Ángel Guerra Cabrera
Una nueva ola revolucionaria recorre Egipto, rubricada por la reconquista de la Plaza Tahrir por el pueblo después de una batalla campal de más de 36 horas con la fuerzas de seguridad. Los egipcios, otra vez con sus jóvenes a la cabeza, se han lanzado a una nueva insurrección que exige la renuncia del Consejo Supremo de la Fuerzas Armadas(CSFA), encabezado por el mariscal Mohamed Hussein Tantawi, que sucedió a Mubarak en el mando de la nación, la creación de un gobierno de salvación nacional al que se subordinen los militares y un cronograma para la instauración de un gobierno constitucional. El consenso en la Plaza Tahrir, donde el lunes se reunió más de un millón de manifestantes, es que el CSFA traicionó la encomienda del pueblo para crear un orden democrático y constitucional. Esa encomienda no fue gratuita, se debió a que el ejército se negó a reprimir la insurrección popular del 25 de enero de este año -como pretendían Mubarak y sus aliados en Washington y Tel Aviv-, retiró su apoyo a las sangrientas fuerzas de seguridad y forzó la salida del sátrapa, impidiendo así un baño de sangre.
Pero al cabo de diez meses el CSFA ha evidenciado que aquella loable actitud no estaba inspirada en un compromiso con las demandas populares sino en el cálculo de que al desmovilizarse las masas decaería su combatividad y vigilancia. Así, el CSFA no cumplió la promesa de derogar la Ley de Emergencia ni rindió cuenta de sus actos a las organizaciones juveniles y partidos políticos legalizados después del derrocamiento de Mubarak y obstaculizó la labor al gobierno interino, todo con el objetivo de preservar los enormes privilegios que detentan los altos jefes militares. El movimiento popular ha tenido que soportar un hostigamiento constante, una cantidad de juicios militares sin precedente contra activistas, el recrudecimiento de la represión contra los reclamos obreros y populares y la impunidad de los represores. El CSFA sometió a referendo un texto constitucional redactado a la carrera y no consultado con las organizaciones populares, que luego echó a un lado, eludió fijar fecha para convocar a elecciones presidenciales y permitió la actividad política de los mubarakistas. Pero cuando colmó la paciencia del pueblo fue al intentar introducir en un nuevo proyecto constitucional la facultad de las fuerzas armadas para decidir su presupuesto sin contar con el futuro parlamento y el mantenimiento de su tutela política sobre el país.
El viernes 18 de noviembre se realizó una gran marcha convocada por la mayoría de las fuerzas políticas para exigir al CSFA la definición de un calendario preciso para la instauración democrática y la trasferencia del poder a un gobierno civil. Al final de la marcha, un grupo mayoritariamente de jóvenes, decidió quedarse en plantón en Tahrir en contra de la opinión de los partidos. La brutal represión de las fuerzas de seguridad no se hizo esperar. Gases tóxico-paralizantes Made in USA, cachiporras, piedras, perdigones de caza y balas de goma fueron lanzadas por los gendarmes contra la muchedumbre. Esta respondió con la lucha cuerpo a cuerpo, lanzando adoquines y utilizando las cachiporras arrebatadas a la policía. Con el paso del reloj crecían las filas de combatientes populares, escenario que era replicado en el emblemático Suez –cuna de grandes luchas obreras-, Alejandría, Port Said, la combativa zona industrial del delta del Nilo y todas las ciudades del país. Se repetía el fenómeno de enero en cuanto a la masividad y la difusión de la insurrección pero ahora con mayor madurez, conciencia política y experiencia. La represión ha ocasionado ya varias decenas de muertos y cientos de heridos y amenaza con agravarse, lo que llevó al imán de la mezquita de Azhar, máxima autoridad sunnita de Egipto, a exigir a la policía el cese de la represión y al ejercito su intervención para detener el baño de sangre.
El CSFA ofreció el martes 22 un plan rechazado de inmediato por los manifestantes, que incluía la creación de un gobierno de salvación nacional y elecciones presidenciales en junio de 2012. Además, un referendo donde el pueblo decidiría “si se traspasa el poder a los civiles”, algo que en Tahrir se consideró un chiste de mal gusto.
La revolución en Egipto ya ha forzado un cambio importante en la política exterior. Mientras se mantenga viva la pelea entre el imperialismo y los pueblos árabes tendrá una colosal fuerza a su favor.
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