Iroel Sánchez
Esta semana el soldado Bradley Manning, quien lleva más de treinta meses detenido sin juicio, testificará en un tribunal castrense sobre las condiciones degradantes de su confinamiento en instalaciones militares estadounidenses.
Manning es el presunto autor de la filtración de cientos de miles de documentos de los Departamentos de Estado y Defensa de Estados Unidos a la organización Wikileaks. Ninguno de esos materiales habla de problemas de internos de su país sino de cómo son tratados sus prisioneros y supuestos enemigos por todo el mundo y del modo en que Washington viola masiva y sistemáticamente en los hechos lo que lleva decenios proclamando como justificación de su política exterior: la defensa de los derechos humanos fuera de sus fronteras.
Pero la audiencia de esta semana no es acerca de lo que hizo Bradley Manning con esos documentos sino sobre cómo fue tratado en una prisión militar donde se le aisló en una celda de cinco metros cuadrados, se le obligó a dormir desnudo, y se le retiraron sus espejuelos. La denuncia de esas condiciones degradantes llegó a impactar en sectores influyentes de EE.UU.: compañeros de estudio y profesión de Barack Obama enviaron una carta al presidente desde la Escuela de Leyes de Harvard, un vocero del Departamento de Estado las calificó de contraproducentes por lo que fue obligado a renunciar, y el congresista Dennis Kucinich, a quien se le negó visitar al soldado en la cárcel, comparó sus condiciones con los abusos en la prisión estadounidense de Abu Ghraib en Bagdad.
El consejo de guerra en que a Manning se le juzgará por “alta traición”, y donde se le solicitará cadena perpetua, comenzará el 4 de febrero. Una alta traición a los torturadores de Guantánamo y las cárceles secretas de la CIA, a los golpistas de Venezuela y Honduras, a los asesinos en serie en Iraq y Afganistán, pero sobre todo a quienes los mandataron para hacerlo. Si, como un Prometeo del siglo XXI, Bradley Manning permaneciera encadenado de por vida, su condena incriminará a sus fiscales mucho más que las vejaciones a que este joven ha sido sometido por desnudar ante el mundo la hipocresía de los Zeus contemporáneos, llámense Obama o Bush. (Publicado en CubAhora)
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