España: Crisis de dignidad

 
 Marcos Roitman Rosenmann

En más de 80 ciudades, por primera vez en la historia reciente de España, la población sale a la calle a pedir la dimisión de un gobierno a sólo seis meses de haber ganado las elecciones. Ya no se protesta contra los recortes salariales, el rescate a los bancos. Ahora se clama contra el engaño, la farsa, la mentira y la pérdida de soberanía. Pero la clase política no se da por aludida. La diputada del Partido Popular Andrea Fabra, hija de una saga familiar franquista, sintetiza el sentir de sus correligionarios al exclamar una vez aprobados los recortes: ¡Que se jodan!

Ahora son muchas las explicaciones para justificar los recortes sociales, las reformas laborales y los planes de austeridad económica. Todas derivan de un tronco común; el argumento es banal. Empresarios, tecnócratas y políticos en turno se han confabulado para contar una mentira y vivir de ella. Para razonar la crisis, apuntalan: España ha vivido por encima de sus posibilidades, llegó la hora de pagar los excesos. Bajo este principio se han generalizado las justificaciones para el rescate. El PSOE y el PP se tiran los trastos a la cabeza y se acusan mutuamente. El PP ataca al PSOE diciendo que recibió un país en bancarrota y los socialdemócratas le achacan incumplimiento de programa. Los socios menores se suman al carro y piden moderación. Pero todos llegan a la misma conclusión: es la hora de apoquinar con la factura. Lo sensato es no mirar cómo se repartió el gasto. En tiempos de vacas gordas, apostillan, todos sacan tajada y se dejan llevar por el optimismo, el despilfarro y la opulencia. Si España creció, alguna migaja tocó a los más desfavorecidos, aunque sea de manera indirecta. Hubo subidas salariales, se amplió la cobertura sanitaria, se edificó más vivienda social, se dotó de fondos a la investigación, se otorgaron mejores becas, no se subió el IVA, las pensiones crecieron y se impulsaron obras de infraestructuras. Se construyeron autovías, aeropuertos, tren de alta velocidad, instalaciones deportivas, colegios públicos, universidades. Se potenció el arte y la cultura, y las desigualdades no eran visibles. El neoliberalismo hizo ondear su bandera triunfante bajo la fórmula de la democracia de mercado. Todo funcionada a las mil maravillas. A decir de Aznar, España iba bien, era socio fiable y, desde luego, potencia mundial.

De ellos, nadie pensó en el colapso. Rodríguez Zapatero se resistió a pensar que España entraba en una crisis profunda. Primero negó su existencia y posteriormente acabó hablando de brotes verdes. Mientras duró el festín, nos dicen, las clases medias prosperaron, invertían en bolsa, compraban acciones, casas, apartamentos en la playa, yates, viajaban en primera clase y comían en restaurantes de postín. Se las prometían felices. España pasó a tener un parqué de coches de lujo impensables. Por sus calles se pueden ver Mercedes, Porsche, Audi, Volvo, BMW, Ferrari, 4×4. La alta gama se convirtió en objeto de deseo. Los bancos se frotaron las manos, en medio de la desregulación y sin que nadie les pusiera topes a sus productos; participaron del sarao otorgando créditos a diestro y siniestro. Claro, nadie se podía quedar sin crédito. Hubo ofertas para todos. Los bancos mintieron para captar clientes, sean quienes fuesen.

España es un país donde la cultura de la vivienda en propiedad constituye una razón de Estado. Vivir de alquiler está mal visto. Todos quieren tener un apartamento, y se ahorra para conseguirlo. En ello se fundamenta la especulación inmobiliaria. Mientras los trabajadores gozaban de empleo fijo tenían crédito y podían acceder a la casa de sus sueños. Los migrantes llegados en los años 90 y principios del siglo XXI abrazaron esta cultura y como manera de progresar se sumaron al carro de las hipotecas. La oferta de viviendas creció a la par de su demanda. Había para todos. Invertir en el ladrillo se consideró opción de ahorro en el medio y largo plazos. Nunca se devaluarían. Con los bancos deseosos de vender productos hipotecarios y conceder préstamos dilatados a 30 y 40 años, la burbuja creció. Mientras hubo trabajo, aunque fuese precario y basura, el globo podía seguir inflándose y las inversiones de riesgo no ser un problema. Si alguien mencionaba que la economía financiera sobre la que se sustentaba era un castillo de naipes, inestable, se le apartaba. Se le tildaba de aguafiestas, gafe o se le ignoraba. Tal vez era un resentido, un ecologista, un antisistema o un izquierdista frustrado. Escucharlo no valía la pena.

Hoy asistimos a una crisis cuya salida no se avizora. Paralizados y con la cartera vacía, nos dicen que son tiempos de vacas flacas, de apretarse el cinturón y asumir las consecuencias del despilfarro. El discurso está en boca de todos, no importa ser peón de la construcción, albañil, trabajador de la minería, empleado de servicios, enfermero, policía o administrativo. El sentimiento de haber vivido por encima de las posibilidades cala y se acepta a regañadientes. Se interioriza, llegó la hora de recuperar la cordura. Por este motivo los primeros recortes se asumieron con resignación. No gustó, pero se vieron como necesarios para salir del agujero. Protestas, huelgas generales durante el gobierno del PSOE y los sindicatos llamando al diálogo social, el compromiso y la defensa de los derechos laborales. En este contexto, el Partido Popular ganó las elecciones señalando que no habría más recortes ni subidas del IVA, ni bajadas salariales, que no se dejaría avasallar por Angela Merkel, la Unión Europea y la troika. Con estos eslóganes logró mayoría parlamentaria y la gente creyó su discurso. Hoy, el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, se desdice. Caricompunjido dice que “no tiene libertad para hacer lo que quiere, que debe cumplir con la troika y que no le gusta lo que hace”. Lo suyo sería dimitir, por ética política. En esto tiene razón el PSOE, pero no lo plantea sólo el PSOE. Es clamor popular. Inclusive, concejales y senadores del propio Partido Popular han dimitido por vergüenza y reiterando que no era ese su programa.

No estamos ante un discurso y una economía del miedo. El miedo está presente en toda actividad humana. Controlarlo, evitar sentirse atenazado, no ser osados, en eso consiste la valentía. Pero la mentira política nos transporta a otro lugar, nos desarma. Tiene múltiples caras y ninguna es su rostro. Bajo el principio de que si es conveniente mentir al pueblo, Rajoy se mantiene en el poder y reprime, criminalizando la protesta social que lo pone en evidencia. El recurso de la mentira como fórmula política hace que España sufra una profunda crisis de dignidad que afecta a su clase política, a sus instituciones y sus poderes. Si realmente quiere construir una ciudadanía democrática sólo queda purgarla y comenzar una nueva andadura. (Tomado de La Jornada)

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6 Responses to España: Crisis de dignidad

  1. aldo says:

    Genial, es un pueblo muy digno, el español. Me fascina ver a los pueblos, a sus hombres y mujeres, prestos a luchar por sus derechos. En última instancia, no importa tanto si se triunfa o no, lo importante es dar la pelea, que se sepa que se está dispuesto a todo por no dejarse avasallar, ni por el capital ni por la indolencia., dar la pelea es lo que nos hace dignos y ese es el legado más importante que dejamos a las generaciones que nos sucederán

     
  2. Rosara says:

    Protestar dignifica. Pero el poder sede ha blindado contra las protesta mediante una combinación de represión y deslegitimación. Se ampara en el voto para reírse de sus propios votantes a los que ha engañado con promesas que nunca pensó en cumplir.
    Solo con herramientas legales como el referéndum revocatorio se podría acabar con éste mercado de caza de votos con promesas falsas. Si no se cumple con lo prometido la ciudadanía ha de disponer de la posibilidad de revocar el mandato antes de tiempo. Como en Venezuela.

     
    • aldo says:

      Para la pelea, para luchar por nuestros derechos, vale protestar, también vale usar todas las herramientas legales disponibles, un referéndum revocatorio es una muy efectiva, exigir responsabilidad civil y penal a los funcionarios que no funcionan, a propósito o sin querer, es otra… lo único que no vale es quedarse de brazos cruzados, siendo testigos pasivos del hundimiento de una nación, por miedo o indolencia, en eso, el pueblo español es un ejemplo.

       
  3. Miguel A. says:

    Complementando el artículo hay que recordar que fue durante el primer gobierno del PP que se gestaron las condiciones de la burbuja inmobiliaria y que continuaron con el gobierno del PSOE. Y esta burbuja se basó en la especulación de terrenos recalificados y de los precios de la viviendas, un 30% sobrevaloradas, que el banco central español no controló.
    A partir del 2006, la población se endeudó gracias a las facilidades de préstamos bancarios (que obtenían de prestamos alemanes) no solamente para la adquisición de vivienda (en el 2009 había 3 millones sin vender) sino, fundamentalmente, por la disminución del poder adquisitivo y esto se hace evidente por la caida continuada del consumo, agravada por el desempleo.
    Por todo esto, la gente si continúa, y continuará protestando contra los recortes en educación, en sanidad, a las ayudas a los desempleados y a las familias con discapacitados, a los sueldos de funcionarios públicos, mientras no tocan las grandes fortunas ni el impuesto de las grandes empresas y continúan dando subsidios a los latifundistas.
    Eso si, grandes titulares para la rebaja en 20mil euros anuales al presupuesto del Rey (ganará más de 8 millones).
    Saludos,
    Miguel A.

     
  4. ESTE ARTICULO DE MARCOS ROITMAN DE LA JORNADA ES EXCELENTE Y COINCIDE MUCHISIMO CON LOS ENFOQUES-REFLEXIONES DEL ESPAÑOL ARTURO PEREZ-REVERTE EN SU PAGINA PATENTE DE CORSO. SUGIERO LEER SU ULTIMA COLUMNA DEL LUNES 23 DE JULIO DEL 2012,
    SALUDOS IROEL,

    VICENTE MALTEZ MONTIEL,
    MEDICOINTERNISTA Y PERIODISTA NICARAGUENSE.

     
  5. ana says:

    8 millones oficiales mas 35, nunca diran exactamente cuanto púes quizas el pueblo si lo supiera hace tiempo qué lo habria botado, insisto 35 de los diversos ministerios para pagar todos sus gastos y los de toda (muy numerosa) familia, o sea 8 millones LIMPIOS para sus correrias.

     

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