Entrevistados por el sitio Economic Eye On Cuba, dos “altos funcionarios” de la administración Trump apuntaban el 8 de abril de este año que
“debido a nuestras sanciones directas a Venezuela y las sanciones directas e indirectas a Cuba, creemos que al menos un resultado serán cambios en la economía cubana debido a lo que la Administración de [Juan] Guaidó está haciendo con respecto a las exportaciones de petróleo a Cuba, y estamos ayudando al presidente interino Guaidó a lograr su objetivo de no subsidiar más al régimen cubano. Cuba tendrá que adaptarse a la pérdida del 30% o más de sus importaciones de petróleo fuertemente subsidiadas, y eso significa permitir una economía más basada en el mercado. No les va a gustar, pero su capacidad para descarrilarla se está moviendo muy rápido más allá de su control.”
Realmente, desestabilizar a Venezuela con el fin de producir cambios en la realidad cubana no es algo nuevo ni que haya comenzado Donald Trump. Mientras Barack Obama, negociaba una “normalización” con Cuba, desataba contra su principal aliado político y económico una guerra económica sin cuartel que declaraba al gobierno de Caracas “amenaza inusual y extraordinaria” a la seguridad nacional estadounidense, buscando hacer a la Isla más dependiente del proceso que la prensa internacional acuñó como “deshielo” bilateral. Pero, a diferencia de Obama, que empleaba las artes de la seducción para convencer a los cubanos de que hicieran por sí mismos el desmontaje del socialismo que el bloqueo económico que él juzgaba fracasado no había podido lograr, Trump -alentado por los actores más reaccionarios de su gabinete y la ultraderecha miamense- optó desde su llegada a la Casa Blanca por la más agresiva de las políticas hacia La Habana.
Golpear la economía cubana, reduciendo sus ingresos en divisas, ya sea por la eliminación de los servicios médicos cubanos a Brasil que el gobierno de Jair Bolsonaro canceló, o dificultando el cumplimiento de los acuerdos de intercambio de petróleo por el trabajo de profesionales cubanos de la salud en Venezuela, han sido sólo una parte de la agresión trumpista a la que se suma la prohibición de los viajes de norteamericanos a la Isla, que sin ser turismo Obama había autorizado, el recrudecimiento de la persecución financiera contra Cuba, un aspecto en el que la política obamista no dio cuartel, estableciendo récord de multas a bancos internacionales por realizar transacciones cubanas, y la puesta en vigencia del título III de la Ley Helms Burton para desestimular la inversión extranjera, que el gobierno cubano ha proclamado como factor estratégico para el desarrollo de la economía nacional.
El objetivo es provocar escaseces y otras dificultades en la vida cotidiana de los cubanos que un aparato de guerra sicológica amplifica y manipula en internet a través de publicaciones pagadas directamente por el gobierno estadounidense y del sistema de medios de comunicación privados, también financiados desde el exterior, que la era Obama dejó sembrado en la Isla. En ambos casos hay una regla de oro: Atribuir esas dificultades sólo a las insuficiencias del sistema económico existente en Cuba, sin mencionar la guerra económica estadounidense y proponiendo como solución, velada o abiertamente, la restauración capitalista. Es lo que el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez denomina reiteradamente como “la plataforma neocolonial y neoliberal que nos quieren imponer, aferrada a los mitos y fetiches construidos por el neoliberalismo”.
A lo anterior se añade la situación que el gobierno de Trump ha creado al cerrar el consulado en La Habana -arguyendo unos, nunca demostrados y cada vez más unánimemente cuestionados, “ataques” contra sus diplomáticos acreditados en Cuba- y así obligar a los cubanos a viajar a un tercer país para tramitar la solicitud de visas estadounidenses, a la vez que redujo drásticamente el periodo de vigencia de estas. La teoría de añadir presión a la caldera y cerrar la posibilidad de salida para provocar un estallido parece inspirar el plan de los extremistas que en Miami alientan la actual política anticubana, en un periodo en que las elecciones presidenciales hacen cortejar el voto cubanoamericano de derecha en Florida, vendido como decisivo para la reelección de Trump.
Sin embargo, se debe también mirar lo acontecido en Cuba en los últimos meses, más allá del periodismo y los análisis que en vez de decir lo que sucede hablan de lo que quisieran que sucediera. Luego de que tanto Trump como varios de sus subordinados amenazaran y castigaran a Cuba por su opción socialista, el 87% de los votantes cubanos aprobó una Constitución que reafirma el socialismo como rumbo del país y ratifica al Partido Comunista como fuerza política superior de la sociedad, se ha fortalecido el consenso alrededor del Presidente Díaz-Canel, electo en abril de 2018, que ha estado enfrentando de modo exitoso desafíos asociados a fenómenos naturales y el recrudecimiento del bloqueo económico, a la vez que impulsa la transformación del aparato estatal lastrado por la burocracia y la ineficiencia y potencia la solución por nuevas vías a viejos problemas que impactan en el pueblo como la vivienda y la producción de alimentos.
Las últimas semanas de junio han marcado un punto de inflexión en la respuesta de Cuba a las agresiones económicas provenientes de EE.UU., que lejos de complacer a los “altos funcionarios” estadounidenses reafirma la histórica opción por los humildes de la Revolución cubana. Primero, la decisión de invertir el proceso de elaboración de los planes de las empresas estatales para el año 2019, colocando en las manos de los trabajadores la propuesta inicial sin directivas ni ataduras, y luego el anuncio de un paquete de medidas económicas que en las antípodas de lo esperado por los partidarios del bloqueo y los animadores de la “plataforma neocolonial y neoliberal”, comienza por un incremento de casi el 70% de los salarios del sector presupuestado, abarcando cerca de un millón y medio de empleados en la salud, la educación, otras esferas sociales y la administración pública, lo que impactará positivamente en el poder adquisitivo de esos trabajadores y en la calidad de su labor si, como ha indicado el Presidente, se logra mantener el índice de precios al consumidor y hacer efectivas un grupo de decisiones esbozadas para estimular el incremento de las exportaciones, la sustitución de las importaciones y los encadenamientos productivos al interior de la economía, incluyendo con el sector privado y la inversión extranjera.
Desde su llegada al gobierno y al liderazgo del Partido Comunista, el General de Ejército Raúl Castro encabezó un profundo proceso de autocrítica que puso en primer plano las deficiencias internas y, los problemas estructurales de la economía cubana, buscando un reforzamiento de la institucionalidad, un funcionamiento más descentralizado del gobierno y una economía más diversificada con mayor protagonismo de actores privados tanto nacionales como extranjeros y una empresa estatal fortalecida. El camino hacia ese objetivo no ha estado exento de contradicciones, retrocesos y necesarias rectificaciones, y aunque tales transformaciones ven en el bloqueo estadounidense el “obstáculo fundamental al desarrollo del país” también reconocen que “no está en nuestras manos decretar su fin” y “debemos concentrarnos, por tanto, en lo que sí depende de todos nosotros: la inteligencia, la creatividad y el esfuerzo”.
Algo sobre lo que obviamente no hay información pública pero también está, junto a la economía, en la prioridad de la dirección cubana, es la preparación del país para la defensa, y en ello no hay motivos para dudar de la experiencia y efectividad de las estrategias y estructuras de los cubanos.
Trump acaba de afirmar en una entrevista electorera en Miami que él sí va “a resolver lo de Cuba”, pero al analizar la historia y las más recientes decisiones cubanas, parece ser que en la Isla se están preparando para, como también hicieron con los antecesores del magnate, desde el muro del Malecón de La Habana, decirle adiós.
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Este señor no es peligroso como Obama, es solo un repetidor de políticas fallidas, al parecer es menos asesino que sus antecesores, pero menos inteligente que ellos y ya ve uno quiénes son en los que se rodea, comparto el título, le diremos adiós y no olvidaremos su empecinamiento con nuestro pueblo por pura politiquería.
Comparto Iroel, “la oreja puesta al piso para caminar”, podrá ser incomodo para este Mundo ajeno a los vilipendiados de siempre, pero no hay otra formula de éxito si se quiere construir una sociedad justa.
Saludos
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