Cristian Vitale
“Soy trovador a secas”, sentencia Santiago Feliú cuando trata de ubicarse en su lugar, hoy. Parte de la trova original sigue por la de las canciones urgentes que emergió junto a la revolución y que tuvo a su hermano Vicente, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola como principales exponentes, y desemboca en la que muchos han dado en llamar la “novísima” trova cubana, la de Frank Delgado y Kelvis Ochoa. “A ésta pertenezco, porque así nos han llamado a los de la segunda generación. Así, o topos, pero igual no me gustan los cartelitos… Pongamos que heredo alguito de todas. Las estéticas y la realidad han cambiado, pero la esencia del trovador como hacedor de canciones poéticas y pensantes es una”, desarrolla este zurdo de la guitarra y las palabras, parado en medio de una gira por la Argentina, que esta noche se planta en La Trastienda (Balcarce 460) con el fin de presentar su décimo y flamante disco: Ay, la vida. “Este disco es como un suspiro, ¿sabes?”, dice Feliú.
–¿En qué sentido?
–A ver: son doce canciones sobre el amor y el amor desamorado, reflexiones poéticas sobre la vida misma, la amistad, la paternidad, una canción sobre Cuba y así… Un poco distinto de lo mismo, un resumen de lo vivido.
–Nada demasiado extraño a su cosecha anterior… esos temas que menciona son recurrentes.
–En algún sentido, sí. Tal vez lo novedoso sea que empecé a componer en el piano, que agarré ya de treintón, y eso le da un toque de distinción no sólo al disco, sino al show. Tardé mucho en editar (Sin Julieta, el disco anterior, lo sacó en 2002) porque sigo pensando al disco como una obra de arte, por eso espero a tener un puñado de canciones logradas y entonces grabar. Voy a mi aire, digamos, sin contratos que me aten a componer sí o sí. No me gusta que hagan zapping con mi disco, trato de que todas en conjunto te lleven a escuchar el disco como un todo. Yo no fabrico ni vendo canciones.
–Ese todo al que alude es como un compendio melancólico. Sus canciones tienen, en general, un dejo de tristeza.
–Porque se originan en la mismísima melancolía (risas). La verdad es que me lo paso payaseando, haciendo chistes, y creo que es para compensar el tango estremecedor que llevo dentro. La música de la tristeza me emociona más que nada; me sale espontáneo, es parte vital de mi creación.
Feliú (49 años, 15 menos que Vicente) pone como ejemplo algunas de las inoxidables canciones que recreará –o estrenará– esta noche en Buenos Aires. Habla de “Iceberg”, de “Sobrevolando un sueño”, “La ilusión”, “Alto al fuego” o “Planeta Cuba” y planta una tensión entre ellas, su propio corpus creativo y aquellos referentes que impiden desprenderlo de un contexto. Habla de León Gieco y su impulso vital para agregar armónica a sus temas (“Por él la toco; él por Dylan y yo por él”); habla del mismísimo Dylan como un misterio, una cosa mítica e intensamente significativa; dice que los Van Van son los Stones de Cuba y le atribuye a Kafka, a su misterio y su narrativa, el pulso textual de muchas de sus canciones (“me alucinó de veiteañero”).
–Pero ninguno tanto como Silvio Rodríguez, se intuye. De él se nutrió en un principio, cuando todo era nada, o casi, y hoy se lo considera su padrino. Fue quien le propuso hacer esa gira por España y América, cuando usted tenía apenas un disco editado, Vida.
–Por supuesto. Conozco a Silvio desde niño. Vicente, mi hermano, es más hermano suyo que mío, porque, como dije, se conocen desde muy jovencitos, armaron junto a otros el movimiento de la Nueva Trova y fueron juntos a la guerra de Angola. A mí me hechizaba escucharlo en casa de mi padre o de mi abuela, donde se juntaban y donde vi nacer y crecer canciones que hoy son clásicas. Silvio es para mí como una mezcla de gurú y padrino, pero sobre todo un gran amigo al que, sin deberle nada, le debo un montonazo. Tuve que superar su potente influencia.
–¿Lo logró?
–Digamos que la gocé, la sufrí y luego la absorbí. Creo que si no hubiera viajado y tocado con él, no se me hubiera desprendido tan rápido, porque enseguida aprendí de Silvio que lo más importante es ser uno mismo.
–Algunos lo llaman “el eléctrico”, otros “el hippie del comunismo”. ¿Cómo acusa recibo de esos apodos?
–Bien. Lo de eléctrico supongo que porque fui el primero de mi generación que se puso a rockear la trova. Y lo de hippie comunista, bueno, fue el título que se le dio a una biografía sobre mí escrita por Juan Pin Vilar. En la contratapa hay unas palabras de Rafael Rojas donde me califica así y no está mal… Tengo mucho de la esencia del hi-ppismo, y como vivo en una sociedad que aspiraba al comunismo pues, bueno, es cierto y gracioso.
–¿Se lleva bien con la revolución, hoy?
–Para mí es algo natural porque nací con ella y forjó una sociedad distinta: pobres pero sanos, con cultura, solidaridad y por supuesto siempre bloqueados y agredidos por las administraciones gringas. La caída del bloque socialista europeo trajo consigo un éxodo masivo, una crisis infernal de la cual nunca salimos del todo pero que se ha ido piloteando preservando y priorizando siempre los principios básicos de educación y salud bajo una cruda austeridad al límite de lo vivible con decoro. Ese es por arribita el planeta Cuba.
–El que refleja la canción con ese nombre, una de las nuevas.
–Claro. Medio siglo siendo diferentes y resistiendo al socialismo que nos impone el capitalismo, distante del que podríamos tener. Mientras en nuestro hemisferio haya niños mendigando o trabajando, la Revolución Cubana tiene sentido. Sólo espero que la revolución sea revolucionada por los jóvenes cubanos. (Tomado de Página 12)
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