Una carta de José Martí. Por Patricia Pérez Pérez

 

José Martí fue y seguirá siendo un paradigma de hombre excepcional, único en el pensamiento emancipador de Latinoamérica y de los pueblos que luchan por un futuro más justo. Desde muy joven se vio animado por el propósito de liberar a su patria del poderío español y no cejó en sus intentos sino hasta pagar con su vida el precio de la libertad de Cuba. Dentro de su estrategia, bien precisada, se encontraba la consecución de la independencia de Cuba y del hermano Puerto Rico, los que constituidos en Repúblicas servirían a largo plazo de muro de contención contra la expansión previsible de Estados Unidos hacia el sur del continente y como promotores de la unidad latinoamericana, contribuirían a mejorar la situación de desbalance del hemisferio, garantizando además el futuro equilibrio del mundo. Martí se convirtió así en el primer pensador americano en concebir, después de la gesta bolivariana, una estrategia continental anticolonialista y luego antimperialista. Y es a este ideal patriótico y de libertad plena del hombre que debemos la temprana presencia de José Martí en Guatemala, desde donde escribió la carta “A Valero Pujol”, director del periódico guatemalteco El Progreso.

Se trata de un documento íntimo, dirigido por el exiliado cubano, hijo de españoles, a otro español republicano, que como él radicaba en el país centroamericano por razones políticas. Su carta fue una respuesta rápida, a la vez amarga y contundente, en reacción a un escrito publicado el 25 de noviembre por Valero Pujol en su periódico guatemalteco, donde elogiaba el deseo de Martí de escribir un opúsculo acerca del país que lo acogía (su futuro ensayo Guatemala). El elemento que provocó la réplica que recordamos aquí, escrita el 27 de noviembre de 1877, fue la velada advertencia con que Valero Pujol terminaba su nota, en la que instaba al joven Martí a calmar la fogosidad de sus discursos, tanto como a moderar las ideas que en ellos exponía.

“Solo se tiene que aconsejar un poco de calma, algo de sujeción del fuego de la edad, y que nunca haga abstracción de la oportunidad y de las circunstancias, ni aun por motivos generosos”1.

La carta “A Valero Pujol”, que sale a la luz después de la muerte de nuestro héroe nacional, fue redactada durante la fecunda estancia de José Martí en el país centroamericano (de marzo de 1877 hasta agosto de 1878). La fecha nos permite recordar que en esta etapa de su vida, el joven Martí ya había sido deportado dos veces a España, hecho que lo condujo por segunda vez al territorio de la América continental (Nueva York-México-Guatemala), el cual había conocido ya en su primer viaje a México, en 1875. Tales sucesos tienen lugar en el contexto de la presidencia del caudillo Justo Rufino Barrios (1873-1885), sucesor del presidente liberal y reformista Miguel García Granados, padre de la doncella que inspirara sus versos a “La niña de Guatemala”. Y es en el marco de este régimen presidencial que dicha carta adquiere todo su sentido. Sabemos que luego de este intercambio esclarecedor y respetuoso, el periódico de Valero Pujol defenderá siempre a José Martí ante los continuos ataques de los conservadores.

Esta carta se estructura en cuatro bloques significativos. El primero corresponde a las razones que han propulsado a Martí a escribir su respuesta y a actuar por Guatemala, las de su amor por la oratoria, su asumido papel de guía ante la juventud, su infinito amor por el hombre, por Guatemala y la necesidad de una unión de las tierras de América. En segundo término, destaca su interés por las poblaciones autóctonas del país centroamericano –relegadas a un rango inferior por el gobierno cuya divisa era “Orden y Progreso”– y por su pasado glorioso, que es el futuro mismo que desea para ellas. Asoman aquí algunas de sus discrepancias con esa otra parte de Guatemala que desaprobaba el contenido de los discursos martianos, lo que hace aflorar sutilmente la disconformidad del cubano para con sus intereses. Luego, su amor por América y la influencia de las ideas de Simón Bolívar se hacen más patentes. Hace alusión a los peligros que azotan al país guatemalteco, muy similares a los que encontraremos años más tarde en ensayos cardinales como “Madre América” o “Nuestra América”. El cuarto bloque temático, compuesto por los tres últimos párrafos (uno largo y dos más cortos y precisos) permite explicar al destinatario su toma de posición ante la situación que está viviendo y la función social que considera ser la suya en el seno del espacio americano.

Desde el inicio de la carta a Valero Pujol, la intención del autor es rectificar la visión que el director de El Progreso ha hecho pública, lo que descubrimos en el tono a la vez amistoso y directo con que el joven Martí (24 años) opone a un hermano mayor su palabra henchida de determinación y de convicción. En las primeras líneas, la visión de “las canas”, símbolo representativo de una sabiduría adquirida por los años, es contrarrestada por la idea de una juventud que aunque imberbe (“si los años me han negado barbas” 2), le hace poseedor de un saber ganado a base de difíciles, pero enriquecedoras pruebas. Cabe recordar que para 1877, Martí tenía ya en su haber varios años de formación intelectual y de experiencia política y como escritor. Había sufrido los embates del presidio político en Cuba y redactado, en su travesía hacia su primer exilio, el texto homónimo (1869). También había permanecido en España y cuestionado la posición de los republicanos españoles en su opúsculo La República española ante la Revolución cubana (1873). Concluyó así, a golpe de vivencias y desengaños, que nada debía esperarse de la metrópoli española para obtener la independencia de Cuba, yendo mucho más lejos que los autonomistas y reformistas cubanos en ese sentido y superando al independentismo de la Guerra de los Diez Años.

Su primer contacto con el espacio continental tuvo lugar después de un viaje que lo condujo por primera vez a México, donde igualmente continuó su actividad literaria e inició su carrera periodística. La ‘intuición americana’ ya había comenzado en ese país hermano, donde pudo observar la situación de exclusión de los indios y obreros mexicanos, donde había aplaudido inicialmente las reformas liberales como solución primera a los problemas políticos que condujeron más tarde al desarrollo de su pensamiento económico, señalando las vías que consideraba en ese entonces como necesarias para el progreso de México. Durante casi dos años, había colaborado en La Revista Universal y ya por esas fechas alertaba del peligro creciente del imperio del norte, expresando tempranamente la oposición entre las dos partes del continente, claramente diferenciadas para él desde estos inicios:

“¡Oh México querido! ¡Oh México adorado, ve los peligros que te cercan! ¡Oye el clamor de un hijo tuyo, que no nació de ti! Por el Norte un vecino avieso se cuaja […]”3

Luego de la “revelación telúrica” americana en tierras mexicanas, sus continuas acciones por la libertad de Cuba lo condujeron a Guatemala, donde Martí pudo adentrarse en los círculos del poder y en la vida intelectual. Ya estaba ejerciendo como docente en la Escuela Normal dirigida por el cubano José María Izaguirre (al que nombra expresamente en esta carta), en la Universidad y como periodista. Había celebrado los cambios que se habían producido en el país desde 1871 en Los códigos nuevos, de los cuales se hace eco la carta que analizamos (“Ensalcé a la próspera Guatemala/Canté a la Guatemala laboriosa”). Por lo tanto, la madurez adquirida por el cubano dentro de Cuba y lejos de su tierra, tanto en lo político como en la esfera literaria, le confiere autoridad suficiente para dirigirse a Valero Pujol en esos términos y rebatir la idea de una juventud cuya imprudencia, a menudo asociada a la edad, no rima en su caso con una supuesta ligereza de espíritu.

¿Qué argumentos y acciones opone en esta carta el joven Martí, representante de una América que ya siente tan suya como la tierra cubana, a aquello que Valero Pujol ha llamado (in)oportunidad y circunstancias, enfatizadas en la carta con la tipografía en itálicas? Su aptitud e inclinación por la escritura, el debate de ideas y la actividad oratoria (“Amo la prensa”; “Amo la polémica viva”; “Amo la tribuna”) que no pretende hacer de ellas un pedestal, sino el lugar donde su palabra se eleve al rango de prédica (“una especie de apostolado tenaz”), suerte de evangelio salvador con el cual espera propagar por el continente su inquebrantable fe en la redención posible ante cualquier forma de dominio o supremacía extranjera. Este designio martiano, que su propia vida, su labor discursiva (oral y escrita) y su amor por el sacrificio ilustran, toma forma de proyecto inalienable y tenaz (“nada me abatirá; nada me lo impedirá”) desde la escritura de esta carta, donde Martí se otorga ya el papel de guía en el despertar próximo del continente (“engrandecer a América, estudiar sus fuerzas y revelárselas… éste es mi oficio”).

Además de su gratitud por Guatemala, que lo acoge en su lucha contra el poder español, Martí puntualiza a Valero Pujol el contenido de sus anteriores discursos, donde sobresale su infinito amor por los hombres de América. Se observa aquí la oposición entre la prosperidad y la energía creadora que considera necesarias para el país y la sumisión y acostumbrada obediencia criticada por Martí. Esta última es la que algunos se aferran en hacer perdurar en la República, los mismos para los cuales el cubano ya va resultando “inoportuno” en sus pláticas y alocuciones en los medios culturales de la ciudad. Aun cuando sabemos que el Martí liberal de estos años no es el mismo que redactará unos más tarde el ensayo “Nuestra América” (1891) o el testamento político que fue la “Carta a Manuel Mercado” (1895), notamos aquí a manera de alusiones, algunos indicios de la reprobación martiana a quienes encomiaban un modelo social y político en el que inicialmente había puesto todas sus esperanzas, y con el cual dejó poco a poco de identificarse. En este texto aflora el principal PELIGRO INTERNO (señalado más tarde en “Nuestra América” como el tigre de adentro) que debe enfrentar la América denotada por Martí y que ya describe con precisión en la Guatemala de Barrios: la diversidad de intereses que conducen a la desunión (“fronteras imposibles, mezquinas divisiones”), el mantenimiento de las condiciones y estructuras de la metrópoli tras la independencia (“Cuando una sociedad vive entre dos extremos, el uno audaz – que adelanta, y el otro tenaz – que no camina”) y la subestimación histórica, recordada por una serie de personificaciones (“continente sumiso”; “respeto ciego”, “mano floja”, “mirada opaca”, “habla humilde”), actitudes que Martí condena e insta a todos rectificar.

El modelo desafiante de progreso de una nación que no avanza con sus indios, a los que ya había dedicado toda su atención en sus discursos (“Volví los ojos a los pobres indios”) y en su pieza teatral Patria y Libertad (Drama indio; septiembre de1877), se va alejando poco a poco de las esperanzas del cubano. Es por ello que, utilizando la negación como recurso y su habitual tono sentencioso, afirma su propósito de obrar por América y por una independencia que, en opinión suya, es preciso comprender y finalizar (“La manera de celebrar la independencia no es, a mi juicio, engañarse sobre su significación, sino completarla”). La simbólica del “himno” (“Canté una estrofa del canto americano”) que encontramos en esta carta, y que años más tarde hallaremos como un leitmotiv en “Nuestra América” (“¡Porque ya suena el himno unánime […]”!; NA), canto enardecedor y poético que, cual la Bayamesa, invita al combate, se presenta aquí como una meta común, como un rito unificador y un símbolo peculiar de las naciones americanas que han de crear, a través de la palabra (véase el uso repetido del verbo “hablar”) y cual demiurgos, una unión diferente para una realidad nueva.

Para Martí, quien nunca fue un admirador servil de Guatemala sino un espectador crítico de los cambios trascendentales que se produjeron en ella, las transformaciones elogiadas en el pasado evocado en el texto no parecen ser del todo suficientes para sus esperanzas del presente, como lo corroboran ésta y otras de sus cartas a Manuel Mercado, escritas en igual periodo. Nuestro héroe fue testigo de la deriva dictatorial de un gobierno que apoyó, para mantener sus intereses, la influencia creciente de las clases burguesas y conservadoras tanto en la esfera del comercio como de la industria pero tambien los abusos de la oligarquía todopoderosa. Por lo tanto, a medida que su figura ganaba en admiración y aprecio en ciertos círculos intelectuales guatemaltecos, su aceptación primera en el ámbito gubernamental fue mudando en rechazo a sus ideas, las mismas que lo condujeron unos meses más tarde a tener que abandonar el país. Ante estas constataciones, implícitas (“Por ahí me han mordido unas culebras”) o explícitas en otras partes de la “Carta a Valero Pujol”, Martí señala la necesidad y la urgencia de una unión continental que concibe desde entonces como solución única a la consecución de la libertad plena de todos los hombres y naciones de “nuestra América”.

“Yo nací en Cuba, y estaré en tierra de Cuba aun cuando pise los no domados llanos del Arauco. El alma de Bolívar nos alienta; el pensamiento americano me transporta. Me irrita que no se ande pronto. Temo que no se quiera llegar. Rencillas personales, fronteras imposibles, mezquinas divisiones ¿cómo han de resistir, cuando esté bien compacto y enérgico, a un concierto de voces amorosas que proclamen la unidad americana? –Ensalzando a la trabajadora Guatemala, y excitándola a su auge y poderío, – ¿habré obrado contra ella? –Rogando a una hermana que sea próspera ¿habré obrado en mal de la familia? –Impacientándome porque no se consigue pronto este fin gloriosísimo, –con moderada impaciencia ¿qué falta podrá echarme en cara mi gran madre América? ¡Para ella trabajo! –De ella espero mi aplauso o mi censura”.

Para quien patria era “comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas” (La República española ante la Revolución cubana4), la unión americana anhelada por Simón Bolívar (cf. Carta de Jamaica, 1815 y otros escritos), cuya herencia fundadora Martí reconoce y supera en sus limitaciones, se presenta aquí como la clave para cristalizar la identidad continental y completar su gesta independentista (“canto americano, que es preciso que se entone como gran canto patriótico”) en una América delimitada geográficamente en su escrito (“desde el brillante México hasta el activo Chile”), la cual adquiere una doble carga histórica y poética (“nuestra América fabulosa”; “mi gran madre América”; “gran madre”). Sin embargo, esta unidad martiana no se fundamenta sólo en razones geográficas, sino también histórico-sociales (“estas tierras, preparadas a común destino por iguales y cruentos dolores”) y en las múltiples raíces culturales y lingüísticas que Martí asume y defiende plenamente en su antagonismo tradicional y exclusivo ante España como metrópoli (Patria y Libertad) o ante Europa como modelo.

La ascendencia bolivariana del cubano5 que observamos en esta carta, cuajó en su posterior estancia en Venezuela y durante las décadas siguientes en el seno de la América del norte, donde se acentuó su toma de conciencia de la necesidad de crear formas de gobierno adecuadas a la particularidad de las naciones americanas. Tanto en la “Carta a Valero Pujol” como en el prospecto de la Revista Guatemalteca6 se reitera su interés por esas tierras que defendieron los próceres de la independencia, pero desde entonces excluye de la “Madre América” a esa otra porción descollante que eran los Estados Unidos, cuya política expansionista se iba diseñando cada vez más en el continente.

Martí fue capaz de vislumbrar el poder de esa nueva fuerza arrolladora, amenazante para Cuba y para el resto de América y la humanidad, poder imperialista ante el cual reaccionará en un sinnúmero de escritos y discursos y contra el que aun hoy seguimos enfrentándonos. Como pensador y político visionario y sagaz, fue el primero en concebir entonces una novedosa estrategia para detener el influjo de ambos poderes coloniales –PELIGRO EXTERNO personalizado en “Nuestra América” como el tigre de afuera– por la cual obró y luchó hasta el final de su vida. Es aquélla que expresará, de manera explícita y a modo de confesión póstuma, en su última carta dirigida al entrañable amigo mexicano Manuel Mercado.

A 125 años de su desaparición física y a 143 de la redacción de la carta “A Valero Pujol”, palpamos la esencia de su apostolado luminoso en estos párrafos que revelan la especificidad del concepto martiano de “nuestra América”, un proyecto revolucionario ético y de integración que sigue sorprendiéndonos hoy por su modernidad y por la magnitud de su vigencia.

José Martí, “A Valero Pujol”, Guatemala, 27 de noviembre de 1877.

Sr. Dn. Valero Pujol

Amigo mío:

En un cariñoso párrafo, inserto en el último número de El Progreso: –Por las cosas generosas que de mí dice, gracias. Para la observación con que termina, algunas observaciones.

Rechazo absolutamente, no el consejo de mi amigo, sino el injusto rumor de que se ha hecho eco. Yo analizo mis pequeños actos, y estoy contento de ellos. ¿Qué he hecho, para merecer tanta atención? Amo la prensa, ese poder nobilísimo, y he escrito un artículo de que dice U. sobrado bien, y una manifestación que me honra, porque en ella expresé la gratitud ajena y la mía: ¡desventurado el que no sabe agradecer!

Amo la polémica viva, la juventud naciente, los esfuerzos literarios, y por temor de parecer intruso, he rehuido los amenos centros donde los jóvenes hablan, y las grandezas futuras se prometen. Manuel Acuña, el poeta pálido de México ¿qué fue sino un discutidor modesto de la Sociedad Netzahualcóyotl?

Amo la tribuna, la amo ardientemente, no como expresión presuntuosa de una locuacidad inútil, sino como una especie de apostolado, tenaz, humilde y amoroso, donde la cantidad de canas que coronan la cabeza no es la medida de la cantidad de amor que mueve el corazón. Si los años me han negado barbas, los sufrimientos me las han puesto. Y éstas son mejores.

¿Qué he hecho yo en la tribuna? –Una vez, conmovido por la voz de un bardo joven, saludé a Guatemala, que me da abrigo, y de quien aquí no digo bien, porque parecería lisonja. –Otra vez, allá en familia, en las útiles pláticas que la Escuela Normal sustenta, y el público favorece, encomié unos versos de Lainfiesta, medidos a la manera de Meléndez, el dulce poeta. –Hablé luego sobre el influjo de la oratoria: ¿qué he de hacer con las palabras, si se me salen del alma? –Una inteligente maestra guatemalteca quiso ser anunciada por mí al público: ¿había yo de ser descortés? –Me invitó El Porvenir, –honra que no olvidaré, –a hablar en su primera velada.Veo yo desenvolverse los gérmenes tanto tiempo contenidos, cruzarse los alambres por el aire, tenderse los carriles por la tierra, crearse una nueva generación en las escuelas, llenarse de libros modernos las librerías, embellecerse la forma de las casas, multiplicarse los maizales ricos, quejarse la caña en las centrífugas, reconocerse los puertos y los ríos; era yo el orador de una fiesta de este renacimiento, y ¿no había de cantarlo? Ensalcé a la próspera Guatemala. –Mi mano agradecida sabe que se sentía allí lo que yo decía. Los que la estrecharon, no serán olvidados. Aquella noche, no me equivoqué. Mi cariño estaba pagado: –yo había alentado a los jóvenes, encomiado la necesidad de la energía individual, censurado el respeto ciego, el continente sumiso, la mano floja, la mirada opaca, el habla humilde, todo eso que U. ha llamado circunstancias, y que ya –merced al libro, a los hombres de 1871, y a U. mismo– ya no lo son. Canté a la Guatemala laboriosa, alba de limpieza, virgen robustísima, pletórica de gérmenes; canté una estrofa del canto americano, que es preciso que se entone como gran canto patriótico, desde el brillante México hasta el activo Chile. Esa estrofa pugna por ser himno. –Aquella noche, corrió a mi lado aire de amor.

Luego, el 16 de septiembre, invitado por mi amigo Izaguirre, y por alguien más, hablé de nuevo. Decir mal de España, con mis labios cubanos, hubiera parecido una pueril venganza. –Son flojas las batallas de la lengua. Volví los ojos hacia los pobres indios, tan aptos para todo y tan destituidos de todo, herederos de artistas y maestros, de los trabajadores de estatuas, de los creadores de tablas astronómicas, de la gran Xelahú, de la valerosa Utatlán. La manera de celebrar la Independencia no es, a mi juicio, engañarse sobre su significación, sino completarla. Enumeré las fuerzas de Guatemala, y las excité al movimiento y al trabajo. Creo que me enojé un poco con las perezas del Ser Supremo, vuelto de espaldas tantos siglos a la América. –He ahí mi oscura campaña. Amar a un pueblo americano, y, por tanto, mío, tan mío como aquel que el Cauto riega; celebrar una nueva época, censurar aquella en que un ministro reñía ásperamente a un maestro, porque enseñaba francés a sus discípulos, –he ahí las circunstancias que he atacado; he ahí la inoportunidad que he cometido. La verdad es que sólo aquel ministro, y los suyos, tenían derecho a quejarse. –Cierto que para ellos fui yo inoportuno.

Pero para otros, no: para ancianos respetables, que me estiman; para el afectuoso –e impagable– círculo de jóvenes que me alienta; para los maestros entusiastas, de mirada grave y ciencia sólida, que acaban de salir de la Escuela en que –yo también– enseño; para el mundo nuevo, las circunstancias no están heridas, ni la oportunidad lastimada.–Cuando una sociedad vive entre dos extremos, el uno audaz –que adelanta, y el otro tenaz– que no camina, no se puede ser oportuno para todos. El que alienta a aquéllos, lastima a éstos. Aquéllos no se me quejan, amigo mío. Aquí, en mi oscuridad, aquéllos me aman. Me vienen a ver, hablan conmigo largamente. –Yo, tranquilo con mis actos, a éstos dejo mi justificación. Estos amigos míos son: estudiantes desconocidos, adolescentes empeñosos, personalidades sencillas, pero enérgicas.–Y otras gentes, que me enaltecen ante mí mismo con quererme.

Les hablo de lo que hablo siempre: de este gigante desconocido, de estas tierras que balbucean, de nuestra América fabulosa. Yo nací en Cuba, y estaré en tierra de Cuba aun cuando pise los no domados llanos del Arauco. El alma de Bolívar nos alienta; el pensamiento americano me transporta. Me irrita que no se ande pronto. Temo que no se quiera llegar. Rencillas personales, fronteras imposibles, mezquinas divisiones ¿cómo han de resistir, cuando esté bien compacto y enérgico, a un concierto de voces amorosas que proclamen la unidad americana? –Ensalzando a la trabajadora Guatemala, y excitándola a su auge y poderío, – ¿habré obrado contra ella? –Rogando a una hermana que sea próspera ¿habré obrado en mal de la familia? –Impacientándome porque no se consigue pronto este fin gloriosísimo, –con moderada impaciencia ¿qué falta podrá echarme en cara mi gran madre América? ¡Para ella trabajo! –De ella espero mi aplauso o mi censura.

Suyos, suyos son estos esfuerzos y dolores; a ella envío las rosas del camino; por ella no me duelen las zarzas venenosas.

Obro bien, y estoy contento: –¿Que no halago las circunstancias? Un hombre nace para vencer, no para halagar. – ¡Ah, inoportuno! Si circunstancia es repulsión a toda mejora, ira contra toda útil tentativa, odio contra toda energía, no, no la halago. –Ni U. ni yo la halagamos..

¿Que soy vehemente en decir todo esto? ¿Culpa es mía sólo que sea América tierra de pasión? Por ahí me han mordido unas culebras. Hasta mi talón quiero yo conservar noble. ¡Ofrenda a la gran madre!

Amo a Guatemala. Probárselo será mejor que decírselo. Nada intento enseñar, yo que he tenido que admirar la elocuencia de un negro de África, y la penetración de un ladino de Gualán. Los que me pinten soberbio, se equivocan. La inteligencia, dado que se la tenga, es un don ajeno, y a mis ojos, mucho menos valioso que la dignidad del carácter y la hidalguía del corazón. Estoy orgulloso, ciertamente, de mi amor a los hombres, de mi apasionado afecto a todas estas tierras, preparadas a común destino por iguales y cruentos dolores. Para ellas trabajo, y les hablaré siempre con el entusiasmo y la rudeza –no de un mentor ridículo, que mecenas y mentor tuvieron canas, –ni de un redentor cómico, que si amor me sobra, fuerzas me faltan; de un hijo amantísimo, que no quiere que sus amigos llamen a la energía necesaria, inoportunidad; a las resistencias sordas, circunstancias.

Vivir humilde, trabajar mucho, engrandecer a América, estudiar sus fuerzas y revelárselas, pagar a los pueblos el bien que me hacen: éste es mi oficio. Nada me abatirá; nadie me lo impedirá. Si tengo sangre ardiente, no me lo reproche U., que tiene sangre aragonesa.

Ud. me ha hecho mucho bien: –hágame aún más. No diga U. de mí, –que eso vale poco: “Escribió bien”, “habló bien”. –Diga U., en vez de esto: “Es un corazón sincero, es un hombre ardiente, es un hombre honrado”. Y así, lo abrazaré.

Su amigo

José Martí

1 Hemos agregado aquí el texto de Valero Pujol que refieren las Obras Completas, Edición Crítica, Tomo V, p. 191. (Tomado de David Vela, Martí en Guatemala, La Habana, 1953, p. 375).
2 Todas las referencias a la carta « A Valero Pujol » aparecerán en adelante entre comillas.
3 “México”, 1875, Obras Completas, Edición Nacional, T.19 p.22
4 Obras Completas, Edición Crítica, Tomo I, p. 93
5 Véase a este respecto el extracto del discurso de Bolívar ante el Congreso de Angostura: “¿No sería muy difícil aplicar a España el código de libertad política, civil y religiosa de la Inglaterra? Pues, aún es más difícil adaptar en Venezuela las leyes del Norte de América. ¿No dice El Espíritu de las Leyes que éstas deben ser propias para el pueblo que se hacen? ¿que es una gran casualidad que las de una nación puedan convenir a otra? ¿que las leyes deben ser relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión, al género de vida de los pueblos; referirse al grado de libertad que la Constitución puede sufrir, a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a su número, a su comercio, a sus costumbres, a sus modales? ¡He aquí el Código que debíamos consultar, y no el de Washington!”. Simón Bolívar: Doctrina política, prólogo y notas de Luis Alberto Sánchez, Santiago de Chile, Ediciones Ercilla, 1940, pp. 63-64.
6 “[…] nuestras tierras, desde donde corre el Bravo fiero hasta donde acaba el digno Chile”; “Revista Guatemalteca”, Obras Completas, Edición Crítica, t. 7, p. 104.

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