenidos eran torturados. La autora del informe, Amrit Singh, dijo: “La carga moral de estos programas la llevan no solo Estados Unidos, sino también los otros 54 países que fueron reclutados para ayudar”.
(Con información de Democracy Now)
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Con ser muy grave la prerrogativa imperial de perseguir “líderes operativos superiores” de Al-Qaeda, me parece mucho más preocupante la contraria, a la luz de los acontecimientos desde el 11-S de 2001 para acá: la de poder ayudar de forma encubierta a esta organización terrorista para que los objetivos económicos y militares de la superpotencia y aliados puedan hacerse realidad. Si el gran beneficiario de la guerra fría fué la economía de guerra norteamericana y de otros aliados de la OTAN, con la caída del campo socialista se abrió el peor de los escenarios.Intentemos imaginarnos por un momento como sería hoy el mundo sin los atentados del 11-S, obra seguramente de activistas de Al-Qaeda, pero que, con toda probabilidad, contaron con la colaboración de la CIA y del FBI. Un mundo sin las acciones de organizaciones terroristas como Al-Qaeda hubiera provocado la mayor de las crisis que uno pueda imaginar en la economía de guerra de las grandes potencias capitalistas y en su política exterior. No debe ser casualidad por tanto que las familias Bush y Bin Laden compartan negocios en dos de los sectores más benefiados con el terrorismo de Al-Qaeda (la economía de guerra y el petróleo), que los grandes patrocinadores de la organización terrorista sean dos aliados incondicionales de Estados Unidos (como Arabia Saudita y Qatar) o que se haya convertido en un fiel aliado cuando se trata de desestabilizar a países incluidos en el eje del mal (como Libia y Siria). Si hemos de ser justos, lo que más debería preocuparnos es que organizaciones terroristas como esta contribuyan con sus acciones al éxito de los planes imperialistas de las grandes potencias, así como de algunos de sus sectores económicos más poderosos (como son la economía militar y la energética).