Varias personas me dijeron que debía escribir sobre lo que había pasado. La escritura podía ser la mejor manera de conjurar los fantasmas que me estaban asediando e invadiendo. A todas les dije que sí, que tenían razón, que tal vez después lo iba a hacer. Que ajá.
El caso es que nunca lo hice. O por lo menos hasta hoy.
Al principio podía recordarlo toda con claridad cronómetrica: minuto a minuto a partir de las 7:38 de la noche del 2 de mayo cuando David Roa me llamó a decirme: “Hermano. Se robaron su primera edición de Cien años de soledad”.
Han pasado ya más de siete meses y, maravillosamente, he olvidado gran parte de todo. Sí: ya no recuerdo con precisión los sucesos de ese día. De esos días.
Todo se ha cubierto bajo un manto gris que ha permitido (y permite) que sólo lo bueno, lo que vale la pena, brille. No ha sido un acto de voluntad. Como si me hubiera dicho una mañana: “Quiero olvidar. Sólo quiero recordar lo bueno, lo que no duele”. No. Ha sido, más bien, la forma de mi desmemoria de protegerme. La memoria es selectiva, cierto, pero nunca como en este caso lo he apreciado tanto.
Guardo las imágenes y las palabras de tantas personas que me manifestaron y expresaron su afecto de manera explícita. Nunca como antes había sentido en carne propia esa palabra que tantas veces uso (a veces demasiado): solidaridad. Eso me hizo sentirme parte de un pueblo: el colombiano. Más allá de un accidente geográfico al nacer (Bucaramanga) fui un habitante de mi país, que hacía parte de él, y que por estar viviendo un mal momento muchos de sus compatriotas hicieron de su problema el suyo. Una causa.
Porque eso fue lo que pasó: el robo de ese libro se volvió la causa de muchos. Lo sintieron en carne propia y expresaron su indignación, repudio y rechazo. Fue por eso (además de la labor de las autoridades) que el libro regresó. Y volvió no a mis manos sino a las manos de todos.
Yo no podía tener el descaro de conservar algo que ya no me pertenecía sino que ahora pertenecía a muchos. Ese libro se volvió propiedad de todos los colombianos. He ahí la razón por la cual lo doné (junto a casi toda mi colección de Gabriel García Márquez) a la Biblioteca Nacional de mi país. Biblioteca Nacional como símbolo de unión y patrimonio. Ahí está y espero que siga siempre allí como testimonio de agradecimiento.
Guardo detalles que conservo como piedritas en bolsillo para cuando las cosas se ponen duras. Los acaricio, los recorro, los palpo para volver a darme fuerzas y esperanzas.
Hacen parte de mí y me acompañarán (espero) hasta cuando sea el momento.
A todas, gracias. A todos, gracias. No tengo necesidad de nombrarlos: ustedes saben. Lo saben. Sin ustedes no habría sido posible. Sin nosotros no lo habríamos logrado.
Y a los que no valen la pena, también les doy las gracias, les deseo “buena suerte viviendo”.
Eso me dio el 2015. Todo. Todo.
Hasta una luz violeta.
Diciembre 31 de 2015
âDesde WashingtonDi Ci
y elconsulado en La Habanaâ
 ( 1 ) Supe, por Facundo Manes,
que, sin plagio oespejismo,
en la mente haymagnetismo
casi igual que en losimanes.
Coordinamos losrefranes,
las metáforas eideas.
Cuando vemos que haymareas,
al trotar nuestrasneuronas,
pide el cerebrocoronas
junto a lluvia decorcheas.
 ( 2 ) Acudes a neurociencia,
inclusive a Freud visitas
porque estudiando suscitas
subes y adquieresconciencia.
Das al cerebro eficiencia,
constancia ylubricaciones.
Cuantificandoecuaciones
ganas en fuerza a lagrúa.
La estrofa quecontinúa
explica âlas conexionesâ.
 ( 3 ) ISIS es niño de teta
comparado al iracundo
que le mete miedo almundo
y por el cuello loaprieta.
Se agudiza la perreta
por âel virus de la lanaâ.
Hoy la gente no sehermana
al confundirlos asÃ
âdesdeWashington Di Ci
y elconsulado en La Habanaâ.
 Ramón Espino Valdés
El trompetÃn mañanero
Cuba/México.