El avance del "nuevo país". Por Carlos Ávila Villamar

 

Lamento que estas líneas partan de un lugar tan común en nuestros análisis como lo son los años noventa, los ya no tan cercanos años noventa. Trataré de no derrochar el valioso tiempo del lector, y simplemente repetiré que ante la ferocidad de la crisis, fue necesario hacer una serie de cambios significativos de carácter económico. Casi cualquier ayuda era bienvenida, pero claro, resultaba absurdo mandar a Cuba pequeños equipajes con comida o ropa cada semana. Mucho más fácil era que los cubanos residentes en el exterior mandaran dólares y que con ellos los de la isla, sus familiares, compraran lo que quisieran dentro de un catálogo que el propio estado se encargaría de sostener. El estado cobraba así un impuesto al dólar y un arancel a las mercancías extranjeras. En pocos años el país fue testigo de la apresurada aparición de toda una segunda economía de tiendas, bares y restaurantes, a la que inicialmente solo tenía acceso el turista o el cubano con familiares en el exterior. Las necesidades económicas habían abierto una grieta, por primera vez un sector de la población no estaba obligado a insertarse en el sistema de relaciones económicas del socialismo. En la práctica eso significó el nacimiento de un segundo país dentro del que ya existía: una pequeña burbuja donde el modo de producción no era exactamente socialista ni capitalista, sino más bien parecido al paraíso económico de los adolescentes acostumbrados a una mesada fija y a una vida sin responsabilidades.

Una parte considerable de los recursos del estado tuvieron que ponerse en función de agrandar los negocios recaudadores de divisas, pensando así en sostener con mayor facilidad los costosos programas sociales: el segundo país comenzó a tragarse al primero por robo de mano de obra certificada e inversiones, y sus beneficiados demandaban entonces más: la legalización de los viajes sin carta de invitación, la venta de computadoras y teléfonos celulares, el alojamiento libre en los hoteles. Las restricciones, hechas en su momento para impedir una agudización de las diferencias sociales entre los cubanos, tuvieron que ceder ante la pujanza de un nuevo grupo social que comenzó a tomar consciencia de su ventaja. Una vez que el “nuevo país” crecido dentro del “viejo” se había independizado de las remesas, del impuesto al dólar y del arancel al producto importado, comenzó a hacer presión para tener la libertad de multiplicar su dinero, es decir, de montar negocios privados.

Los armazones oxidados del “viejo país” habían dejado varios espacios jugosos para los potenciales capitalistas cubanos, en un primer momento el estado autorizó negocios pequeños que no generaran una acumulación excesiva de capital y por tanto una indeseable desigualdad. El mejor eslogan que podía tener entonces el aspirante a capitalista era aquel que decía que cuando uno era dueño del negocio la cosa andaba bien, a causa del sentido de pertenencia, mientras que cuando uno no era el dueño la cosa andaba mal, todo se descarrilaba. Está claro, se trataba de un argumento débil, porque en el capitalismo contemporáneo, atestado de monopolios, donde la pequeña empresa cada vez se hace más difícil, un establecimiento sigue funcionando aunque aquel que lo administre no sea ya el dueño. Lo que realmente activó la vida nocturna de La Habana no fue el supuesto espíritu emprendedor cubano renacido de las cenizas, sino la inyección directa de capital que el estado no podía afrontar, y que con gusto asumieron cubanos adinerados y extranjeros a través de cubanos, la libertad de poder pagar más a los trabajadores y de poder administrar los recursos según las necesidades de cada negocio, la libertad a la que la burocrática e inmóvil empresa estatal, todavía funcionando bajo estándares soviéticos, no podía siquiera aspirar.

Naturalmente, el estado (también agredido desde el exterior por el bloqueo) no pudo arreglar los problemas más importantes de sus industrias tradicionales y puso todas sus esperanzas en el crecimiento de los frágiles sectores médico y turístico, dejando por tanto todavía más espacio para los capitalistas del “nuevo país”. Sin embargo, ya se había notado el peligro de ese crecimiento desbalanceado entre el sector privado y el estatal, y la apertura se fue haciendo más lenta, generando la idea (conveniente para algunos) de que el país no acaba de prosperar porque no se le daba más aire a los emprendedores. El “nuevo país” utilizó con sabiduría el eufemismo que se había creado para llamar a las nuevas empresas privadas, y todavía hoy sigue llamando cuentapropista por igual al dueño de un negocio y a su trabajador peor pagado. Sin embargo, la palabra que prefiere desde la visita de Obama a Cuba, no lo olvidemos, es la de emprendedor, término ambiguo que anivela al joven universitario que trabaja de mesero en su tiempo libre con el funcionario corrupto que utiliza su fortuna escondida para vivir a costa del sudor ajeno.

Hace unos días publiqué un artículo en el que mostraba mi perspectiva acerca del significado de justicia social: creo que consiste en el emparejamiento de las condiciones dentro de las cuales un hombre puede fracasar o tener éxito, el intento de que lo que cada hombre consiga o no consiga sea el producto exclusivo de su esfuerzo y capacidad. Eso significa la no discriminación por sexo o raza, elementos que escapan al control del hombre, y también significa recibir la misma educación, sin importar la riqueza familiar, de la que no es culpable el niño o el joven, y ganar un salario justo por el trabajo realizado, ni más ni menos, que los que más ganen sean las personas más trabajadoras y/o cualificadas. La existencia del capital privado destruye esto último, porque engendra élites económicas que parasitan a los asalariados. El problema de estas élites no es solo que sean injustamente ricas, sino que crean una atmósfera de vertiginosa lucha interna entre los demás hombres por pertenecer a ellas. Escribí que el socialismo era la lucha contra el determinismo social, los factores ajenos al esfuerzo y/o capacidad de los hombres que intervenían en la repartición de sus riquezas y en definitiva, en la realización de su felicidad.

Si bien en Cuba existieron y existen pequeños negocios familiares sacados a flote por puro esfuerzo, han quedado rezagados ante el avance de capitales muchísimo más poderosos, contra los cuales les resulta cada vez más difícil competir. El “nuevo país” no son los victimizados timbiriches que aparecen en las entradas de la “nueva prensa” también nacida en este periodo, temerosos de la mano represora y malévola del gobierno, son los empresarios corruptos cuya corrupción nunca pudo probarse, son los extranjeros que ya invirtieron en la isla a través de cubanos y que temen no recuperar su dinero, son los dueños de múltiples restaurantes y hostales, esperando construir silenciosos monopolios, son los que han sobornado a los inspectores para que cierren a su competencia más pobre, la que no puede defenderse. El “nuevo país” ha crecido no tanto porque ahora tenga más ciudadanos, sino porque sus dinámicas internas se han hecho más violentas. Más violentas incluso, desde la perspectiva de la competencia económica, que las existentes en Estados Unidos o Alemania, puesto que el único factor que remotamente avalaría desde un punto de vista moral el montaje de un negocio privado, que es el ahorro, está casi descartado de antemano en nuestra sociedad, producto de las difíciles condiciones económicas que rebajan hasta un nivel absurdo nuestro poder de compra. Si nos guiamos por la máxima de que el socialismo debe ser la lucha contra el determinismo social, vemos que en Cuba más que en cualquier otro lugar el negocio privado hace más difícil esta lucha.

El “viejo país” intenta sobrevivir haciendo tratos con empresas extranjeras, atrayendo turistas, exportando servicios médicos, pero tiene que cargar con un peso demasiado grande, el oceánico sector presupuestado cubano, que en realidad no se trata solo de los servicios públicos, sino de un conjunto nada despreciable de empresas ineficientes, que no se pueden cerrar, dado que el socialismo no puede dejar en la calle a cientos de miles de trabajadores. Sobre esto quisiera hablar en otro artículo. El “viejo país” tiene la responsabilidad de proteger a las mayorías de las garras del “nuevo”, de las dinámicas de un modo de producción capitalista, y sin embargo tiene que ceder ante este para seguir existiendo, para seguir manteniéndose.

He simplificado fenómenos complejísimos, he hablado hasta ahora de los dos países, para comodidad del lector, como si se tratara de tierras separadas, antagónicas, pero solo lo son en su finalidad, jamás en su funcionamiento. Una misma persona muy a menudo pertenece a ambos sistemas de relaciones económicas, trabaja con el estado y a la vez recibe remesas, o vende ropa importada de Panamá, o alquila un cuarto de la casa, o simplemente recibe dinero de un familiar o una pareja que hace alguna de estas cosas. El “viejo país” necesita al “nuevo” a causa de la difícil situación económica de sus ciudadanos, y a su vez el “nuevo país” se aprovecha del “viejo”. Porque del sector estatal roba un buen número de mercancías, o las acapara para luego revenderlas (nuestra baja productividad y la falta de liquidez de nuestras arcas lo permiten) , porque el sector estatal ofrece servicios públicos al asalariado, servicios que en un capitalismo tradicional tendría que pagar el propio capitalista, porque al poder pagar tan poco efectivo a sus trabajadores da la excusa al capitalista de pagar acaso solo un poco más, y finalmente porque pone una muralla a la competencia extranjera, que en otras condiciones suele arruinar a las débiles burguesías nacionales. Pero sin importar cuánto beneficie el “viejo país” al “nuevo”, el segundo hoy tiende a asfixiar al primero, y en última instancia puede prescindir de él, tal como lo hace el sistema dominicano o el jamaiquino, cosa que no ocurre a la inversa, y es esto lo interesante: el “viejo país” hoy no puede sostenerse sin las relaciones económicas del “nuevo”, lo único que puede hacer es limitar estas relaciones económicas a lo indispensable para garantizar la supervivencia.

Cada sistema de relaciones económicas implica un modo distinto de distribuir riquezas y de producir realidad al individuo. El “nuevo país” promete comodidades que el “viejo” hace mucho tiempo dejó de ofrecer, y aunque su lógica sea diabólica y necesite siempre alguien debajo para que permanezca alguien encima, el narcicismo natural del hombre tiende a hacerle creer que es excepcional y que merece estar encima. El “nuevo país” hace que sus ciudadanos estables y sus turistas (por así llamarlos, aquellos que acceden a él por breves momentos) se comparen con aquellos que más triunfan en nuestra sociedad, y los que más triunfan económicamente en nuestra sociedad, los que van a los mejores restaurantes, los que disfrutan las mejores vacaciones, los que menos calor pasan durante el verano, los que se transportan con mayor facilidad, los que mejor se visten (“mejor”), no son los más esforzados ni los más capaces, no son los que más aportan. He aquí el gran peligro: el entierro del ideal de justicia social en el que cada uno tenía lo que merecía por su trabajo y capacidad, nada más ni nada menos.

Años trabajando con baja productividad, a la vez que recibiendo remesas, han fomentado una atmósfera de vagancia y una creciente preferencia por el dinero fácil dentro de sectores significativos la sociedad cubana. Las empresas privadas han hecho resurgir el concepto de trabajo duro, es cierto, pero no por ello han desestimulado la preferencia por el dinero fácil. En un país de asalariados el botín de un acto delictivo se dilapidará rápido sin posibilidad de regenerarse, sin embargo en un país donde se permita la propiedad privada siempre existe la esperanza de poseer un negocio, y entonces la duda queda en cómo conseguir el monto inicial. La corrupción, los robos, la ilegalidad, son vistos como trampolines a la clase burguesa, clase amparada por la ley, desde la cual se tiene una libertad de bienes y servicios casi absoluta.

Ahora bien, el dueño del negocio privado no es necesariamente una mala persona, no es un agente entrenado por los Estados Unidos para subvertir el orden en Cuba, es un simple producto de aquellas condiciones que le permitieron existir, es un simple ser humano que pretende realizar su felicidad acorde a una serie de mitos morales que el sistema capitalista ha pasado siglos fabricando. Lo necesitamos y lo seguiremos necesitando por un buen tiempo, porque el “nuevo país” es en algún punto un mapa de los lugares donde el “viejo” ha fallado. No podremos retenerlo para siempre, cada año que pasa el “nuevo país” se vuelve más fuerte, y puede que se siga volviendo, incluso al margen de la legalidad. Una vez que el dueño de un primer negocio vea que no puede reinvertir sus ganancias en un segundo, tal vez saque el dinero del país, pero más probablemente lo reinvertirá utilizando maneras todavía más sigilosas, y no pocos irán a celebrarlo, porque estará generando nuevos empleos. El triunfo del despreciable Trump en las elecciones y la muerte del líder histórico de la Revolución han frenado la marejada de Obama, pero no lo harán para siempre. El único modo de que el “viejo país” no sea aniquilado en un futuro por el “nuevo” es rejuvenecerlo, enterrar al fantasma soviético, rehacer las estructuras, volverlas más fuertes, ganarle la batalla al capitalismo dentro de su propio suelo: no solo con regulaciones, sino por competencia. En Cuba más que una guerra de símbolos existe una guerra de modos de distribución de la riqueza. Es en ella en la que más debemos centrarnos.

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5 Responses to El avance del "nuevo país". Por Carlos Ávila Villamar

  1. Miguel A. says:

    ¡Exelente artículo!, felicitaciones Carlos Avila por la claridad con que has expuesto esa realidad tan compleja del período actual cubano.
    Saludos,
    Miguel A.

     
  2. Liborio Guaso says:

    El caso es que mientras existan las medidas de odio contra Cuba ningun proyecto resultara exitoso, en la actualidad lo que se trata desde fuera es buscar que se desarrolle la desigualdad social como un elemento para lograr la destruccion de las politicas sociales de la revolucion.
    Empoderar una ambiciosa iniciativa privada que sirva de quinta columna dirigida “por control remoto” y esperar la moneda unica para el toque final del terrorismo financiero. Es lo que hay en el tapete.

     
  3. Alejandro says:

    Guaso, estoy de acuerdo con tu valoración. Otro trabajo reciente de Emily Morris se titula “Cuba’s Road Ahead, Havana Faces a Challenge, Not a Crisis” [ El camino por delante, La Habana enfrenta un desafío y no una crisis] aparece en la revista Foreign Affairs de enero 2017. Aun no lo he leído. A continuación el enlace: https://www.foreignaffairs.com/articles/cuba/2017-01-02/cubas-road-ahead. Se puede acceder sin tener que abonar suscripción a la revista en:
    https://elcanarioamarillo.wordpress.com/2017/01/10/cubas-road-ahead/

    También, “The Cuban economy is less vulnerable to a reversal of US rapprochement than many realise”: La economía cubana es menos vulnerable a un cambio en el acercamiento de los Estados Unidos de lo que muchos creen, en https://lapupilainsomne.wordpress.com/2017/02/13/la-economia-cubana-es-menos-vulnerable-a-un-cambio-en-el-acercamiento-de-los-estados-unidos-de-lo-que-muchos-creen-por-emily-morris/
    Saludos

     

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