El desarrollo no solo es económico sino también social. Puede haber un crecimiento económico, deformado o dependiente, que no sirva a este objetivo ni conduzca a los fines esperados. Una política económica y social acertada debe tener como centro y preocupación al hombre. Si se traza una política que no corresponda a este contenido, no habrá desarrollo y ni siquiera paz.
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Para que una política económica y social tenga como centro y preocupación al hombre es imprescindible que este deje de recibir el tratamiento de ganado al servicio de la producción y del consumo, con el único objetivo de que la acumulación mantenga la tendencia creciente, tanto en términos relativos como absolutos, que es lo que caracteriza al capitalismo. Todas las aberraciones del capitalismo encuentran aquí su explicación racional, de ahí que no sea posible el desarrollo humano sostenible bajo el mismo. Tampoco bajo el socialismo mientras el capitalismo siga siendo el sistema hegemónico y mantenga sus hostilidades para impedir que aquel se desarrollo con todo su potencial.
La gran aportación del marxismo en el ámbito económico y social es que, para lograr el desarrollo humano, hay que cambiar las relaciones de producción. Sin embargo, hay más factores en juego y estrategias de lucha. Para el materialismo cultural, tan importantes como las relaciones de producción son las relaciones de reproducción. Si nuestros antepasados hubieran mostrado más sensibilidad hacia las relaciones de reproducción y hacia la búsqueda de una situación de equilibrio con los recursos ambientales y otras comunidades humanas, hoy no tendríamos los niveles de consumo y desarrollo tecnológico alcanzados, pero estaríamos a años luz en desarrollo humano sostenible y el modelo cultural hegemónico se parecería mucho más al socialismo y al comunismo.
Parece lógico pensar que la Historia acabara inclinándose a favor de quienes lograron cambiar las relaciones de producción de las pequeñas hordas introduciendo un orden jerárquico y permitiendo que una minoría se pudiera apropiar de las plusvalías del resto, haciendo de la acumulación, del crecimiento económico y demográfico, así como de la conquista de nuevos territorios, una invencible estructura de poder. Sin embargo, la otra estrategia evolutiva, mucho más garantista para el nasciturus y respetuosa con el medio ambiente, habría proporcionado el mayor desarrollo humano al menor coste en términos ambientales. Todavía existen culturas en el planeta tan coherentes con las reivindicaciones de Fidel, que regulan los nacimientos en función de los recursos ambientales para impedir los actos fallidos, los errores y las servidumbres en el proyecto hombre, para impedir la destrucción del medio ambiente y para impedir también la necesidad de recurrir a la guerra contra otras comunidades vecinas como técnica de supervivencia cuando la presión sobre los recursos es excesiva.
Quienes estamos plenamente convencidos de que el capitalismo (y sistemas afines) es responsable de la deshumanización del hombre, de su conversión en un medio de producción fungible y manipulable y de la destrucción del medio ambiente tenemos el deber de recuperar esa otra estrategia adaptativa en que el hombre alcanza máximo valor (tanto en su dimensión colectiva como en su individualidad) y donde el respeto al medio ambiente es un condicionante inexorable de la productividad. Considero que esta visión de la realidad debería adquirir gran relevancia en la batalla de ideas que el socialismo cubano y todos los movimientos alternativos de base debemos librar contra el capitalismo y contra las malas inercias de la Historia, que siguen focalizando en exceso nuestra visión de la realidad.
Habrá quien vea en la negativa a procrear entre los bosquimanos del Kalahari más allá de los límites que la tradición ha recomendado para el tamaño óptimo de una horda o comunidad, en función de los factores críticos (como el agua), un acto de cobardía, un complejo de inferioridad o el resultado de factores ambientales escasos y hostiles (como es el desierto, los espacios selváticos o los hielos permanentes del Artico), pero, por encima de todo, representa la mayor demostración de respeto hacia el ser humano presente y futuro, así como hacia el medio ambiente que nos ha convertido en el epifenómeno del proceso evolutivo. El desarrollo de una paternidad responsable en una cultura que ha convertido al hombre en una mercancía fungible al servicio de los más disparatados objetivos (como la acumulación creciente de cosas) y que ya no es capaz de garantizar un medio ambiente adecuado ni a las presentes generaciones debería tener carácter prioritario frente a las recetas que nos convierten en corresponsables del progresivo proceso de autoextinción.
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