A partir de Sísifo y sus mitos, una invitación a reflexionar sobre las fábulas y leyendas a las que nos someten hoy los medios masivos de comunicación.
Cuentan que Sísifo engañó a los dioses y fue condenado a empujar, sin descanso, una roca hasta la cima de la montaña, desde donde volvía a caer, una y otra vez, por su propio peso. Albert Camus en su ensayo El mito de Sísifo aclara que algunos consideran al rey de Corinto el más sabio de los mortales y otros, un bandido; pues “Difieren las opiniones sobre los motivos que le convirtieron en un trabajador inútil en los infiernos”. La idea abre las reflexiones de Camus y le permiten re-significar el mito y la condición humana: si cada versión sobre la realidad depende de una elección, tenemos la oportunidad de redireccionar nuestras miradas y nuestras acciones. Acaso creyó inevitable, preguntaríamos alguna vez, por la intencionalidad que subyace bajo nuestras diversas interpretaciones.
Durante siglos, hombres y mujeres sensatos enseñaron que Prometeo es condenado por entregar el fuego a los hombres y Sísifo por conseguir agua a los sedientos de Corinto. En demasiados mitos, incluso mucho más modernos, los transgresores son torturados por luchar contra las diversas formas de la Muerte. La estructura simbólica del mensaje busca preservar cierto orden de las cosas. Una y otra vez, aceptamos la misma y triste moraleja: “Quienes se atreven a desafiar las injusticias son fatalmente vencidos”.
Eternizar los relatos del fracaso del héroe es imprescindible para quienes imponen verdades funcionales a sus intereses. Lógicamente, serán ofendidos por cualquiera que se niegue a suscribir los discursos que sostienen sus olímpicos privilegios.
En ocasiones, los seres humanos advertimos minúsculas mariposas amarillas en el corazón de las caléndulas y en otras apenas reparamos en un elefante en el bazar.
Los mismos mitos que cargamos de significado cuando se vuelven invisibles funcionan a nivel inconsciente. Aún calzamos estrechos zapatos y los pies descalzos nos resultan demasiado amplios. Pero es posible afinar nuestra impresionable piel y reconocer las limitaciones de nuestros sentidos y el peso de los prejuicios.
¿Qué ocurre cuando la visualización colectiva de la extinción de los paquidermos no requiere más intermediario que un modesto noticiero? Mi ejemplo es intencional y apremiante. Hoy, la mayoría de los medios masivos de comunicación despliega mitos que manipulan nuestras emociones, nos sumergen en terroríficas tragedias, y luego, entre entretenimientos ramplones y chocolates agrios, pretenden consumamos alivio de plástico a angustias inventadas. Frente a nuestros ojos, extienden mesas de insultos, silogismos vacíos, groseras mentiras y de postre, justificaciones a asesinatos, secuestros y negociados.
Ya sea porque somos poco proclives a andar por el mundo contando animales, habitamos en los antípodas de la selva o dedicamos el día a la ineludible tarea de ganarnos el pan, no hacemos el chequeo cotidiano de tamañas desinformaciones y entonces, entre dimes y diretes, muchas personas buenas y honestas suman sus voces a conclusiones falaces.
Necesitamos reinterpretar los mitos porque nuestros relatos personales construyen nuestra realidad y nuestras narraciones colectivas cristalizan en colectivos imaginarios.
Albert Camus señala “no hay mayor castigo que vivir sin esperanza” y demanda: “Hay que imaginarse a Sísifo dichoso”.
Si el héroe confiere sentido al dolor y a la lucha por la dignidad humana, entonces Sísifo y Prometeo son más fuertes que las rocas que los sujetan y merecen erigir en nuestros corazones, nuevas columnas. Porque el drama de Sísifo ya no es sólo de Sísifo.
Tampoco su dicha ni la responsabilidad, valga la redundancia, de la respuesta.
* Antropóloga – Universidad Nacional de Rosario.
Tomado de Página 12
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