Como la zorra que perdió la cola. Por Carlos Luque Zayas Bazán

 

Así como existen los que son más papistas que el mismísimo Papa, ahora emergen los más fidelistas que el mismo Fidel. Estoy convencido que el propio Fidel les diría al conocer sus argumentos: “no me defiendas, compadre…”

El argumento se veía venir y lo han utilizado tirios y troyanos por igual. Los enemigos declarados, los que no posan de revolucionarios, entonaron incesantemente “de esotra parte, en la ribera”, el canto de cisne de la Revolución cada vez que ellos mismos propalaban la desaparición física de Fidel. Su fútil esperanza se jugaba a una sola carta: la Revolución moriría con la muerte física del líder. Algo que funcionaba como una conclusión sinérgica con aquellas agresiones culturales y académicas que pretendían separar a la Patria, de la Revolución y del Partido.

Una vez frustradas sus vanas expectativas cuando la Revolución siguió su curso con Raúl, los troyanos de esta Isla del Caribe, – a saber, una especie que se reconoce a vuelo de pájaro porque son tan revolucionarios que se auto adjudican en tal medida todas las virtudes de esa condición que sólo dejan para los demás asalariarse con el pensamiento oficial, – continuaron la evolución del argumento al aproximarse el momento en que alguien que no perteneciera a la generación histórica tomara el timón del proyecto cubano: comenzaron a repetir que la generación histórica sería la única merecedora de prestigio, de crédito y de confianza. Después, habría que discutir el consenso.

Compréndase la falacia del argumento: el crédito y la confianza que decían tributar a la generación histórica los ponían en entredicho apenas decían reconocerlos: pues si el prestigio, el mérito histórico y el crédito revolucionario de Raúl (y no sólo de él, por cierto, sino del Partido y de la Asamblea Nacional como órgano democrático de la Nación) avalaban el prestigio, los méritos y el crédito revolucionario del virtual nuevo presidente del Consejo de Estados y de Ministros, sin embargo, lo cuestionaban de inmediato en la persona de ese virtual nuevo presidente del Consejo de Estados y de Ministros al sostener la idea de que la nueva generación exigiría un nuevo consenso. Revelan así que no tenían confianza en lo que decían tenerla, y deseaban que los demás no la tuvieran, como la zorra que perdió la cola y a animaba a sus congéneres del bosque a que la cortaran también con el argumento de que les restaba agilidad en la caza.

Esa es la primera contradicción sofística, y en algunos casos, analizando el conjunto de los argumentos de algunos de esos personajes, una muestra de hipocresía política. Reconocían lo que no se atrevían a no reconocer, para después no reconocer lo que emanaba del prestigio de lo que decían reconocer. No es un trabalenguas, pero si lo es, resulta que se origina en esa falacia.

El desarrollo que ese modo de pensar ha experimentado una reciente adición, que no puede sorprender, pues, si partimos de la anterior reflexión. Se reduce a lo de siempre, a su origen, y es este: Fidel no está, no estará Raúl y por lo tanto decir Partido, o Fidel o Raúl, ya no serán la misma cosa. En primer lugar, ¿cuándo lo fue? No lo dijo Fidel, quien afirmó que si alguna inmortalidad existía era la del espíritu de rebelión e independencia de un pueblo, quién afirmó que en Cuba había existido una sola Revolución, una herencia cultural e histórica sostenida y continuada durante la historia cubana.

Pero la falacia hay que sostenerla para lo que verdaderamente interesa: poner en duda al Partido mismo. En eso consiste la exaltación interesada de la significación de Fidel y de la generación histórica.

Ningún revolucionario cubano duda, pero tampoco ningún lúcido y honesto pensador que no comparta los principios políticos e ideológicos de la Revolución, como atestiguan numerosos testimonios de personalidades de todo el mundo recogidos en libros, de la extraordinaria importancia que para el proceso cubano ha tenido, y tiene, y tendrá, la gesta, la tarea, el ejemplo, las obras y el pensamiento de Fidel. Ahora: ocurre que hay muchos cubanos que no necesitan proclamarlo a cada paso. Como también ocurre que existe el criterio que lo proclama a cada paso para al final cuestionar una de las más importantes de las obras de Fidel, el Partido mismo.

En efecto Fidel es la Revolución, como podemos decir que Martí es la Patria. Si decimos que Martí y Fidel son la Patria y la Revolución es un justo y exacto modo simbólico para recoger en su significado que ni Patria, ni Revolución, ni Partido hubiera existido sin la tarea anónima y humildísima de aquel tabaquero de Cayo Hueso que dejaba algunas monedas de sus magros ingresos para que El Delegado organizara expediciones de guerra e independencia. Tampoco sin el apoyo campesino de la Sierra, tampoco sin la sangre que se derramó generosa en las ciudades, o la vida en flor estrujada salvajemente por la tortura. Tampoco sin esa fuerza anónima y telúrica del pueblo que se arrojaba a las calles, como en la Revolución del 30, tampoco sin Mella, tampoco sin Villena, tampoco sin el Che… Que si los mencionamos, es sólo para recoger en ellos, quizás con inevitable injusticia, a los que no mencionamos pero hicieron posible, en la intensidad del anonimato de su sacrificio, lo que no hubiera sido posible sin ellos.

Martí estaba muy consciente de su valía. Lo dejó dicho en versos: “mi verso crecerá/bajo la hierba/yo también creceré”. Pero comprendía la exacta función del hombre en la historia y el papel colectivo de los pueblos cuando advirtió: “Yo sé desaparecer, pero no desaparecerá mi pensamiento”.

Gran conductor de pueblos, Fidel también tiene, como cualquier grande hombre de sutil inteligencia, esa aguda percepción de sí. Pero mucha más lúcida conciencia tiene de ser sólo la encarnación de un proceso que fluye de la acumulación de un sumun colectivo, ecuménico, histórico. Que realizan sus mejores hijos, pero que es imposible sin aunar la voluntad de muchos otros. Las revoluciones tienen su sentido profundo y su justificación moral en la injusticia que sufren muchos, aunque estén sólo en condiciones materiales y espirituales de comandarlas los que después puedan parecernos la única condición de posibilidad de las revoluciones.

El pensamiento quizás más extraño a Fidel sería una exaltación de su figura que no tuviera en cuenta cómo han ocurrido las revoluciones y sobre todo la especificidad de la cubana. Fidel siempre consideró su vida un azar, un capricho misterioso del destino, porque la expuso a la muerte todo lo que pudo, y todo lo que le permitieron exponerla, pero tenía esa granítica confianza en lo mejor del ser humano que él mismo representaba en grado sumo, como para no saber que ahora sólo vivía un milisegundo de la historia, y que el hombre, como especie, jamás se resignaría a una condición de esclavo. Tenía una gran fe en la humanidad, en lo mejor del ser humano, y amaba intensa y profundamente a su pueblo. Lo más valioso que deja Fidel, con todo lo inmensamente valioso que hay en su obra, es esa inspiración de amor, de seguridad y fe que transmitía.

También tenía Fidel aguda conciencia, – una lección de la historia que no desconoció, – de que las energías emancipadoras, las rebeldías populares necesitan de organizadores, aglutinadores, líderes, vanguardias.

Como aprendizaje vivió con angustia el episodio colombiano conocido como El Bogotazo, cuando fue testigo de las masas enardecidas e indignadas por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, que se lanzaban sin dirección ni orden ni concierto por las calles, y entonces echó menos a un fusil para sumarse a la protesta y dirigir y organizar aquella explosión popular.

Y por ello, porque todo proceso histórico tiene que ser conducido, facilitado, organizado y dirigido, cifró sus esperanzas en lo que supo que era algo superior al hombre político solitario: la voluntad colectiva de emancipación visibilizada y hecha carne en una organización partidista.

Al decir que el Partido es inmortal Fidel estaba simplemente expresando lo que dejó dicho en su última y conmovedora presencia en el Parlamento: “A todos nos llegará nuestro turno, pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos…”.

Cierto es que un Partido no es una entelequia abstracta. Porque lo que no calibran los enemigos externos e internos de la Cuba que aspira al comunismo, y que la continuidad partidista precisamente acaba de confirmar, es que el Partido tiene muchos más militantes en Cuba que los que portan o han merecido un carné o forman parte de sus órganos de dirección. Y tiene un legado que continuar y revolucionar, que, – cuando decimos que es el legado de Fidel, – es la herencia que él recogió, continuó, enriqueció y revolucionó para dejarla en la obra en que cifró todas sus esperanzas de revolucionario, el Partido.

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8 Responses to Como la zorra que perdió la cola. Por Carlos Luque Zayas Bazán

  1. Pedro Crespo says:

    En el lenguaje selvatico , no supe cual era la falace , la contradiccion , oposicion y porque el unipartidismo tiene la razon de la unipresncia, necesitamos objetividad cientifica en esta lucha de ideas a lo Lenin y a lo Fidel ( circunstancias )

     
  2. juan carlos corcho vergara says:

    ´´Como la zorra que perdió la cola y a animaba a sus congéneres del bosque a que la cortaran también con el argumento de que les restaba agilidad en la caza.´´ .Camarada Luque, Las zorras que pierden la cola, las gatas que tiran la piedra y esconden la mano, las melchoras, las que gritan y las que lloran, .Seamos justo, la ambivalencia oportunista no es patrimonio del genero femenino, aunque en la política domesticas tengamos algunos ejemplos bien comnotados, yo me atrevo afirmar que en la historia de Cuba han existido mas hombre que mujeres oportunistas. ??Tu que crees camarada Luque?, hermano una vez mas gracias por las luces de tu trabajo.

     
  3. Carlos Luque says:

    Camarada, compañero y hermano Juan Carlos (porque hay lazos que unen aunque no sean de la sangre)…debo confesarte que no recuerdo si la clásica enseñanza del cuento menciona a una zorra o un zorro, que de ambos tenemos entre nosotros…Por cierto, no me gusta caer en eso de ellas y ellos a cada instante, pero cuando la mención es directa (no cuestión gramatical de economía de medios), sí me gusta decir, compañeras y compañeros, y eso cuando diga algún discurso, que nunca ha sido mi caso…y gracias por tu estímulo…

     
  4. juan carlos corcho vergara says:

    Gracias Luque, yo también siento ese cariño , aprecio y respeto por personas que conozco solo a través de lo que escriben ,como lo escriben y porque lo escriben, yo no se si alguien lo dijo antes ,pero para mí, la palabra es el espejo y a la vez el compromiso coherente del alma con la obra. A propósito de las sorras que pierden o se auto castran el rabo, ayer en la entrada ´´ No usamos veneno como aroma de flores´´, me dio la impresión que hubo, al menos, un intento de convite a la indefinición, Convidante: ´´ De cualquier modo, como aprendí de Martí a creer en la virtud humana, no me cierro a la. posibilidad de que este viraje suyo, Iroel, sea el resultado de una evolución de sus valores y la comprensión honrada de que denunciando esos y otros problemas, profundizando en sus causas, sacando a la luz a los culpables desde bien arriba, se ayuda a Cuba y a su proyecto social.(Copio este comentario, para ponerlo tambien en el blog de Silvio)’’. No se fue por iniciativa privada o por encargo papal, tal vez, no se si fue una incorrecta apreciación de mi parte, pero por sia, yo respondi de la manera que me pareció correcta. Yo respondí: ’’ Gaticas y curas que de comprobarse la buena nueva de Iroel gestionaran y solicitaran perdones al Papa en la Santa Catedral ( SC) para estos pecadores virulentos, excluyentes y divisionistas, por fin,? quienes son los religiosos sectarios? , no importa , en la pupila estaremos pendiente de su gestión monseñor giordanrodrguez, le deseo suerte en su encomienda.

     
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