El golpe de Pinochet, Socompa y el exilio. Por José Pommereck

 

Carlitos Loyola fue el primero en preguntar por qué se suspendían las clases, y no era un fanático de la escuela o un come libros. Él estaba encantado de volver a su casa a media tarde. Desde la segunda fila lo miré asombrado sin escuchar la respuesta del profesor, porque me pareció que mi amigo ya sabía lo que pasaba, aunque el epicentro de la tragedia ocurriera mil kilómetros al sur. Y no era precisamente un terremoto de lo que estábamos hablando. En realidad el discurso del profe era muy confuso: que si había muerto el presidente de Chile, que si La Moneda había sido destruida, que si los militares iban a poner orden a tanto despelote. O sea que no entendíamos nada salvo Carlitos que a sus quince años ya sabía por qué Salvador Allende había nacionalizado el cobre para que fuera de los chilenos y que su papá, ingeniero de la mina, se había puesto muy contento cuando aquello.

Así salimos andando para nuestras casas porque el pueblo era demasiado pequeño para tomar un bus y porque a nuestra edad nos sobraba tiempo para “pataperrear” la calle en la tarde del martes once de setiembre.

Hace cuarenta y tres años que recuerdo esta fecha que me ha acompañado por distintos lugares del mundo, lejos o cerca del lugar donde viví, de los caminos de tierra, de las lagartijas entre las piedras, de la mina de cobre. Del pueblo en la falda del cerro de “Indio muerto”, lugar de gente sencilla y de leyendas como “La viuda” o “El cabeza de chancho”. Del hospital donde trabajaba mi padre junto a muchos chilenos médicos y enfermeras que intentaban construir una sociedad mejor. Allí donde conocí los salares y vi volar al cóndor imponente sobre el desierto cuando cae la noche y te muestra el cielo más límpido que jamás hayas visto.

Mi amigo me invitó a tomar “la once” en su casa y como mi madre aún no sabía que las clases se habían suspendido no iba a notar mi tardanza. En ese hogar se preparaban deliciosas meriendas todos los días y nos llamó la atención que esa tarde la dueña de casa estuviera con la oreja pegada a una enorme “Grundig” lejos de la cocina y de los “queques”.

– Que se suspendan las clases me parece fantástico – agregó Carlitos – pero que por culpa de estos milicos hoy no tengamos merienda…

Hay una memoria colectiva que se nutre de recuerdos individuales porque todos vivimos el 11 de setiembre de una manera distinta. Cuántos libros se han escrito, cuántos documentales y películas se han realizado, cuántas fotos hemos visto, cuántos testimonios hemos escuchado. El horror y la muerte en las grandes ciudades de Chile en los primeros días del golpe de estado no fue igual que en los pequeños pueblos de Atacama como el que yo vivía. Coordinar y ejecutar la represión en masa a lo largo del país les llevó muchos días a los asesinos.

Después de “la once” en lo de Carlitos, voy bajando la loma hacia casa y veo en la esquina una ambulancia de las dos que hay en El Salvador. Me acerco y reconozco a Ramón, viejo chofer del hospital que me ha llevado de paseo a Potrerillos en más de una ocasión. Ha traído a mi padre que es el único médico que no tiene auto, y se quedó ahí en mi calle, en ese borde de hormigón que separa el pueblo del desierto, pensando en su hijo estudiante de la Universidad de Chile en Santiago. Me explica que si mañana no tiene noticias se toma el avión de Ladeco que llega los miércoles, y se va a la capital a buscarlo como sea. Le tengo especial afecto a Ramón. En nuestros viajes él me ha contado con deleite las viejas leyendas del norte chico. Historias de almas en pena que aterran al más pintado de los forasteros.

Cuando entro a casa mi padre está peleándose con el teléfono, intentando una comunicación imposible con los compañeros colegas que están lejos y él supone en peligro. En los hospitales de Puerto Mont, Concepción, Santiago y Calama hay médicos uruguayos trabajando, contratados por el gobierno de la Unidad Popular. Es gente muy querida en esos lugares, pero a partir de hoy 11 de setiembre serán declarados enemigos de la patria, extranjeros sediciosos que hay que expulsar del país. Cae la noche y la única certeza es que nadie sabe nada en el Salvador y Potrerillos. Mi padre nervioso me pide que en un ejercicio de buena memoria haga una lista de todos los uruguayos que vivimos aquí. Hombres, mujeres y niños, los cuento en mi cabeza, no se me escapa nadie y escribo sesenta y cuatro nombres y apellidos en letra de imprenta. Si no fuera por lo dramático del momento habría que aplaudirme. La inmensa mayoría de los compatriotas viven en Potrerillos donde está la fundición y refinería del cobre.

Los jefes de carabineros de ambos pueblos están a la espera. Las órdenes desde Santiago no tardarán en llegar, pero por suerte tardan. En realidad lo que llega desde Copiapó es un micro con cinco soldados y la orden precisa de llevarse a los médicos extranjeros al cuartel de la ciudad. En Potrerillos los pasan a buscar uno a uno por sus casas. Mi padre que está en el Salvador prepara su bolso y se despide de mi madre y de mi. Increíblemente el micro no se detiene en la puerta de mi casa, sigue su camino hacia la capital de la provincia. En un gesto insólito propio de un loco, mi padre se presenta en el cuartel de carabineros a pedir explicaciones de por qué no se lo llevaron preso junto a sus compañeros. El oficial serio y asombrado le contesta que en su jurisdicción no hay nada contra él, que se vaya para su casa y no moleste.

A los tres días liberan en Copiapó a los compañeros uruguayos, médicos, tupamaros, amigos entrañables. Llegan a Potrerillos, de vuelta en sus casas no pueden creer como aún están vivos. Un mes después del asesinato de Salvador Allende, el once de octubre los militares nos expulsan del territorio chileno en un tren de mala muerte que viaja de Antofagasta hasta Salta en el norte argentino. Años más tarde a ese  tren le llamarán “el tren de las nubes”. En la frontera, en el paso de Socompa, frente al volcán, los gendarmes nos reciben gritando viva la libertad, bienvenidos compañeros. Esos mismos milicos, tiempo después, asesinarán y desaparecerán a treinta mil argentinos.

Esta es la breve historia de “mi” once de setiembre de 1973.

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4 Responses to El golpe de Pinochet, Socompa y el exilio. Por José Pommereck

  1. Sin-permiso says:

    A la democracia chilena le dió por ponerse democrática y explorar vías pacíficas de transición al socialismo en tiempos de Salvador Allende pero si algo ha dejado claro la historia de América Latina es que, cuando esto ocurre, la democracia no sirve.

    Cabe pensar que se trate de un problema de incompatibilidad con la ley de leyes del continente americano: la doctrina Monroe y su santa alianza con las oligarquías locales, esa en la que se fundamenta el “América, Primero”, que entona a menudo el inquilino de la Casa Blanca, como si el río Bravo fuera sólo un accidente geográfico. Por alguna extraña razón, el robo de territorios se detuvo tras arrebatar la mitad de la superficie a México, anexionarse Puerto Rico y conceder una falsa independencia a Cuba.

    Según Gore Vidal, USA pagó muy caro su ambición anexionista en México durante la sangrienta guerra civil, de donde aprendieron que un paso hacia adelante en el acopio de barras y estrellas podía abrir un escenario de dos o más pasos hacia atrás, en una nación que ni nombre tenía y dónde había muchos intereses enfrentados entre los viejos estados federados y confederados.

    Por qué habrían de complicarse la existencia creando una desigual y compleja nación continental, a riesgo de sufrir nuevas y devastadoras guerras civiles (perdiendo tal vez parte del territorio que tenían tras el robo a México, inclusive entre los viejos estados federados) si entonando el “América Primero” o la “democracia” podían mandar a sus ejércitos a resolver en cada territorio idiosincratico, con falsa independencia, lo que su embajada no podía dejar atado y bien atado, sin riesgo de provocar graves convulsiones internas? Un ejército poderoso, bases militares estratégicas en “suelo amigo”, una enmienda Plat en cada territorio y una factoría de engaños y manipulaciones capaz de disfrazar la realidad (a lo Mario Moreno Cantinflas muchas veces) era todo lo que se necesitaba.

    En tiempos de Salvador Allende, la democracia chilena colapsó al ponerse democrática, que es lo que no se puede perdonar a una democracia que se precie en América Latina. Se le puede perdonar que los partidos de la oligarquía se alternen en el poder para garantizar los privilegios locales e imperiales pero jamás la redistribución de la riqueza y los derechos humanos del pueblo (un lujo en toda regla del que los muchos pueden prescindir para que los pocos puedan cumplir su sagrada misión en la Tierra). Ahora parece que le ha llegado el turno no a la golpista de Añez ni al fascista y golpista de Bolsonaro (que le están haciendo el trabajo sucio al imperio) sino a Maduro, empeñado en reclamar soberanía y patria para los que ni cédula de identidad tenían en tiempos del puntofijismo.

    Y para ello, la factoría Mario Moreno Cantinflas funciona a pleno rendimiento inventando operaciones contra el narcotráfico, no en suelo yanqui (donde se comercializa la mayor parte de la producción mundial) ni en Colombia o Afganistán (primeros productores mundiales) o el Pacífico (principal ruta) sino donde la democracia, por ponerse democrática, amenaza los intereses imperiales. Con su títere diabólico, sacado de la chistera, un ejército de carne mercenaria ( como los que ahora transportan en helicóptero de Siria a Irán para un nuevo capítulo del Daes, que los pobres de hoy no lo son menos de los que en la Historia se alquilaban militarmente para sobrevivir) y el respaldo de sus socios en América y Europa (como Holanda, primer paraíso fiscal mundial y país inventor de las burbujas especulativas en forma de inútiles bulbos de tulipán). Cómo última cantinflada, la declaración de Trump afirmando no tener ninguna relación con el reciente intento de invasión. Ofrece a todo el orbe 15 millones por la cabeza de Maduro y niega su implicación en una incursión mercenaria acordé con lo estipulado en el contrato firmado por su títere Guaido. Al menos el “el cabo Pantera” de la operación no ha contado con el favor de los dioses, a los que se encomendó, sino que ya es polvo cósmico, para lo único que sirvió en este mundo.

     
  2. Sin-permiso says:

    Los mercenarios que transportan los helicópteros yanquis desde Siria para un nuevo capítulo del Daes no tienen como destino Irán, como puse en mi comentario, sino Irak, en una clara demostración de que USA no solo es el mayor estado terrorista sino el gran patrocinador del terrorismo en el mundo, que utiliza como comodín: unas veces a favor y otras en contra en función de cuál sea el escenario. Así no debe sorprendernos que se abstengan de mostrar el cadáver de sus máximos líderes, cuando afirman haberlos abatido. Yo me los imagino de invitados permanentes en el rancho de Bush hijo. Y el día que regresemos del escenario de la posteridad, no les faltará un monumento en el Pentágono en agradecimiento por los servicios prestados al complejo industrial-militar.

     
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  4. Sin-permiso says:

    Cuando regresemos del escenario de la posverdad, es que a los grandes mártires del terrorismo se les podrá hacer algún monumento en la pasarela de las estrellas del Pentágono, en agradecimiento a los servicios prestados al complejo industrial militar, que han sido muchos y muy lucrativos. Tener que compartir un móvil en tiempos de coronavirus tiene más limitaciones y restricciones de las que parece. Brillante y contundente Maduro en su esclarecimiento de la nueva intentona de golpe de estado en América Latina, ahora y de forma multirreincidente en Venezuela. Hablando de extradiciones, que se vaya preparando Trump para la lista que está elaborando Venezuela. Pero los yanquis sólo piensan en sus dos putos mercenarios, que en lugar de planificar el modo de liberar a sus compatriotas de gobernantes que los explotan de forma integral y los tratan como si fueran ganado se pensaban que iban a ser recibidos como héroes en Venezuela. Saludos.

     

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