Peio H. Riaño
Piden un pellizco de ingenuidad y una piel que no sea como la coraza de un paquidermo inconmovible. Quieren conservar en sus labios las canciones más ruidosas contra los tiempos de silencio. Siguen creyendo que una de las misiones de la poesía es enfrentarse al poder. Escriben poemas sin disfraces, contestando a la injusticia y el cinismo. Han bajado de las torres de marfil para ponerle luz a este borrón de negrura y se han encontrado con las plazas tomadas. El poeta no cuenta con nadie, pero lo que cuenta concierne a casi todos: “Que no crezca jamás en mis entrañas / esa calma aparente llamada escepticismo. / Huya yo del resabio, / del cinismo, / de la imparcialidad de hombros encogidos”, escribió Raquel Lanseros (Jérez de la Frontera, 1973) en Invocación hace unos años y ahora su poema, que forma parte de la antología Poesía ante la incertidumbre (Visor), se ha convertido en un canto necesario para acompañar a la actualidad.
Hace unos días, un amigo le comentó que había leído en una de las acampadas del 15-M una frase propia de la síntesis de un poeta: “Hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores”. Sus poemas predican la importancia de volver a creer. Frente al descrédito del sistema introduce de nuevo los valores de justicia y equidad. “La poesía social de los años cincuenta tuvo gran importancia por razones obvias. Ahora, también hay razones obvias para que la poesía no quede ajena a este malestar social, en el que los ciudadanos viven con opresión, sensación de hartazgo y desconfianza”, explica a Público para reivindicar la poesía como “un espacio de humanidad”.
Nostalgia del futuro amputado
El axioma y la sencillez, el golpe directo y la proclama, son los recursos de la vuelta de la poesía política y moral. La originalidad por la originalidad o el ejercicio de la experimentación no interesan en esta batalla lírica. Tampoco renuncian a la belleza, pero ante la amenaza del silencio, la poesía reacciona con todo su material pesado: “Tenemos ideales, pero no estamos ideologizados como los poetas que escribieron en oposición al régimen dictatorial. En ese sentido, la nuestra es una poesía maniquea”, explica la poeta.
Mientras hace 50 años los poetas se agarraban a las metáforas para dar a conocer la represión de una dictadura, hoy la denuncia es global ante un fracaso que es universal: “Todas las fuerzas productivas / son también fuerzas destructivas”, escribía Jorge Riechmann (Madrid, 1962) en El corte bajo la piel, en 1992. Este poeta es uno de los adelantados al malestar generalizado, como muestra la magnífica edición de su poesía reunida (1979-2000) que la editorial Calambur acaba de reunir en Futuralgia. “Rabia contra quienes nos amputan nuestras posibilidades mejores, en una época tenebrosa -la nuestra- donde el porvenir se halla trágicamente amenazado”, explica Riechmann en el prólogo para definir “futuralgia”.
El también poeta, ensayista y articulista Antonio Orihuela (Huelva, 1962) reconoce escribir desde hace cuatro años “con la idea de la agitación de una sociedad somnolienta”. “Yo no diría que escribo desde la ira, sino desde la estupefacción y el asombro de ver cómo unos derechos que costó conseguir tras tantos años y tanto sufrimiento, de la noche a la mañana son borrados. Antes del 15 de mayo vivíamos en una esclerosis social”, cuenta, y se alegra de que este movimiento tuviera la suerte de encontrarse en la calle con la publicación de su último libro, Todo el mundo está en otro lugar, en la editorial Baile del Sol. Orihuela describe, proféticamente, sobre células pequeñas, resistentes, asamblearias, que intentan “romper el silencio / reconocer al otro / constituirse / movilizarse”.
“No creo en una poética del compromiso, porque comprometidos estamos todos. La mayoría con la ideología reinante. Hay más compromiso en los trabajadores de Intereconomía y Telemadrid que en otro lado”, explica Orihuela. Cree que el poder de la poesía está minusvalorado. En el epílogo de su poemario recoge las palabras de Riechmann ante el hecho de que en Guantánamo los poemas son secuestrados. “La poesía representa un riesgo especial”, justifica una orden de los servicios de espionaje estadounidenses de junio de 2006. “Los poetas descreen de los poderes de la poesía; el Pentágono no lo hace”, escribe Riechmann.
Antonio Orihuela destaca el ataque contra el Estado del bienestar y la falta de rebelión que se ha vivido hasta el momento. Dibuja a los ciudadanos como los productos de un proyecto individualista y solitario, transformados en zombis incapaces de relacionarse con los demás. Un zombi en su mundo incapaz de sublevarse. “La poesía es un antídoto contra el espanto, contra la imbecilidad en la que quieren sepultarnos. La palabra es lo primero de lo que nos despojan, de ahí la importancia de lo que ocurre en las plazas”.
Escribir con ideas
Lanseros coincide con Orihuela. Cree en la poesía como una posibilidad de “rearmar espiritualmente” al ciudadano, como “una gran fórmula para recuperar la llave de la libertad interior”. Como apunta en Hit the road, Jack: . / Acepta el pan servido en cualquier parte / disfruta del asilo que te ofrezcan / pero ten preparadas las m”Nunca le tengas miedo al horizonte / no hay placer más sabroso que el trayectoaletas. / Aprende por tu bien el arte de marcharte / siempre un segundo antes de que te hayan echado”. “La poesía es un modo de ajustar cuentas con la realidad”, las comillas son de una cita conocida de Luis García Montero, en la que ya se subrayaba que “la peor idea de todas es escribir sin ideas”.
A Almudena Guzmán (Madrid, 1964) la despidieron de su puesto de trabajo bajo la legitimidad de un ERE. Ha destilado su malestar en Zonas Comunes (Visor), un libro en el que compara su situación de desempleada con la de un leproso, un marginado, un bicho raro: “De un día para otro / te conviertes en Gregorio Samsa. / Sólo te saludan las cucarachas como tú. / Las botas crujen cada vez más cerca”. La autora ha dividido en dos el poemario, la parte pública y la privada. En la primera describe el ambiente en los últimos días de su puesto de trabajo como “un campo de concentración o un gulag, por el maltrato psicológico”. “No es lo mismo el parado que el exterminado, pero sí coinciden en el mismo clima de terror al estar incluidos en una lista. Solamente es una licencia poética”, explica Guzmán.
Zonas comunes es un libro contestatario, personal y rabioso, “porque no están los tiempos para bromitas; hoy no se puede mirar para otro lado y escribir sobre un cisne blanco”. La escritora confía en la poesía como herramienta de reflexión. “Cuando a un hombre / se le echa de su trabajo / no solo se altera el orden / económico y social / sino también el natural. / Es un árbol talado. / Y ya van cinco millones”, escribe.
Tampoco mira para otra parte Jorge Gimeno (Madrid, 1964), que reconoce lo que subyuga en La tierra nos agobia (Pre-Textos). Su trabajo es una denuncia social y existencial, la vuelta a la poesía como referente moral y político. “Lo es, pero la poesía no es consciente de ello. Ha aceptado un papel menor y decorativo. El poeta se conforma con la figura social de quien vive en la cripta. La poesía debe salir a buscar al lector para explicarle un par de cosas”, apunta.
La tierra nos agobia es un libro sobre el dolor del mundo y la vida en conflicto, en el que la palabra no se disfraza, donde la depuración verbal y la poda es imprescindible para la propuesta moral de la poesía. “Hace tiempo que veo el sentido poético y el sentido político mezclados. Cada vez creo más en las posibilidades políticas, humanistas, de la poesía. En su popularidad, en su fuerza transformadora. Nos han echado encima la losa de que la poesía no interesa, y somos tan tontos que lo hemos creído. Interesa, y mucho, como todo lo que casi no ocurre. Si la sociedad renace, renacerá la poesía. Volverá a ser humana y callejera. Dejará de ser finolis, cuaresmal. Hay que volver al tiempo de las cosas”, cierra.
Adiós a la posmodernidad
En otra coincidencia o profecía, Diego Doncel (Malpartida, 1964) escribía Porno Ficción (DVD) meses antes de que arrancara la voz de los indignados: “La policía teme su odio porque desconoce su naturaleza. / Y teme aún más sus sueños porque pueden hacer de nuestros / sueños un estado de conciencia subversiva”. ¿Y qué hizo el capitalismo por los ciudadanos? “El capitalismo es un acto policial en los márgenes de la metrópoli. / La realidad es el enemigo público número uno. / Es mejor no salir de casa, pesar sin ser reconocido: / los pensamientos aquí también delinquen. / No preguntes dónde fue a parar el que eras”. En el colofón anunciaba: “Empieza silenciosamente una nueva revolución”.
“La Puerta del Sol ha liquidado la posmodernidad. La cultura tiene la necesidad de volver a la intervención social”, afirma tajante Doncel. “Hay que volver a un modo social donde lo humano tenga mucha más importancia. La pornografía es el símbolo de nuestra época: es el deseo de alcance de la pantalla, la exhibición de uno mismo. El capitalismo nos ha llevado a un momento pornográfico, por la aceleración del consumo y los deseos”, explica. El protagonista del libro es un tipo que busca un amor auténtico, pero está incapacitado para lograrlo porque ha sido educado en el goce inmediato y no se reconoce en una sociedad que sólo demanda de él consumo.
Porno Ficción podría ser un tratado moral en vez de un libro de poesía, que permite pensar contra el sentido de la realidad contemporánea. Incluso, pasaría por un refugio de axiomas y de escritura con urgencia. Como señalaba John Berger, la poesía habla a la herida inmediata, como dice Doncel, hay que “construir una nueva vanguardia”: “Necesitamos una literatura que obture los canales de consumo, que no pierda el sentido de la realidad. La literatura de la realidad debe permitir el acceso del lector y donde la retórica, los símbolos, etc, quede fuera. La poesía hay que ir a buscarla al sitio donde ocurra algo”. (Tomado de Público)