La frágil memoria de Cubanos por el mundo. Por Víctor Ángel Fernández

Todo cubano que se levanta en este archipiélago, conoce al dedillo cada uno de los problemas que tenemos. Muchos trabajan por resolverlos, otros, se complacen en leer la noticia en el extranjero. Cada cual vive su vida como mejor la pueda llevar. Lo que me disgusta (juro que pensé en otra palabra) es que algunos me vengan a hacer un “cuento chino” sobre las cosas antes de 1959 y lo bien que vivía “todo” el mundo, desde el café de tres “kilos”, hasta el vaso de guarapo en un “nickel de búfalo”, estadounidense, por cierto.

Muchas veces digo que no le perdono a mi padre, carnicero en los años 50, que despilfarrara cientos de millones obtenidos del negocio, en un país donde, según versión libérrima actual, “todo” el mundo comía carne y de primera.

Entonces, amante de la historia, aproveché mis conocimientos bibliotecarios y revisé algunos documentos, a lo cual sumé experiencias personales de vida. Para evitar dudas sobre mi origen: con cinco años de edad repartía pollos de un negocio familiar por buena parte de Buenavista, allá en el municipio de Playa, lo hacía sólo o ayudando a mi hermana que tenía doce años.

Empiezo por el almacenamiento y la disponibilidad de “cosas”. Según la literatura especializada, para que un almacén sea considerado GRANDE, debe tener paredes de no menos de 12 metros de altura. En 1959 en Cuba no existía ninguno de este tipo, por muy altos que se vean los de la calle Desamparados.

La capacidad total de almacenamiento en Cuba sólo aseguraba 48 a 72 horas de reserva, previendo un ciclón u otro mal tiempo que interrumpiera la comunicación con la Florida. Más de un centenar de viajes diarios entre aviones y ferries en ambos sentidos, aseguraban estas disponibilidades. Para las dudas sobre el resto del comercio, propongo leer a Enrique Serpa.

Hablemos de los dueños REALES, sin referirme a la nobleza.

En el sótano del hemiciclo del Senado y en el de la Cámara, en ambos extremos del Capitolio, existían varios teléfonos conectados directamente con la planta telefónica de Águila (Cuban Telephone Company, perteneciente a ITT). Esos cables no tenían interrupción entre ambos extremos. Reales “teléfonos rojos” de consulta. Allá por 1983, cuando implantamos en el Idict, el servicio de acceso a bases de datos vía satélite, descubrimos esas conexiones.

La agricultura cubana, no obstante los Julio Lobo y otros capitales “nacionales”, tenía una ama y señora: Mamita Yunai (United Fruit Company). La destacada dama, convivía armónicamente con Hershey, M&M, Canada Dry, Kool Aid, Orange Crush, Jell-o, Coca Cola, Pepsi Cola, Gerber, Campbell, McCormicks, Libbys, Woolworth, Sears & Roebuck, Chevrolet, Ford y Osldsmobile, porque “Usted también podía tener un Buick”.

Un buchito de aviones de Cubana y otro buchito de Aerovías Q, eran adornos de los reales dueños del pastel: Pan American Air Lines, Continental y familia.

Un detalle de cercanía. La señora condesa de Revilla Camargo (una Gómez Mena), quiso agasajar a cierto invitado de la nobleza y compró TODAS LAS ROSAS que había en La Habana. Como no le alcanzaron, hizo una llamada y compró TODAS LAS ROSAS que existían en el Miami de aquellos tiempos.

Los detergentes, pastas dentales y otros productos de aseo y perfumería tenían denominaciones muy ibéricas: Ajax, Ace, Fab, Tide, Palmolive, Colgate, Kollynos, Cutex, Max Factor, maquillados por algún Candado, el de la balita y el Premio Flaco, Oso Blanco y Hiel de Vaca.

La Compañía “Cubana” de Electricidad, aquella de K-listo Kilowat, era subsidiaria de Electric Bond & Share, No pueden faltar Moa Bay Mining Company o Nicaro Nickel Company, con recuerdos para el ingeniero Presilla, mientras drogas, hoteles, juegos y prostitución (ver el Padrino II, leer El imperio de La Habana de Cirules o Los propietarios de Cuba y Las empresas de Cuba en 1958 de Guillermo Jiménez), pertenecían a la más rancia mafia norteña, donde Meyer Lansky llevaba los negocios y George Raft, entre otros, dirigía el Casino de Capri. Sin olvidar que en pago por los servicios prestados durante la segunda guerra mundial, algunos “pessonovantes”, fueron enviados a Cuba al declararlos “persona non grata” al norte del Estrecho de la Florida.

Todo lo que cayó en la Sierra Maestra o en Santa Clara (en San Antonio, Ciudad Libertad, Santiago y Girón en 1961 o en el Escambray), “casualmente” decía Made in Usa. También las municiones para los San Cristóbal de Trujillo.

Pero, al decir del filósofo Carlos Puebla: llegó el Comandante y mandó a parar.

No me crean, pero algunos comunistas, dix que bien informados, han enseñado un documento público firmado en EEUU, donde se mandaba a cerrar toda negociación, suministro o reconocimiento con el gobierno cubano y cambiar los suministros por armamento y munición para los alzados, así como apoyo para los compoteros y sus seguidores quinta-columnistas del patio.

Una pieza de un ascensor Otis, un saco de fertilizante, un respirador pulmonar o un aparato para fumigar contra el mosquito, que podía llegar en una hora, es necesario comprarlo escondido en Europa o en Asia. La reserva almacenada debió pasar de 72 horas a 30 días. Fue necesario dedicar dinero que servía para muchas cosas, a construir todo el soporte logístico de almacenes.

Esto es historia y si alguien desea comentar lo opuesto, por favor, se agradece algún argumento bibliográfico al estilo de toda la prensa que he debido revisar para resumir estas líneas, donde nunca olvido mi querida edición especial del Diario de la Marina, dedicado al 125 aniversario de ese medio “izquierdoso”.