En la nota de la semana pasada que titulamos “Fidel y los grandes temas nacionales de hoy” subrayábamos tres que se discuten en todos los espacios de la sociedad y que son estos:
- Las posibilidades de la economía socialista (propiedad social, planificación y equidad distributiva) para construir prosperidad.
- La potencialidad de nuestro sistema político para reforzar consensos, incorporar la crítica y multiplicar la participación ciudadana.
- El futuro del diferendo histórico entre Cuba y los Estados Unidos.
Estos grandes temas subyacen casi siempre a las discusiones sobre muchos y diversos asuntos particulares.
Es imprescindible reforzar el consenso sobre estos temas, precisamente para poder cambiar, sobre esas bases, todo lo demás que deba ser cambiado, y ampliar aun más la participación ciudadana sobre las maneras de construir la sociedad que queremos todos. No es que olvidemos la importancia de los detalles particulares (“el diablo trabaja en los detalles”, dice la sabiduría popular), pero tampoco debemos permitir que polémicas (imprescindibles) sobre temas particulares nos fragmenten el consenso sobre las esencias.
Los grandes temas esenciales siempre son pocos y simples, y el traspaso en continuidad del liderazgo histórico hacia las nuevas generaciones requiere reforzar esos consensos básicos.
Abundemos ahora sobre el primero de estos temas: Las posibilidades de la economía socialista para construir prosperidad.
La supuesta incapacidad del socialismo para construir prosperidad material es uno de los ejes principales de esa guerra mayor de pensamiento que nos hacen los enemigos de nuestro proyecto social.
Para eso inventaron (reconocido por ellos mismos) el bloqueo económico, para impedir la construcción de prosperidad y echarle la culpa al socialismo, y con ese objetivo lo mantienen.
Pero tendríamos nosotros que ser tontos para tragarnos esa profecía auto-cumplida; y sucede que no lo somos.
El capitalismo es un sistema global, cada vez más interconectado, y es un sistema socialmente ya fracasado. Es el sistema que produjo las sangrientas guerras del siglo XX, creó indecentes desigualdades de ingreso entre países y dentro de los países, excluyó a millones de personas de su participación en la economía y causó el deterioro del medio ambiente que hoy nos amenaza a todos. La humanidad no podrá sobrevivir sin superar el capitalismo.
Tenemos cultura suficiente para entender el panorama completo, no los fragmentos e imágenes que intencionalmente nos escogen y nos envían: Del capitalismo son los barrios de clase media de los países ricos, y son también las favelas marginales: Ambos se condicionan mutuamente. Del capitalismo es el nivel de consumo europeo, y también las penurias de África: Ambos se condicionan mutuamente.
Desde 1963 Fidel Castro había expresado: “Marx concibió el socialismo como resultado del desarrollo. Hoy para el mundo subdesarrollado el socialismo es ya incluso una condición del desarrollo”.
La batalla de ideas es ahora para fortalecer el consenso sobre los procedimientos específicos que necesitamos para alcanzar nuestros objetivos, procedimientos que no son ni la transferencia espontánea de la propiedad estatal hacia el sector privado o la inversión extranjera, ni tampoco el control burocrático sobre la creatividad de las instituciones y sobre los necesarios procesos de exploración de alternativas en un contexto mundial de incertidumbres.
Esa exploración está ocurriendo en los momentos mismos en que se escriben estas notas. Hace apenas unos días la Gaceta Oficial (Nº94 del 19 de agosto) publicó 4 Decretos-Ley del Consejo de Estado que contienen nuevas decisiones sobre el trabajo por cuenta propia, las micro, pequeñas y medianas empresas, las cooperativas no-agropecuarias y el sistema tributario. En mayo el Decreto-Ley 34 expuso nuevas ideas sobre la organización y funcionamiento del sistema empresarial estatal.
Esa labor legislativa concreta el concepto de que el socialismo no es un sistema de gestión vertical centralizada, sino un sistema de propiedad social, de participación y de equidad distributiva.
Estamos en movimiento, haciendo revolución dentro del socialismo, cambiando lo que deba ser cambiado, con sentido del momento histórico, como definió Fidel abriendo las puertas hacia el siglo XXI cubano.
Habrá socialismo y habrá cambios. Pero esos cambios los vamos a hacer nosotros, los cubanos, a partir de nuestras raíces históricas, de nuestros valores y de nuestra soberanía, que es el derecho a ser diferentes.
Podemos triunfar. Y eso explica la desesperación que muestran nuestros enemigos de siempre, en los laboratorios de ideas de su “complejo militar-cultural”, apurados por fragmentar la cohesión social en Cuba y erosionar el consenso construido. Se les acaba el tiempo.
Si en algo hoy existe consenso en Cuba es en que hay que construir prosperidad y pareciera que el socialismo no es el mejor modo de lograrlo, a juzgar por las escaseces, pero, como señala el señor Lage, en ese caso no se habrían molestado en dedicar miles de millones de dólares a poner palos en la rueda. Quienes reclaman más iniciativa privada y leyes de producción capitalistas parecen olvidar de dónde venimos y a dónde vamos los viajeros de la nave espacial Tierra, sin otro objetivo en la vida que contribuir con nuestra privada miseria a un proceso de acumulación del que sólo somos una mercancía de usar y tirar y que, en medio de la abundancia de cosas que existen y puntúan porque dan sentido a ese proceso de acumulación, cada día que pasa nos acerca un poco más al borde del precipicio.
Cuba es hoy una república de trabajadores de clase única con significativas escaseces materiales que tienen confundida a mucha gente, hasta el extremo de dejarse tentar por el sistema de producción capitalista que deshumaniza, esclaviza y cosifica a nuestra especie. Paul Lafargue, yerno de Carlos Marx y durante parte de su vida ciudadano cubano, fue un agudo testigo de cómo la sociedad de su época se dejó seducir por aquella máquina de moler carne humana que es el sistema fabril capitalista, sin otro fundamento que servir del mejor modo posible al proceso de acumulación de la clase burguesa, cuando todavía los consumidores teníamos algo que decir sobre qué, cómo y para quién producir. Hay fragmentos de su obra que no podemos olvidar:
“Este trabajo, que en junio de 1848 los obreros reclamaban con las armas en la mano, lo impusieron a sus familias; entregaron a sus mujeres y a sus hijos a los barones de la industria. Con sus propias manos demolieron su hogar; con sus propias manos secaron la leche de sus mujeres; las infelices, embarazadas y amamantando a sus bebés, debieron ir a las minas y a las manufacturas a estirar su espinazo y fatigar sus músculos; con sus propias manos, quebrantaron la vida y el vigor de sus hijos.”
“Los filántropos aclaman como benefactores de la humanidad a los que, para enriquecerse holgazaneando, dan su trabajo a los pobres; mejor valdría sembrar la peste o envenenar las fuentes que levantar una fábrica en medio de una población rural. Introduzcan el trabajo fabril, y adiós alegría, salud, libertad; adiós a todo lo que hace la vida bella y digna de ser vivida.”
“Mientras el fabricante tiene crédito, da rienda suelta al delirio del trabajo, pidiendo más y más dinero para proporcionar la materia prima a los obreros. Hay que producir, sin reflexionar que el mercado se abarrota y que, si sus mercancías no se venden, sus pagarés se vencerán…..Finalmente llega la debacle y las tiendas estallan; se arrojan entonces tantas mercancías por la ventana, que no se sabe cómo entraron por la puerta. El valor de las mercancías destruidas se calcula en centenas de millones; en el siglo XVIII, se quemaban o se tiraban al mar. Pero antes de llegar a esta conclusión, los fabricantes recorren el mundo en busca de salida para las mercancías que se amontonan; obligan a su gobierno a anexionar el Congo, a apoderarse de Tonkin, a demoler a cañonazos las murallas de China, para esparcir allí sus telas de algodón. En siglos pasados hubo un duelo a muerte entre Francia e Inglaterra para definir quién tendría el privilegio exclusivo de vender en América y en las Indias. Miles de hombres jóvenes y fuertes enrojecieron los mares con su sangre durante las guerras coloniales de los siglos XVI, XVII y XVIII.”
Lo que Pablo Lafargue denunciaba en su época es lo mismo que podríamos denunciar hoy nosotros de un modelo de producción que sólo busca la ganancia, que es profundamente adictivo y que destruirá cualquier cosa que se interponga en su camino. En aquella época lo más sangrante era la inmisericorde explotación de la clase trabajadora y, en los tiempos modernos, en que el desarrollo tecnológico ha reducido la jornada de trabajo y el sacrificio inhumano (no al nivel que podría lograrse con un reparto justo del trabajo entre toda la población), la explotación inmisericorde se ha trasladado al ámbito del consumo, sin reparar en el bienestar humano, de forma que también la morbilidad y la inseguridad es una parte sustancial del consumo, por adversa que resulte, por la única razón de que los humanos gastaremos lo que no tenemos por recuperar la salud y sentirnos a salvo de cualquier amenaza, como lo es la sobreexplotación de los recursos, la obsolescencia programada y los efectos perversos que causa sobre el medio ambiente el agotador modelo de producción capitalista, siendo hoy el cambio climático y la desertificación dos fenómenos que jamás encontrarán una respuesta satisfactoria en el imaginario del capitalismo, pues es inherente a la naturaleza de la célula social maligna crecer y multiplicarse hasta la autoextinción. Si lo que desean una parte de los cubanos es utilizar a la célula social maligna como instrumento para salir de la escasez, por la facilidad con que crece y se reproduce, que sepan que el precio que van a pagar es demasiado elevado.
Yo comprendo que salir de la escasez sea hoy prioritario para muchos cubanos (y el enemigo lo sabe) pero, para quienes tenemos conciencia y vivimos en las entrañas del monstruo, sabemos que lo prioritario es acabar con el capitalismo, con un sistema que jamás se interesó por el bienestar y la felicidad de las personas sino por la acumulación de vanidad y posesiones en un modelo de juego patológico profundamente adictivo según la fórmula d-m-d´ (inversión de dinero en medios de producción para tener más dinero, pase lo que pase y caiga quien caiga). No quiero imaginar, como Lafargue en sus tiempos, que las armas que deben defender la revolución socialista (que tanto costó) se pongan algún día al servicio de esta clase de enfermos mentales, tan inmensamente ricos hoy en dinero ocioso, que no les importa jugar con la economía real como el que apuesta en un casino, por graves que sean los daños ocasionados, si esta es la forma más rentable de acumular y acumular.
Imaginemos por un momento que sólo un fondo de inversión como Black Rock maneja unos 7 billones de dólares, siendo principal accionista en multitud de bancos y grandes empresas de todos los sectores estratégicos en el mundo (también medios de comunicación). ¿Qué podría detenerles a la hora de buscar rentabilidad a su dinero, aunque para ello sea preciso cambiar el imaginario colectivo y sacrificar buena parte de la economía real, tal y como ocurrió con motivo de la burbuja inmobiliaria a comienzos de siglo o está ocurriendo ahora con la desastrosa gestión del coronavirus en una etapa, cuando China luchaba por su erradicación, y en las principales naciones capitalistas (que son vanguardia mundial para lo que les interesa, miraban para otra parte y no se adoptaban las medidas epidemiológicas y sanitarias más elementales, a pesar de los graves y recientes precedentes de coronavirus ?
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