Jesús Arboleya Cervera
Con el apoyo entusiasta de Fidel Castro acaba de culminar el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba.
No por casualidad, la fecha escogida para su celebración coincidió con la conmemoración del cincuenta aniversario de la victoria de Playa Girón, un acontecimiento que tuvo enormes repercusiones para el proceso revolucionario cubano, no solo por su importancia militar, sino porque definió su carácter socialista e infundió en las masas populares conciencia de su propia fuerza, traduciéndose en un capital político indispensable para la preservación de la Revolución.
A nivel simbólico y también de forma expresa, este apego a la continuidad del proyecto socialista cubano marcó la tónica de un Congreso que, al mismo tiempo, se caracterizó por la promoción de cambios sustantivos en el modelo económico del país.
Al margen de que el contenido de los Lineamientos Económicos y Sociales, puede ser posteriormente analizado para establecer el alcance de las modificaciones y sus consecuencias, saltan a la vista el sentido estratégico de sus propuestas:
La descentralización del aparato administrativo, incluyendo mayor autoridad y autonomía a las empresas y las economías regionales; el énfasis en la eficiencia productiva y su control mediante mecanismos financieros; la potenciación de los contratos como regla para la relación entre los entes productivos y comercializadores; la ampliación del trabajo en cooperativas y por cuenta propia y su adecuada relación con la economía estatal; el fortalecimiento del sistema tributario como mecanismo regulador de la distribución del ingreso social; el perfeccionamiento del sistema legal y la racionalización económica de los beneficios sociales, son medidas, entre otras, que buscan valorizar el trabajo y establecer su correspondencia con el nivel de vida de las personas, abandonando criterios igualitaristas excesivos, que, según argumentan los dirigentes del país y ha ratificado el Congreso, limitan el desarrollo de las fuerzas productivas.
En muchos casos, ni siquiera se trata de iniciativas novedosas, sino que forman parte de normativas establecidas, pero violadas en la conducción práctica de la economía, por lo que, más que reformas, se trata, al decir de Raúl Castro, de perfeccionar un sistema institucional que funcione con “orden, disciplina y exigencia”, a un ritmo que se corresponda con la situación objetiva doméstica y la realidad internacional.
Tal afirmación no excluye que se anuncian cambios trascendentes en la vida del país. Tanto es así que, desde mi punto de vista, esta convocatoria a la mejor organización económica y política de la nación, constituye la base del consenso social alrededor de estas propuestas, independientemente de desacuerdos puntuales con los Lineamientos y los temores ciertos de muchas personas respecto a sus implicaciones para determinados sectores de la población.
Por otra parte, contribuyó a articular este consenso la voluntad democrática demostrada en el proceso asambleario previo al Congreso, donde participó prácticamente toda la población, así como los propósitos y normas establecidas para el funcionamiento de los órganos de dirección del país a todos los niveles, entre lo que se destaca políticas para una mejor representación racial y de género, el progresivo acceso de los jóvenes a puestos de dirección y la limitación del tiempo en el desempeño de estos cargos.
El llamado de Raúl a eliminar prácticas políticas discriminatorias, referidas a entorpecer el acceso de personas no militantes a puestos administrativos o de religiosos a las filas del Partido, demuestra la existencia de una voluntad mucho más inclusiva en la articulación de un frente nacional donde todos se sientan igualmente representados.
Rectificar el propio funcionamiento del Partido ha sido establecido como el objetivo de la Conferencia a celebrarse el próximo 28 de enero de 2012. Fortalecer la democracia interna; eliminar métodos burocráticos y visiones dogmáticas; modificar la política de ascenso de los dirigentes; así como fortalecer el papel de la prensa, eliminando el “secretismo”, el “triunfalismo” y la falta de objetividad, constituyen algunos de los propósitos manifestados con vista a cambiar una “mentalidad” que obstruye su influencia en la sociedad.
Está claro que tampoco se trata de propósitos nuevos, tales principios forman parte del discurso político revolucionario desde sus orígenes. Cabe entonces preguntase cuál es la garantía de que tales tendencias negativas no se repetirán y la respuesta obvia es que solo la práctica demostrará lo contrario, aunque también es cierto que no hay nada más práctico que una buena teoría.
Una vez, un amigo me dijo que solo en situaciones límites los cubanos éramos sublimes. Si esto es cierto, estamos en camino de serlo, porque no tenemos otra alternativa.
Quizá el saldo político más importante del Congreso ha sido comprender esta realidad y disponerse a romper la inercia para enfrentarla, como dijo Raúl, “sin improvisaciones ni apresuramientos y con los pies y los oídos pegados en la tierra”. Amén. (Tomado de Progreso Semanal)
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