Ángel Guerra Cabrera
Hay que gritarlo a todo pulmón en un mundo bárbaro como el que pretende implantar el imperio yanqui, donde no quede en pie ni uno de los principios de convivencia civilizada conquistados por la humanidad. La Primera Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba(PCC), culminada en La Habana el 28 y 29 de enero, ha demostrado la perseverancia del liderazgo cubano en mantener el rumbo y el ritmo –sin prisa pero sin pausa- de los cambios económicos, políticos y sociales dirigidos a dar sustentabilidad y perfeccionar sus conquistas socialistas. Inspiradas en las ideas de Marx, Lenin y sus continuadores, como también en las concepciones revolucionarias de José Martí, inscritas en la tradición nacional-popular latinoamericana, teñida por la sabiduría de sus ancestrales civilizaciones y la profética visión de unidad e integración de nuestros pueblos legada por la genialidad de Simón Bolívar.
La reunión partidista, cuya celebración fue decidida el año pasado por el VI congreso de la organización desplegó –en la etapa preparatoria y en su realización- una clara voluntad política de diálogo y debate democrático e inclusivo, a tono con la diversidad de la sociedad cubana actual. Acordó, entre los objetivos centrales del PCC “desterrar definitivamente los rezagos, prejuicios y conductas discriminatorias de todo tipo” y cumplir el mandato de la Constitución de la República que proscribe “la discriminación por motivo de raza, color de la piel, sexo, origen nacional, creencias religiosas y cualquier otra lesiva a la dignidad humana” y proclama “la educación de todos en el principio de la igualdad de los seres humanos”.
Como explicó el primer secretario del PCC Raúl Castro, la conferencia optó por el concepto martiano de un solo partido para hacer la revolución. Y es que otra postura sería suicida en las condiciones de Cuba por mejor intencionada que pudiera parecer, pequeña isla de once millones de habitantes, situada en las fauces del norte revuelto y brutal que no cesa de acosarla. Dicho más claro: Cuba está sometida desde hace décadas a un estado de guerra no declarada por parte de la más colosal potencia militar de la historia, situación que salvo por ocasionales matices, se ha mantenido en todo ese tiempo. Bien dicho por Raúl que el espacio que se concediera a otros partidos sería para los del imperialismo. Cabe recordar una vez más aquella afirmación tan lúcida del Che, que nadie debe tomar más en cuenta que los revolucionarios cubanos: al imperialismo no se le debe ceder “ni tantito” así. Lo expuesto hasta aquí es razón suficiente para afirmar que Cuba continúa empeñada en realizar cuantos cambios y reformas sean necesarios a la consecución de sus objetivos socialistas y por eso mismo lo hace sin ceder un solo milímetro en su soberanía ante las presiones del imperio y sus vetustas comparsas europeas ni complacer la ingenuas peticiones por algunos de sus simpatizantes de calcar modelos ajenos a su realidad.
Ochocientos once delegados, en representación de los más de ochocientos mil militantes del PCC asistieron a las sesiones previas de municipios y provincias y luego a la reunión nacional para “evaluar con objetividad y sentido crítico el trabajo del Partido, así como determinar con voluntad renovadora las transformaciones necesarias para situarlo a la altura que demandan las actuales circunstancias”. Se trata de introducir las modificaciones que sean necesarias en los métodos y estilo de trabajo del PCC para lograr la implementación de los cambios al modelo económico acordados por el VI congreso, uno de cuyas vertientes principales consiste en motivar y movilizar la participación consciente de los cubanos en la gestión de la economía nacional. Para ello el PCC debe abandonar el “mandonismo” y los métodos administrativos pues su autoridad moral, insistió el primer secretario, se fundamenta en el ejemplo personal de sus militantes y cuadros “a partir de demostradas cualidades éticas, políticas e ideológicas y el permanente contacto con las masas”. Dos cuestiones vitales fueron abordadas también por la conferencia: la necesidad de crear una hornada de dirigentes jóvenes, obstaculizada por una errónea política de cuadros y el imperativo de que el PCC encabece la lucha contra la corrupción, “uno de los principales enemigos de la revolución”. En el marco de la ley “seremos implacables con la corrupción”, enfatizó Raúl. (Publicado en La Jornada)
Me gustaria vivir en cuba, la patria de Fidel. Soy argentino y amo a nuestra Cristina.