Fariñas: Ventisca

 
José Luis Fariñas
Fariñas, acuarela, fragmento, 2007

Fariñas, acuarela, fragmento, 2007

Ventisca

 Para Abel Diaz y Jose Julián Diaz  
                                                                                                Vengo de una parte innombrable
                                                                                                                               Antón Arrufat     
                                                                                                 Recuperada voz… ¿dónde está el alma?
                                                                                                                           Fidel Díaz Castro                   

Nadie atraviesa hoy el viejo puente,
aunque llueve como nunca y todos bostezan insomnes
con los brazos en alto porque sí y porque no,
con un compartido sabor a sales deshidratantes
en los dos lados del infierno.
El camino se deshace solo, hoy es uno de esos días;
el oro correoso juega mal su doble nueve.
Es un momento de callarse por dentro,
una cariátide de corredera sale para saludarnos
y cada quien se queda acompañado por sí mismo
fumando cabos en el balcón comunitario
junto a Bulgakov y Margarita.

Hoy el puente se despide con toda la piedad al viento
y su espalda seca de pescador noruego en cuarentena;
ante nuestros ojos morados comienza a levitar
llenándose de una rancia pureza
mientras vuela sin gracia por encima de las brujas.

Espejea, se le desprenden sus voces,
cuaresmales como una misa de Palestrina
en reducción para tambor de guerra,
y cruje y apaga enseguida con nobleza,
de tres en tres, los faroles nauseabundos
que dan su tono al tapiz del puente
y al tejido inolvidable de los ahogados.

Está vacío el puente.
Anochece a grandes rasgos
y casi no podemos creerlo,
pero las palomas vuelven a salir
del musgo divino de las azoteas,
regresan como si nada las turbara,
como si los perales reaparecieran con la cesta llenas
para devolverles el rostro navegable
del primer vuelo circular sobre la tierra.
Es como si solo fuera un lunes de cualquier fin de siglo,
otro buen día para terribles amasijos de lecciones.

Lloramos como cántaros de buhonero
siguiendo la pista del callejón
y mendigándole al Padre cuanto ni se imagina,
a la manera de Moisés el fundador,
hijo no menos perdido,
errante Magíster Ludi sin Castalia
celestialmente aplastado por la fe
en las lencerías del bosque, las expectativas.

Hoy debemos querer menos la respuesta,
todos los barros se confunden cuando llueve tanto;
es un aguacero que está a punto de borrarlo todo,
pero infelizmente hay que volver al vapor,
a la chancleta vengadora, al vino de remolacha,
a las toallas de doble uso y al libro de los libros
para que no se nos cierren nunca las heridas.

El siempre jamás está de fiesta,
pero gracias a la ceiba de tu esquina
y al forraje de las almas
hay paz todavía
en una docena de portales
y hasta gofio ruso en algunas gavetas.

Somos rehenes de Dios
en este microsegundo más largo
que esos caminos que conducen a Roma;
Pero si con sencillez nos dejamos ir
un poco para ver a ciegas
y otro poco para aprender a cerrar bien los ojos
y miramos por dentro lo que queda de nosotros.
Veremos sin embargo aquí lejos,
buenas piedras en las que llorar
y árboles y peces dolientes
que se acostaron a tiempo todavía.

Vamos a quemar las oraciones de no retorno
en todos los rincones del mundo,
porque al final de esta tarde habrá un destello,
lo sé porque lo hemos soñado muchas veces,
y veremos desde las despedazadas puertas
el peligro del viejo puente.
Se despide como un ángel,
con sus pilares de arenisca
y sus pasamanos de tuétano.
No existió nunca fuera del sueño,
enclavado como si nada, entre Jerónimos,
arroz partido y fantasmas;
improbable, pero tan lógico como la Atlántida o el Fénix,
serpenteador y promisorio
a pesar del eje que faltaba cerca del pecho,
de pie y sin custodia,
en el estuario del valle último,
justo en el centro difícil
de los verbos esenciales que se nos escapaban.

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