El fantasma del nacionalismo. Por Carlos Ávila Villamar

 

He estado leyendo un artículo en Rialta Magazine con particular interés. En resumen señala que la idea de una nación fallida es paradójica, porque la nación solo puede ser entendida como un estado de cosas en constante transformación. Para hablar de una nación fallida (no de un gobierno fallido, que es distinto) debe uno remitirse a un punto modélico que, por inexacto y arbitrario, termina por ser siempre contraproducente en cualquier análisis. La nacionalidad cubana en sí (una condición cultural), por tanto, no habría estado en crisis durante la dominación española, ni durante los gobiernos entreguistas de la primera mitad del siglo pasado, ni durante la etapa revolucionaria (o como se le prefiera llamar, según el juicio que se tenga sobre ella). El autor cree encontrar una visión semejante de lo que significa la nación en ambos lados del Estrecho de la Florida: son capaces de proyectar un deber ser no solo en cuanto a un gobierno o a un modelo de estado, sino en cuanto a una cultura. Trataré de que mi postura política no afecte la objetividad de lo que estoy a punto de exponer.

Puede verse a la nación, según entiendo, bajo dos acepciones. La primera de ellas como una condición cultural compartida por un número de personas o cosas. La segunda como una sumatoria de personas o cosas pertenecientes a lo convencionalmente pactado como una condición cultural. En la primera acepción se presupone una esencia que de manera consciente o inconsciente reúne a todos los cubanos. En la segunda solo nos referimos a la sumatoria de aquellos a los que llamamos cubanos (bajo criterios bien definidos, tales como el lugar de nacimiento, el de residencia etc.) La primera acepción es epistemológica e implica tradicionalmente un deber ser. La segunda es ontológica y está exenta de juicios a posteriori. La primera es exclusiva porque tarde o temprano tiene que jugar con la idea de que hay manifestaciones culturales cubanas y no cubanas (habría una cubanidad o una no cubanidad en tal pieza musical, o en tal modelo de ropa). La segunda también es exclusiva, porque debe tomar criterios en algún punto arbitrarios para erigirse a priori (tales como el idioma o la posesión de un documento de identidad). El autor, según entiendo, critica la primera acepción, que sería la única que admitiría un significado en la frase nación fallida, y propone que se admita un carácter cultural abierto, más acorde a la que he considerado la segunda acepción.

Cuando hablamos de una idea cultural abierta de nación, sospecho, lo hacemos a menudo con irresponsabilidad. Supongamos que queremos suprimir un deber ser cultural, y que tratemos de entender la nación como esencia cultural implícita en la sumatoria de los ciudadanos. No habrá modo de definir o computar esa esencia, que no podrá restringirse a unos pocos rasgos, pero se querrá pretender que existe. Uno puede aceptar la existencia de cada una de las gotas de agua del océano aunque no haya un cerebro capaz de registrarlas. Sin embargo una esencia cultural, a diferencia de las gotas de agua, como abstracción al fin (que solo tiene lugar en el cerebro humano), no tiene sentido pretender que existe si no puede percibirse o imaginarse. Sería como decir que la sumatoria de todos los relojes de péndulo del mundo con todas las ardillas rojas, con el número cinco, con la borradura de una huella dejada en la arena y con la nota musical do sostenido constituye una abstracción cuya esencia debe aceptarse incluso si nadie la entiende. ¿Acaso no es la esencia, la identidad (palabra tramposa donde las haya) un producto del razonamiento humano, sin lugar en la realidad externa? Esa idea abierta de esencia de nación, aunque amable, me resulta irrelevante, y más me parece la consecuencia psicológica del remordimiento de una mente que no desea aceptar que la nación es en última instancia un concepto siempre incoherente (quizás no obsoleto, porque después de todo encuentra su utilidad en nuestro mundo, tal como lo hace la religión).

Aceptar una defensa de la nación, ya sin verla como una esencia cerrada o abierta (valdría preguntar exactamente cómo alguien defiende una esencia abierta, en lo personal considero la frase una insensatez), es decir, aceptar la defensa ciega de la nación como mero sinónimo de ciudadanía, la adscripción asistida a un poder político, me parece todavía más vulgar. El declive de las religiones causó que los poderes políticos buscaran una nueva legitimidad en el siglo diecinueve, legitimidad que las tradiciones culturales podían en su momento garantizar. Yo soy presidente de Cataluña, yo existo porque se presupone que hay una esencia catalana que necesita ser representada ante cualquier poder extranjero. Si suprimimos la esencia cultural, nos queda que el imaginario presidente de Cataluña es el representante de los seres humanos que por casualidad poseerían la ciudadanía catalana, y nada más. Un molde vacío heredado de otra época, que ahora debe llenarse.

Si un mundo capitalista como el nuestro permite la existencia de distintas naciones es por una razón muy simple. Estados Unidos, por ejemplo, está a favor de los tratados de libre comercio con aquellos países a cuyos ciudadanos con frecuencia niega la entrada. Invierte en México, una trasnacional saca sus beneficios del territorio mexicano y los pone a circular en los Estados Unidos, lo cual genera nuevos empleos y activa la economía. Pero se niega la entrada de los mexicanos a ese florecimiento, y por tanto los mantiene en la pobreza. El crimen último de los tratados de libre comercio está en que casi nunca los países que los firman preparan tratados de libertad migratoria. Si Estados Unidos invirtiera en México y se llevara una parte de los beneficios, pero dejara que los mexicanos compitieran en su economía, no nos encontraríamos ante una situación tan alarmante. Sería como las grandes ciudades de un mismo país, a las que van a parar los beneficios de las pequeñas ciudades (pero entre las que los ciudadanos pueden circular con normalidad). El poder nacional en nuestro mundo, aunque ponga excusas culturales, tiene una raíz económica.

La ciudadanía es un asunto económico, y puesto que la ciudadanía se funda en un arbitraje (ya lo hemos visto) tenemos que los nacionalismos están destinados a una utilidad transitoria y a un peligro permanente. Si un poder nacional del mundo capitalista consigue desarrollar su economía, lo más probable es que no se limite a querer verse en igualdad de condiciones con las economías de otros países: tarde o temprano querrá superarlas. Luego de haber adoptado las herramientas de sus contrarios para defenderse, nada impide a las naciones usarlas para atacar. Si el poder nacional mexicano igualara los índices económicos del estadounidense, sospecho, no intentaría pactar un tratado de libre migración en correspondencia con el tratado de libre comercio. Por el contrario, querría irse por encima y entonces aprovecharse de sus inversiones en el suelo estadounidense. El monstruo del fascismo se esconde en todos los nacionalismos, en tanto prefieren axiomáticamente el bienestar de sus ciudadanos con respecto al de los otros.

Dejando a un lado el artículo, tengo una franca preocupación por la importancia que todavía se le da en nuestro país a la cubanía como el más importante valor revolucionario. No me gusta la idea porque es muy fácil desmoronarla tan solo preguntándose qué es la cubanía. Un repetidor de consignas, sin entenderlo, repetirá que la cubanía es la Revolución y que la Revolución es la cubanía (todas las consignas funcionan como un sistema tautológico, heredero de la más atrasada escolástica cristiana). La cubanía, entendiéndose como esencia cerrada, es un deber ser absolutista y arcaico. Entendiéndose como esencia abierta, no es un deber ser, sino un mero ser (para mí dudoso, por las razones que he explicado), presupuesto en una sumatoria de cubanos. Entendiéndose como la sumatoria externa y nada más (cubanía ontológica), nos queda como un cúmulo de intereses individuales de aquellos que por una u otra razón tienen nacionalidad cubana. No me gustan las opciones anteriores. La primera es un reduccionismo infantil. La segunda descarta un deber ser cultural y por tanto la legitimidad de cualquier ministerio. La tercera posee un deber ser nihilista, despótico y mezquino. La Revolución tiene una primera misión, creo, mucho más trascendental que los residuos que puedan pervivir en el tercer mundo de un ideal romántico decimonónico venido de Europa.

Creo que la primera misión del poder revolucionario es implantar un modelo de relaciones económicas más justas, eso que hemos llamado socialismo, concilio del desarrollo imparable de las fuerzas productivas que hemos visto en los últimos siglos con la moral cristiana que sigue vigente tras el declive del cristianismo. Para conseguirlo, dentro de su rango de acción, el poder revolucionario debe mantener una soberanía, y reutiliza entonces las viejas y útiles herramientas del nacionalismo, pero importante: esta aprehensión de la idea de una esencia cultural nacional (que en momentos adolescentes del proceso revolucionario fue cerrada, y llevó a censuras absurdas a la música o la moda estadounidense) no puede caer en un regodeo anacrónico de esa esencia imprecisa, quizás inexistente. En primer lugar, como ya dije, porque es fácilmente cuestionable por un sector poco entusiasta con el adoctrinamiento patriótico. En segundo, porque las masas cubanas, ante las fallas económicas (corregibles todavía) de nuestro socialismo, pueden cambiar de dirección y centrar sus esperanzas en el discurso de la cubanía, y con el tiempo apoyar un proyecto de capitalismo moderado compatible con el imaginario patriótico.

El capitalismo en Inglaterra no pudo sobrevivir sin la aprehensión de la simbología monárquica feudal. La reina sigue siendo la elegida divina para guiar a los ingleses por el camino de la salvación. Del mismo modo, el socialismo en Cuba ha necesitado el respaldo del discurso patriótico, con el que se ha fundido (gracias a que nuestras luchas independentistas estuvieron aferradas a proyectos de justicia social) en ese relato que llamamos Historia de Cuba, y del que no vale la pena burlarse, en realidad, solo por creernos más posmodernos que nadie. La Historia es un relato, pero es un relato necesario, como la historia familiar, para no ir tan lejos. Ahora bien, no nos ceguemos siquiera por un instante. El Céspedes que enseñamos a nuestros niños en la escuela constituye un personaje literario, sin duda más parecido a Martí o a Fidel que al personaje real, al que ya nunca volveremos a ver. La memoria es en parte una ficcionalización de la realidad. Nuestros niños quizás necesiten a un Céspedes divinizado, pero el Céspedes humano que puede aparecer en una novela o una película no será menos ficticio. Lo reconstruimos según nuestras necesidades, tal como nuestra memoria reconstruye el recuerdo de ciertas personas según las necesidades del subconsciente. Hay que saber hasta qué punto la literatura puede invadir nuestra racionalidad.

En lo personal, no me gusta ver una bandera en un pulóver, más que nada por razones estéticas: la mayoría de las banderas me parecen horribles (la más horrible para vestir, creencias políticas aparte, la estadounidense, con todas sus barras y estrellas, un monumento al mal gusto, la más aceptable, la soviética, sobria y minimalista). Pero no me gusta el tiempo que a veces se derrocha en la sacralización de la bandera cubana y en general del imaginario patriótico. Supongo que constituya un consuelo similar al de las religiones saber que vives en un país especial, con héroes gloriosos que dieron su vida para que tú tengas lo que tienes, y no hay nada de malo en ello, hasta el momento en el que como las religiones en otro tiempo, permite censurar una cosa o la otra bajo la convicción de que constituye una ofensa a la nación.

¿Qué significa una ofensa a la nación? ¿Qué significa nación, señores? ¿Es una ofensa a la nación epistemológica, ya que no se puede ofender a la ontológica, un ente externo a la mente humana? ¿Llevar una bandera en un pulóver es una ofensa a los mártires, personas que no se ofenden, porque no existen más que en la memoria de los vivos, a los que se ha entrenado para que los vean como santos? ¿Céspedes se hubiera molestado porque alguien llevara en el pulóver una bandera que ni siquiera era la suya en principio, sino la de un anexionista? Para mí no hay nada peor que el fetichismo religioso, que crea axiomas de los que los mismos creyentes no entienden el significado. Una revolución con una carga marxista tan fuerte debería ser inmune a este tipo de supersticiones. ¿Qué significa ser coherentes con nuestros principios? La continuidad y la fidelidad a la generación anterior no es un valor por sí mismo, señores, en tal caso los revolucionarios de 1959 no eran coherentes con sus principios. Un verdadero revolucionario trata de ir más allá de su condicionamiento cultural, y lo cuestiona todo. No significa que se rebele ante todo, sino que lo diseccione sin miedo, a fin de comprenderlo hasta en sus fibras más profundas. Y eso significa superar el nacionalismo tal como hoy lo entendemos, como un sustituto de la religión.

En un futuro, en otra humanidad mejor, los países no enseñarían en sus escuelas a los personajes históricos locales antes que a los universales, se recordaría más a los científicos y a los artistas que los conquistadores, no habrían monumentos (creo que Fidel entendió todo esto antes que nadie), las banderas, escudos e himnos serían agradables estampas que algunos todavía usarían, como hoy se usan los árboles de navidad, las calles no tendrían nombres de mártires, y no existirían los pasaportes. El patriotismo se habría vuelto una cuestión individual, relacionada con la memoria afectiva. Se querría al país desde la tranquilidad de lo familiar, y no desde la furia de lo público, tal como se quiere a la casa natal, quizás desvencijada, o al abuelo, del que solo queda un retrato en sepia.

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15 Responses to El fantasma del nacionalismo. Por Carlos Ávila Villamar

  1. Arturo Menéndez says:

    Polémico, interesante, invita a pensar. En mi caso voy a releerlo y analizarlo y… a sacar mis propias conclusiones.

     
  2. Liborio Guaso says:

    Por lo que se dice , nada tiene un verdadero valor. Y es un tremendo error.
    La vida en la calle, esto es, fuera del “nicho academico” asume costumbres que fueron cimentada por el tiempo y entre ella esta el utilizar simbolos como forma de hacerse mas accesible a la cultura popular.
    Incluso la iglesia ante lo dificl de hacer imaginar un dios con todos los “in” posibles se decidio por utilizar simbolos desde hace siglos, poniendo en evidencia que no ha sido una creacion de los revolucionarios.
    Si el hombre tirara a la basura todo su pasado de donde saldrian los valores para enfrentar el futuro ? Acaso del dinero, de los bancos.

     
  3. Carlos Ávila Villamar says:

    Por supuesto, Liborio, que los símbolos son necesarios. Un artista de rock, una marca de ron o equipo de béisbol necesitan símbolos para promocionarse en las masas. Sin embargo relaciono el nacionalismo con el fanatismo religioso porque a diferencia de los ejemplos anteriores, crea un absolutismo que en todas sus caras (la identidad o la simple ciudadanía) resulta incoherente. La independencia se hace necesaria hoy como ayer para continuar el proyecto revolucionario, pero creo que debería separarse ese hecho incuestionable de una idealización nacional excesiva, axiomática. La cubanía, en mi opinión (no dudo que otros piensen distinto), es un fantasma cuyo significado aparece y desaparece en las frases. Claro, los seres humanos necesitamos esos fantasmas, porque vivimos de afectos irracionales, de identidades colectivas, pero no hace falta convertirlos en armazones rígidos. Debería ser una cuestión personal e íntima. La idea asusta porque puede hacer sentir un precipicio bajo nuestros pies, y lo habría, de no existir un proyecto de justicia social, que es la legitimidad última del poder revolucionario. Es absurdo pensar que 1) van a desaparecer los cuadros de Fidel en las casas solo porque no se use su nombre en una calle o no se haga una estatua en una avenida y 2) ante una potencial superación de la cubanía (en un sentido nacionalista) solo nos quedarán los bancos.

     
  4. Livio Delgado says:

    Muy interesante artículo, resaltar como el concepto de nacionalidad puede ser mirado, considerado y aplicado de tantas diferentes maneras me resulta interesante, siempre he pensado que es una cuestión más cultural que de otra índole, como emigrado que salí de Cuba con hijos pequeños he visto como la permanencia en la tierra que los vio nacer ha marcado la forma en que ellos mismos se reconocen como Cubanos, inclusive hablando en casa solo español y el cubaneo que nos rodea, sé que Cuba y reconocerse a sí mismo como Cubanos para cada uno de ellos representa valores y retos diferentes.
    Creo que el problema se complica cuando mezclamos el concepto de nación o más bien definir que se define con defensa de la nación, cuando esta se refiere a el sistema político que sigue la nación, en sentido general intentar abarcar cubanidad, gobierno y socialismo es meterse en campo minado y el escrito creo vuela en pedazos en sus finales por ello. El propio autor se declara preocupado por “ tengo una franca preocupación por la importancia que todavía se le da en nuestro país a la cubanía como el más importante valor revolucionario.”, Señor Cubania no tiene nada que ver con revolucionario, aunque su observación, creo muy válida, de la importancia del simbolismo en todo esto y esa escolástica cristiana (religiosa) o de religiosidad hacia la “revolución y los revolucionarios que nos han guiado” me hace entender porque camino por el que se pretende guiar su escrito.
    La aparente contradicción de afirmar cuando se refiere a “El monstruo del fascismo se esconde en todos los nacionalismos, en tanto prefieren axiomáticamente el bienestar de sus ciudadanos con respecto al de los otros.” Y solo párrafos debajo en los que asegura “Para conseguirlo, dentro de su rango de acción, el poder revolucionario debe mantener una soberanía, y reutiliza entonces las viejas y útiles herramientas del nacionalismo”, siempre desde esa exclusividad de conceptos que permite que alguien defina que es ser nacionalista y que es ser antinacionalista a propia conveniencia para nada sorprende, y es donde llegamos a su verdadera preocupación al expresar ”porque las masas cubanas, ante las fallas económicas (corregibles todavía) de nuestro socialismo, pueden cambiar de dirección y centrar sus esperanzas en el discurso de la cubanía, y con el tiempo apoyar un proyecto de capitalismo moderado compatible con el imaginario patriótico. “, Sr. Patria, Revolución y Socialismo son tres diferentes conceptos no internamente incluyente ni excluyentes, a cada individuo inclusive en diferentes etapas de nuestras vidas esos conceptos han representado diferentes cosas. Personalmente soy Cubano, no me cuadran algunos conceptos bases de la llamada revolución y el supuesto socialismo con los apellidos que le quieran poner, es y siempre será en mi opinión un cuento del PCC único y exclusivo para que el redicido grupo que lo domina, siga gobernando sin siquiera tomarse el trabajo de explicar sus decisiones.

     
  5. Orestes Sandoval says:

    Me encantó este artículo. Siento que me habló al corazón. He encontrado en él las palabras que no me venían juntas a la mente, pero así es como pienso/siento yo también. A todos los que me suelen hablar de “estar orgulloso de ser cubano” les lanzo el reto de que, por cada razón positiva que me mencionen, yo estaría dispuesto a mencionar una razón por la que no estar en absoluto orgulloso de ser cubano. Hasta ahora nadie me ha aceptado el reto. Es que saben en su fuero interno que ese “nacionalismo” cubano tiene tantas luces como sombras y que no es nada del otro mundo, solo humo y poco más.

     
  6. Carlos Luis says:

    “Solo humo” fue Playa Girón pero para los yanquis y así se pudiera aplicar muchas veces o Angola para los racistas sudafricanos, son hechos donde ha brillado lo mejor de los cubanos, reconocido hasta por Mandela. Por cierto, me gustaría saber que diría Mandela de lo que dice mi tocayo Ávila, si creería que la identidad no fue importante para la resistencia de los negros ante el apartheid, igual cómo sino es con nacionaliosmo y símbolos qe sobevive Puerto Rico la humillación estadounidense.
    Del Sr Livio, solo decir que es muy previsible que todo lo termine en lo mismo: su odio contra el PCC y la revolución.

     
  7. Carlos Ávila Villamar says:

    Creo que se ha entendido mal uno que otro punto. Girón no fue humo, Angola no fue humo. Y no fueron humo porque se estaba peleando por causas justas, más allá de la nacionalidad (de hecho, la superación del interés nacional inmediato en favor de una humanidad única hizo posible el envío de tropas cubanas a Angola). Ante una invasión es natural, es heroico que un hombre luche por su familia y por otras familias con las que se identifica. Angola es un hecho inédito porque miles de hombres murieron por familias que no conocían, cuyas vidas no valían menos que las de un cubano. Igualar la vida del hombre que está a nuestro lado a la vida del que no vemos pero igual existe (superando así el instinto, que regula la identificación y la empatía a lo que se parece a nosotros, por analogía o contiguidad), constituye un acto de solidaridad ejemplar. Es un triunfo inolvidable pero no porque fueran cubanos los que lo hicieran. Si lo hubieran hecho los nicaraguenses o los brasileños no hubiera sido menos inolvidable y ejemplar. Y si hubiera que agradecer a alguien o a algo por la victoria de los cubanos en Angola (porque no fue de los nicaraguenses ni de los brasileños) no sería a la cubanía (un ente imaginario), sino al proyecto político que la sostuvo. El orgullo de ser cubano (entendiendo cubano desde la difusa esencia cultural) no es negativo en lo absoluto, pero no creo que sea distinto al orgullo de tener tal apellido, o de haber trabajado en tal sitio, es una consecuencia natural de la identificación del hombre con aquello que lo rodea o aquello que se le parece. Ahora bien, convertir lo que le rodea o lo que cree que se le parece en un culto es un provincianismo.

     
  8. Livio Delgado says:

    Sr. Carlos Luis para que exista odio tiene que de alguna manera haber amor, y en temas de partidos políticos desde el 90 que estaba todavía en Cuba deje de ser devoto de filiación política alguna más que la razón y el sentido común que mi propio razonamiento me mostraba de la sociedad en la que vivía. Ese sentido común que me dice que de la única manera por la que menos de un 8% de la población que militan en el PCC impongan su hegemonía y exclusividad como organización política única y plenipotenciaria es interés de un grupo de poder y no de la sociedad en su conjunto, condicion mucho más visible en la Cuba de hoy en donde claramente existe un bastante claro arcoíris de pensamiento diferente ante eso que en el escrito llama ”fallas económicas (corregibles todavía) de nuestro socialismo”. Asi que esa condición excluyente es por imposición más que por haber llegado a como dice la constitución ser “vanguardia organizada de la nación cubana, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista. “, ese lindo escrito, nunca ha sido logrado y la efectividad, eficiencia y moral del PCC como responsable de todo lo hasta hoy realizado nos ha llevado a la Cuba que vemos 60 años después.
    Sé que muchos me dirán que la constitución fue votada por mayoría por ese pueblo Cubano, bueno pues yo soy de los que no voto por ella y creo tengo derecho a mientras viva luchar porque sea aceptado que el partido Comunista sea otra fuerza más, en igualdad de derechos, de filiación y de convocatoria que las diferentes corrientes de pensamiento que conforma hoy la sociedad Cubana. Sé porque en ella vivo que hay diferentes formas de hacer justicia social, de lograr políticas de estado en la que las riquezas acumuladas logren privilegiar a los menos favorecidos, de ofrecer educación gratis y salud universal a todos sus ciudadanos, se del valor del trabajo, la educación y el sacrificio personal para lograr progreso personal y familiar, todo basado más que socializar los problemas democratizar las soluciones. Por esa Cuba me apunto de cara a futuro y mientras esas condiciones no existan creo los Cubanos que viven en su tierra seguirán “disfrutando” de aquella genial expresión de Titon, “con un excelente guion y una pésima puesta en escena”.
    Gracias nuevamente Iroel y cosas buenas ahora que serás más exclusivo.

     
  9. Carlos Luis says:

    A mi tocayo Ávila le doy gracias por responder pero quisierarecordarle que las cosas no son de dos más dos cuatro. Por ejemplo, Cuba fue el país que más combatientes aportó proporcionalmente a la defensa de la República Española a pesar de que en esos momentos gobernaba aqui un entregusista servil a EU y el Partido que organizó esa participación internacionalista estaba en la clandestinidad.
    Al Sr Livio le responderá el pueblo aprobando y debatiendo en la Constitución el papel del Partido que es su vanguardia y por o tanto no tienen que militar todos en él para representarlo. El Partido Popular con solo 865 000 miembros gobernó hasta hace poco a España que tiene 46 millones de habitantes, ni todos los miembros de los partidos políticos españoles juntos llegan al 8% de la población de ese país y resulta que es una democracia.

     
  10. Orestes Sandoval says:

    Estimados Ávila y Livio:
    La ideología puede ser una prisión. Por eso el otro Carlos no “entiende”. Me parece está demasiado encerrado en sus cuatro paredes ideológicas como para entender la esencia de lo que Ávila ha expuesto. Carlos Luis: te guste o no, los cubanos no somos nada del otro mundo, ni mejores ni peores que otros pueblos. Al igual que cualquier otro pueblo, tenemos tantas razones para estar orgullosos de ser cubanos como para avergonzarnos de ello. Basta salir a la calle para ver cada día una cosa y otra. Le recomiendo se quite los espejuelos ideológicos para que pueda ver la vida real. No por gusto Marx llamó a la ideología “falsa conciencia”. La ideología es solo un mecanismo para manipular la realidad en función de determinados intereses; tiene bien poco que ver con la realidad en sí misma.

     
  11. Carlos Ávila Villamar says:

    Orestes, nadie puede escapar de la ideología. Ni usted ni yo. No debemos confundir ideología con dogma. La ideología no es un simple mecanismo de manipulación, es un fenómeno que se da de manera independiente en cada ser humano y que no responde automáticamnte a un poder. El dogma sí. Ideología significaba en un principio estudio de las ideas, era la rama de la filosofía que se dedicaba a eso, luego por metonimia se le llamo ideologia al sistema de ideas que era su objeto de estudio (tal como se dice la geología de tal montaña, o la anatomía de tal organismo). En cuanto a Carlos, entiendo su postura, porque es muy difícil leer la historia sin tratar de sacar una esencia cultural. Cuba ha sido solidaria desde antes del poder revolucionario, pero muchísimos otros países lo han sido también. Sucede que la historia de cuba es analizda tratando de buscar antecedentes, presagios, que refuercen una u otra conclusión (como la estructura de una novela de tesis). Ejemplo de ello es la manera en la que se enseña en las escuelas la rebelión de Hatuey como ejemplo temprano del espíritu de resistencia de los cubanos. Hatuey no era cubano y en todo caso en cuba los aborigenes ofrecieron mucha menos resistencia que en otros lugares del caribe. Además, ¿de qué esencia cubana se hablaría, si se supone que la cubanía sale del criollismo, muy posterior? Ahora, no hay nada de malo en la identificación afectiva, patriótica, con los héroes de un momento o de otro, eso nos hace humanos, tal como el amor a un familiar (entiendo que mi padre no es excepcional en un sentido estricto, y sin embargo lo siento como tal y eso está bien, el problema es confundir lo universal con lo afectivo).

     
  12. Liborio Guaso says:

    Al final algunos desean conformar un mundo en que solo valga el resultado, en general medido su rendimiento en dinero y donde todo lo demas serian tonterias.
    Hay quienes preguntan……..y que sacamos los cubanos con Angola? sin entender que aquello fue parte de la resistencia cubana y no una moderna edicion de las guerras de conquistas que llenaria de oro y esclavos el pais.
    Que Cuba se gano el odio por eso, no, ese mismo odio existia desde antes.
    Querer analizar el pasado comienza por entender primero que hizo posible poder resistir y llegar donde estamos, mas alla del slogan de que Fidel era un gran lider carismatico y amado por el pueblo cubano.
    El que desee otros partidos, seria un asunto personal pero que espere por su hora y no trate de violentar lo legalmente establecido. Otros creen que la politica de los partidos es solo un mecanismo de reparto del botin, de lo que por ahora no existe nada que demuestre lo contrario. Y para convencerse solo hay que pensar en los millones con una vida miserable donde sobra la riqueza, con el unico consuelo de que estan mejor que los negros en Africa.

     

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