En ocasión de celebrarse este año el cumpleaños 110 de Pablo de la Torriente Brau, el escritor y cineasta Víctor Casaus,- quien dirige el prestigioso Centro Pablo- nos envía estas dos cartas dirigidas por Pablo a su amigo Rubén Martínez Villena.
Se trata de documentos publicados solamente en 1996, en un número de la revista La Gaceta de Cuba dedicado a Raúl Roa, y que el Centro Pablo acaba de reproducir en su boletin Memoria, acompañados de las palabras con que el director del Centro Pablo presentara dicha edición.
Incluimos además, el video de la interpretación por el trovador Silvio Rodríguez de los versos que dedicara a Pablo -caído en defensa de la República Española- , el poeta Miguel Hernández.
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Palabras de presentación de La Gaceta de Cuba
Los compañeros que la editan me han pedido que presente este nuevo número de la Gaceta. Y lo hago con esta sensación cercana a la alegría por estar participando en esa admirable persistencia con que las revistas culturales cubanas ejercen su vocación de existir, como expresión de la riqueza de nuestro arte y nuestra literatura y, en particular, del proceso de surgimiento de un pensamiento ensayístico nuevo que va perfilándose en sus páginas.
No sé si la presentación de una revista debiera seguir un procedimiento establecido. Por mi parte confieso que no lo conozco y que me alegro de no conocerlo. En todo caso, sé que no debo –y no puedo– referirme a todos los trabajos que integran este número. Esa vocación de pregonero de feria tampoco es necesaria en este momento: la Gaceta tiene ganado limpiamente un público lector –su público lector– que es capaz incluso de luchar contra las inclemencias del precio en estos tiempos modernos y económicamente difíciles que vivimos. Por lo tanto, consciente de que mis palabras no alterarán, en ningún sentido, las perspectivas de mercado para la Gaceta, me referiré sobre todo a las ideas centrales que transitan este número, más precisamente el 5, de su año 34
Esta Gaceta se inicia con el formidable dossier de Raúl Roa que ha preparado el ensayista Fernando Martínez Heredia. Un cuento insólito y un manojo de cartas efectivamente deslumbrantes, escritas en la cárcel o en el exilio, conforman una rápida, impactante incursión en la historia personal de aquel joven de estirada figura y revuelta caballera que le hacía recordar a Pablo de la Torriente Brau, su hermano entrañable, “entre otras cosas inverosímiles, un Beethoven hambriento y un Hamlet estilizado”.
En las primeras páginas de esta Gaceta, puede encontrarse efectivamente el testimonio de aquella amistad perdurable, nacida de las afinidades y de la lucha, forjada en cárceles y exilios. Y ese testimonio se ofrece aquí –más de 60 años después de que fueran escritas aquellas cartas– con una frescura que ya querrían para sí los aburridos narradores de historias pre-concebidas y los recientes arcángeles de la desilusión. El lenguaje de Roa, como el de Pablo, que no cree en “malas” y “buenas” palabras, sino en palabras útiles o inútiles, recorre, desgrana, fustiga, analiza, (vacila, según diríamos hoy) la realidad de aquellos años estremecedores en que la posibilidad de la revolución social estuvo en el aire de la Isla y no encontró la fuerza definitiva –unida, irresistible– que la hiciera avanzar hasta el final.
Al presentar estos papeles del joven Roa, que tuvo la fortuna de empalmar el rastro de aquella revolución ida a bolina con el triunfo de 1959, Fernando Martínez Heredia nos recuerda que
sus escritos, de lo más valioso de su época, constituyen una producción deslumbrante, reconocida ampliamente por sus contemporáneos. (…) El pensamiento del joven Roa –dice, decimos con Fernando– queda ahí, riquísima herencia yacente para la imprescindible tarea de reconstruir y volver a interpretar el pensamiento cubano de este siglo.
Aprovecho el momento de esta presentación para anunciar que el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau esta preparando su Coloquio sobre Raúl Roa, que celebraremos a mediados del próximo diciembre: un nuevo paso en este rescate de legados, memorias e identidades que nos pertenecen.
Por caminos tangencialmente similares anda la selección de trabajos ensayísticos y/o testimoniales que nos presenta en este número el maestro Ambrosio Fornet. El (otro) discurso de la identidad es el título del que los introduce, dando “continuidad –nos dice Ambrosio– al diálogo permanente que hemos propiciado sobre temas como identidad, cultura y diáspora”. Los lectores de la Gaceta recordarán las muestras de poesía y narrativa de escritores cubanos residentes en otros países que han aparecido en sus páginas.
Este dossier que incluye textos de Louis A. Pérez Jr., Lucrecia Artalejo, Ruth Behar, María de los Ángeles Torres, Lillian Manzor-Coats, Cristina García, Gustavo Pérez-Firmat y Antonio Vera León, ofrece –como nos advierte Fornet– “una visión otra –contrapuesta o complementaria– con respecto a la que predomina entre nosotros. (…) Coincidentes o discrepantes, –subraya Ambrosio– cada una de estas perspectivas puede contribuir a enriquecer las nuestras y a promover un diálogo necesario”.
Quiero subrayar las palabras anteriores para reconocer, en primer término, la labor realizada por la Gaceta en esa dirección, y en la que el trabajo personal de Ambrosio ha sido sistemático, abierto e inteligente. Estas páginas han sido un espacio de encuentro de la cultura cubana.
Quiero subrayar también esas últimas palabras –encuentro de la cultura cubana– porque los trabajos que cierran –que abren, en otro sentido– este número de la Gaceta –”Memoria e identidad: algunas preguntas para el fin de siglo”, “¿Elefantes en la cristalería?” y “Desencuentros y lejanías”– polemizan con enfoques, artículos y apreciaciones aparecidas en el primer número de la revista de ese mismo nombre editada en Madrid.
Creo, por mi parte, que es saludable que aparezcan diversos espacios para el encuentro de esa cultura que es la nuestra y que es, al final, la misma. Y creo también que es favorable que aparezcan en esta orilla y en otras donde la presencia cultural de los cubanos ha alcanzado relevancia en estos años. Creo también, junto con lo anterior, que en esos espacios debe predominar la diafanidad en el análisis y en la búsqueda de comprensión, que alejen –o al menos disminuyan– la manipulación y los resentimientos. En ese sentido, el primer número de la revista Encuentro de la cultura cubana traza un espacio, a mi modo de ver, demasiado contaminado por los últimos elementos que mencioné.
Pero más que repetir en esta presentación los argumentos que incluí en mi trabajo mencionado, quiero resumir algunas ideas relacionadas con estos temas. Pienso que se hacen necesarios actualmente los espacios que propicien la diversidad. La tranquilidad dentro de una campana de cristal no es tranquilidad: es vacío. La diversidad implica la confrontación de ideas, el debate, la polémica. Y para los que nos movemos en este terreno ello supone deberes y derechos que hay que obtener y defender por igual. Y supone, también, una muestra de maduración, seriedad y compromiso.
Supone también una cultura y una práctica –que debieran ser usuales– del debate. Los estilos predominantes en años anteriores no favorecieron el desarrollo de esas capacidades. En cuanto a la necesidad de responder, por ejemplo, a francos ataques en este terreno provenientes del exterior, la costumbre establecida se reducía a las respuestas en bloque, tras las cuales aparecían las firmas de todos. En el mundo de hoy –al que pertenece la Cuba de hoy– se hace necesaria, a mi juicio, una participación más constante, más directa –más personalizada, según algunos lenguajes al uso– en estos terrenos.
Aquel otro estilo imperante creó malos hábitos. Por una parte, relevaba al intelectual de la posibilidad de enfrentar, directamente, con las especificidades y matices de su lenguaje e incluso de su percepción de las cosas, aquellas opiniones –distintas, discrepantes o francamente agresivas– sobre nuestra realidad. Por otra parte, aquella práctica producía un efecto doble –y doblemente negativo–: aliviaba la conciencia del intelectual, porque ya estaba participando de una forma de respuesta, pero no ayudaba a desarrollar sus cualidades para cumplir, de manera más completa y quizás profunda, aquel deber.
Por eso creo que, entre nuestras responsabilidades en el mundo de hoy y en la Cuba de hoy se encuentra ésta que se menciona en uno de los artículos finales de la Gaceta: “pensar con cabeza propia, como Roque [Dalton] también –y tan bien– nos enseñó los problemas de nuestro tiempo.
Por suerte, la memoria de esa capacidad para discernir, elaborar, proponer, discutir, está viva en nuestra historia. Para no ir más lejos, es decir, para ir bien cerca, a las páginas de esta Gaceta que ya termino de presentar: ahí está el joven y eterno Roa, polemista temible, y su hermano Pablo, apasionado imaginador, quienes compartieron en una de sus cartas cruzadas estas confesiones enteras y vigentes:
Mis cartas son las actas oficiales de mi pensamiento. (…) No tengo nunca miedo de escribir lo que pienso, con vistas al presente ni al futuro, porque mi pensamiento no tiene dos filos ni dos intenciones. Le basta con tener un solo filo bien poderoso y tajante que le brinda la interna y firme convicción de mis actos. No me importa nada equivocarme en política porque sólo no se equivoca el que no labora, el que no lucha.
Víctor Casaus, 24 de octubre de 1996