Alexis Castañeda Pérez de Alejo
Teresita Fernández volvió a Santa Clara en 1997, traída por Ramón Silverio para que se presentara en El Mejunje; según ella, había estado 20 años alejada de su ciudad natal.
Silverio cuenta que la vio actuar en el teatro La Caridad a mediados de los setenta, toda vestida de negro, en medio del escenario vacío, solo acompañada de su guitarra y desgarrando canciones de amor; nunca pudo olvidar esta imagen y desde entonces se prometió traerla a Santa Clara.
Una vez consolidado El Mejunje quiso cumplir la promesa, se presentó en su casa, allá en un barrio habanero, merodeó durante varias horas, hasta que pudo burlar el cerco que le tendían los coralillos y la celada de su jauría canina, y pudo convencerla para que hiciera el viaje.
Ya aquí, la cantautora se dedicó a establecer relaciones con cuanta persona entraba a El Mejunje, siempre en su tono de prédica y con sus canciones. Una de esas noches alucinantes, ya tarde, sintió una algarabía y forcejeo violento en la puerta de la institución, rápidamente se presentó, tomó su guitarra y comenzó a cantarle a los bulliciosos, estos depusieron sus ánimos y quedaron encantados con su voz.
Otra noche se sentó en la acera y convocó a los cocheros que aparcaban cerca, formó un grupo que pronto fue creciendo con otros transeúntes, todos envueltos por la magia de sus narraciones y poemas.
Como colofón de su visita Silverio le organizó un encuentro con las antiguas compañeras de la Escuela Normal para Maestros, y entre recuerdos, cantos y ocurrencias finalizó la estancia.
En mayo de 1998, de vuelta otra vez en nuestra ciudad, llegó hasta la Catedral, allí improvisó una versión de “El gatico Vinagrito”, que la entonces estudiante de filología Clarisa Martínez –luego profesora de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas– tuvo el acierto de anotar, y que después publiqué en el boletín El Mejunje correspondiente a ese mes: “Dios no quiso que mi gato se perdiera / travieso se perdió por los tejados de mi pueblo (…) y me cuentan, que Vinagrito / por estar feo y chiquito / encontró muchos dueños / que al atardecer / me cuentan cantando y bailando / que Vinagrito está como si fuera un ángel / volando/volando / por el cielo”.
En 1999 la encontré en la alturas de Pico Blanco, llevaba allí tres días con varios especialistas del Instituto Cubano del Libro y otros trabajadores del Centro Provincial del Libro y la Literatura, que junto a la ONG canaria Viento Sur, organizaban una biblioteca-ludoteca en la escuelita del lugar, también un taller pintura y modelado, de literatura, teatro y apreciación audiovisual. La presencia de Teresita en el intricado lugar del lomerío escambraico se convirtió en un acontecimiento conmovedor: los vecinos le traían café y tabaco, le pedían canciones; en la despedida no faltaron lágrimas. Esa noche ofreció en El Mejunje un inolvidable concierto que nombró como una de sus más bellas canciones de amor: “No puede haber soledad”.
Este mismo año, la Editorial Sed de belleza, gracias a los empeños del poeta Alpidio Alonso, publicó su poemario Arco tenso, con una hermosa y aprobatoria carta de Fina García Marruz y Cintio Vitier a manera de prólogo: “… libro que me parece espléndido, obra de madurez, de bien ganado arte de silencios que dejan oír mejor la música propia (…) Siempre creímos en ti. No temas a los truenos, que tú eres el trueno mayor”, apuntaron los poetas. En la presentación del texto durante la XIX Feria del Libro le fue entregado, además, el Zarapico, distinción cultural de más alto rango que otorga la Asamblea del Poder Popular, premio que la popular artista donó de inmediato a El Mejunje, porque “aquella era también su casa y allí podía estar”, argumentó.
En viaje a la zona de Ceibabo, junto a la brigada Los Colines que dirige Ramón Silverio, nos contó cómo a principio de los sesenta una cantante había versionado su canción “Cuando el sol”, eliminando la palabra Dios de uno de sus versos: “enseguida se fue del país, sin embargo yo sigo aquí, fiel a mi Patria y a mi Dios sin tener que mentir”, afirmó.
Cautivada por su ciudad, que le devolvía el embrujo de sus primeras inspiraciones, decidió contar su memorias a la periodista villaclareña Alicia Elizundia, libro luego ganador del Premio Uneac de Testimonio del año 2000, bajo el confesional título “Soy una maestra que canta”. Alicia publicaría años después “Amiguitos vamos todos a cantar”, texto donde recogió buena parte de sus canciones infantiles.
Teresita Fernández fue parte de una generación santaclareña espléndidamente tocada por la música, que integran nombres igualmente altos como Ela O´Farril, Doris de la Torre, Moraima Secada y Gustavo Rodríguez, todos nacidos entre 1930 y 1932.
Esta ha sido la comunión amorosa de una de las más grandes trovadoras cubanas con su ciudad, que le devolvió con creces sus afectos.
Tal vez nunca lo supo, pero desde hace ya varios años, todos los Viernes de la Buena Suerte de El Mejunje, terminan, ya entrada la madrugada, con “Dame la mano y danzaremos”.
Emociona ver cómo cientos de jóvenes entrelazan sus manos y arman la ronda “como una trenza de azahar”, prueba de que su prédica martiana, su vocación magisterial, ha impregnado hondo hasta llegar a las generaciones más recientes.
Santa Clara tiene pues el compromiso de mantener y trasmitir el legado de modestia, entrega y cubanía de una mujer que vivió absolutamente libre, sin ataduras y rígidas convenciones sociales, y que ha quedado sembrada en la ciudad, sencilla y amorosamente, “como una flor y nada más”.
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Iroel:
Apretastes,a mi también como santaclareña esa “como una flor y nada más”, nos enseñó como tu dices a amar nuestra ciudad y su legajo de modestia a todos los que nacimos allí y a quererla y recordarla como ella se merece.
Gracias, hermano, te sigo siempre además de ser coterráneos.
Salud.
Pues por mi parte: “buen viaje”…