Iroel Sánchez
En su libro Patas arriba. La escuela del mundo al revés, el escritor uruguayo Eduardo Galeano dice: “Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana.” ¿Y qué tal si la ventana estuviera en Dublín, ciudad inspiradora de James Joyce y de su monumental novela Ulyses?
Es que justamente en Dublín ha ocurrido un hecho digno de aparecer en el libro de Galeano. Ya habíamos comentado en La pupila insomne las protestas desatadas por la salida a la luz del libro de memorias del expremier británico Anthony Blair. Por esa razón, Blair desistió de presentar el libro en Londres. Sin embargo, pudo más su deseo de sonreír en público y acudió a Dublín a firmar ejemplares. O quizá se haya puesto de moda la presencia de criminales de guerra en instituciones culturales europeas. Hace unos meses fue recibido con honores en el Museo del Prado de Madrid el que fuera Secreatario General de la OTAN durante los bombardeos a Yugoslavia, Javier Solana.
Esta vez no hubo honores. En la capital irlandesa, quien es uno de los máximos responsables de la agresión contra Iraq -calificada de ilegal hasta por los abogados del Foreign Office- , recibió una lluvia de zapatos y huevos. Sin embargo -suponemos que adiestrado por su amigo George W. Bush-, Blair logró esquivar los proyectiles y entrar en la librería. Escoltado por la policía, escapó de los manifestantes, que portaban pancartas con el texto “Enviadle a prisión por genocidio”, mientras le gritaban “Hey, Hey, Tony, ¿a cuántos niños has matado hoy?”, “Tony Blair criminal de guerra” y “Sangre en tus manos”.
Tal vez porque cree en su impunidad, lejos de tener mala conciencia, Blair funciona ahora de amplificador de las amenazas de Estados Unidos e Israel contra Irán. Las declaraciones que realizara a la BBC-y que comentara Fidel en su mensaje a los universitarios- van en esa dirección.
“Perro”, gritó aquel periodista iraquí mientras lanzaba sus zapatos a Bush. Por su insistencia guerrerista -siempre lejos del lugar donde silban las balas- a Tony Blair le vendría bien aquel refrán que reza “perro huevero, aunque le quemen el hocico”. Pero en el mundo al revés la policía protege a los criminales, reprime a los denunciantes, y son los huevos los que persiguen a los canes.